Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Ladrones de sueños

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Por David Becerril

16 Enero 2020 

Las manecillas del reloj son negras y danzan sobre el fondo blanco de un reloj que permanece colgado sosteniéndose de un estoico clavo que se aferra a la fragilidad de una pared infectada de salitre que en un tiempo, estuvo pintada de verde y que hoy en día, presume como mayor adorno extensas manchas de humedad. Las horas más dramáticas que marca, son aquellas que le indican al dueño de la vivienda que le va a costar trabajo quedarse dormido y con esa, se acumularan cinco o seis noches en vigilia. 23:44PM. La supone como la hora indicada e irremediable para cerrar los ojos y entregarse al ritual de dormir, mas cuando el cansancio insoportable masacra a cada segundo su cuerpo y su espíritu, intuye que esa noche tampoco lo logrará aunque los párpados le parecen cortinas de acero. En su mente vagan imágenes extrañas y grises que representan los recuerdos más tristes de su infancia y su solitaria juventud; luego aparecen como nubes en un cielo deprimente, hojas blancas con letras rojas señalando que duerma o no, las deudas lo seguirán esperando, que debe de firmar su divorcio, que no podrá ver a sus hijos más que una vez por semana, que tal vez y a causa de su deficiente desempeño, pierda su empleo. Las cortinas de sus párpados se vuelven más pesadas pero no puede cerrar los ojos. Suspira. “Ya vendrán tiempos mejores”, se dice a sí mismo tratando de arrancarse de la ansiedad un pedazo de serenidad que le alcance para conciliar el sueño. El improvisado mantra parece funcionar… Comienza a dormir… El insomnio parece que por fin será vencido. 23:46PM. Su conciencia se comienza a extraviar en un mundo onírico donde no hay recibos que pagar, ni papeles de divorcio ni de custodia, ni actas administrativas en el trabajo. 23:47PM. En medio de la oscuridad de la habitación, se deja escuchar un zumbido acechando muy cerca de su rostro. Primero explora el territorio, analiza las circunstancias, siente propicio el momento pero se aleja, sabe que fue la decisión más prudente porque ha pasado poco tiempo antes de que su víctima cerrara los ojos. Desde lo alto observa que su objetivo mueve la cabeza y sacude las manos. Si fuera posible, una mueca adornaría su rostro y se sentiría más satisfecho por su decisión. Mueve las alas como un ejercicio de preparación aunque sigue adherido en la segura lejanía del techo. 23:49PM. El hambre voraz lo obliga a no demorarse y regresa a la tarea de saciar su necesidad de sangre. Pero antes y tal vez de manera retadora, deja oír su grito de guerra y el zumbido amenazante es la única advertencia antes del pinchazo mortal. El piquete dura el tiempo suficiente. Luego, ahíto, y satisfecho por su pericia, levanta su cuerpo lleno de sangre y sus pequeñas alas lo mesen en el aire. Bien se podría adivinar ese vuelo torpe en el vacío de la habitación como una mueca burlona del verdugo. Lo anterior fue una muestra de experiencia revelada en  los movimientos dignos de un diestro cazador. Un ataque de alto riesgo y sin consecuencia para él. Sin embargo hay otros hambrientos, inexpertos, ansiosos y neófitos en el arte de extraer un poco de sangre. No esperan su turno. No toman las debidas y necesarias precauciones, se abalanzan como una manada indomable pero descuidada a buscar el preciado tesoro. El elegante y discreto zumbido del primer cazador es deshonrado por el ataque precipitado que lo único que logra es el despertar del enemigo, y luego, el inicio de la batalla. Abre los ojos a causa del insoportable zumbido en sus oídos que lo arrancaron del viaje de los sueños. Se levanta furioso y decidido a no dejar impune su repentino despertar. Los enemigos huyen despavoridos, angustiados sobre todo porque no lograron su objetivo y sienten que esa noche, será su última noche en este mundo. La presa se transformó en cazador. El primero, certero y elegante, mira aterrado el transcurrir de la masacre… Un ataque plagado de errores solo trajo como consecuencia los fatales acontecimientos que se llevan a cabo. Primero cae uno bajo la furia vengadora de la mano asesina. Luego esa misma arma mortífera hace caer a tres de un solo golpe. Una hora después, las acciones dan fin y más de 20 cadáveres quedan embarrados en paredes y techo y son los rastros de la dispareja batalla. La victoria quizá no tenga un sabor dulce para él pues el insomnio, como inexorable daño colateral, se hace presente. “Otra noche sin dormir”, susurra mientras se acomoda en una fría silla de metal a observar el vacío de su deprimente existencia, maldiciendo a los insectos que han contribuido a robarle el sueño y ya no puede evitar ver en su cabeza las imágenes de miles de mosquitos que vuelan alrededor de él en forma de todos y cada uno de sus problemas.

Y ahí, en algún rincón oscuro, escondido en las manchas impunes de la humedad, muy cerca de los cuerpos aplastados de varios de los de su especie, el cazador experto tiene como única misión esperar paciente hasta el próximo y mortal ataque para vengarse y por qué no, para volver a saciar su apetito de sangre como lo hizo esa noche.