LADERA ESTE

por Samuel Ronzón

 

El sábado 1 de febrero del 2025, decidí ir a una lectura de poesía en una librería cerca del Metrobús Cuauhtémoc. De los cuatro poetas, dos eran desconocidos para mí. Llegué puntual al número 45 de la calle de Puebla. Dudé si estaba en el lugar correcto. Nada anunciaba que en el segundo piso existe una librería de viejos llamada “El Último Encuentro”.

En ese momento se acercó un muchacho con un arete en la oreja. (Pedro Lemebel lo hubiera confundido con un mariposuelo de cejas fruncidas). Sonreímos. Verificó la dirección y subimos por una escalera vertebral. No sabía que él era uno de los que leerían sus poemas. El sitio es como un pequeño palomar lleno de libros; a ratos, la sombra de la claustrofobia.

Saludé a la tía Ode y a Paulina, las organizadoras, y fui de los afortunados que todavía pudieron alcanzar silla. La Peña de Pau y Odette, en su segunda temporada, promete quitarle el polvo a la poesía con plumeros y escobas en mano, rajando las telarañas que tanto la arrumban, para los que se enroscan en las sábanas.

A Blanca Luz Pulido (Teoloyucan, Edo, de México, 1956) la he leído poco. Hemos coincidido, últimamente, en algunos eventos y durante varios meses nos vimos en la cantina La Flor de Valencia. Estoy de acuerdo con ella: una mujer que canta cruza el río de la memoria. Aún siento su voz que llena el espacio vacío de la imaginación.

Destaco su poema “Libreta de direcciones”, donde quedan los objetos que sobreviven a las mudanzas, y los nombres sin nombre que lo miran a uno. Si bien en su libreta aparece Fuensanta, aclara que fue solo una licencia poética para homenajear a López Velarde. Confiesa que le hubiera gustado telefonearse con ella.

La siguiente en leer fue Julia Santibáñez, (Ciudad de México, 1967). Prefiere declararse una adicta de las palabras y no es de las mujeres que traigan una joroba en el ánimo. Nos hace ver que los espejos se equivocan. No lo dijo pero a ella le gusta jugar a las sillas con los amigos porque se da cuenta que hay cada vez menos sillas.

De su lectura recuerdo el poema que le escribió a su madre. De manera puntual y directa aborda el tema de la muerte de un hijo: y lo difícil que es darle esa noticia a una madre anciana. Es una poeta que, según ella, no pertenece a ninguna generación y que envidia a los poetas que se reúnen para trabajar sus textos literarios.

A José Ángel Leyva, (Durango, 1958), lo conozco más por su labor al frente de la Revista La otra; y como promotor cultural. Nunca hemos ido más allá de un “hola” cuando nos encontramos en algún evento de poesía. Sus poemas son certeros como un espejo de agua donde se incendian las palomas.

Habló de sus inicios y de lo que significó abrirse paso como poeta en la Ciudad de México, cuando las imágenes del sueño se interponen. Llegó a mi mente uno de sus haikús: La Jacaranda/ Espera todo el año/ enamorada. En cierto sentido, retrata al poeta en constante espera de las musas.

Finalmente, le tocó el turno a Emiliano Álvarez, (Ciudad de México, 1987), quien declaró con melancolía ya no ser un poeta joven. Fue becario en la Fundación para las Letras Mexicanas y ganó el Premio de Poesía Joven Elías Nandino (2017). Prefirió leer poemas en prosa inéditos.

Para él la literatura y la escritura son herramientas de autoconocimiento. Es de los que piensan que no hay mejor inversión que unos zapatos. Tras su lectura hubo un debate interesante acerca de los poetas que escriben solamente para ganar premios y de la validez o no de que un poemario, gire en torno a un tema.

Sin duda, a veces en una lectura de poesía hay mucho rüido y pocas nueces; pero fue una tarde memorable, gracias a la iniciativa de la tía Ode y de Paulina, quienes llevaron las riendas del evento. Ni siquiera nos enteramos de la lluvia de afuera. Tiene razón Gerard de Nerval: la vida de un poeta es la de todos.