Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

La razón

Autora: Angélica Santa Olaya

Junio 2022

 

Resbaló el cincel sobre la piel de nácar.  La mirada de la diosa persiguió la punta del buril redondeando las curvas de sus senos.  El escultor daba fin a su obra más amada deseando que el tiempo transcurriera veloz para no sucumbir a la tentación de retractarse de la venta.  Se alejó un poco para admirarla.  Era tal y como la había imaginado antes de dar el primer golpe de martillo.  Ninguna sería tan hermosa como ella. Acarició los hombros recorriendo los brazos hasta llegar a las manos.  Se deleitó en la finura de los dedos. Algo lo perturbó. En el margen de una uña, la pequeña protuberancia se reveló a través del suave tacto con que él la procuraba.  Giró en busca del cincel más delicado.  Ella sonrió con picardía y sacudió un poco las caderas.  La tela se deslizó dejando casi al descubierto su sexo de nube.  Cuando volvió, los brazos de la bella se extendían hacia él. Los dedos, exquisitos tentáculos, lo invitaban a probar el veneno del amor.

Tocaron a la puerta.  Los brazos, anhelantes, lo llamaban. Comprendió que nunca podría deshacerse de ella.  Tomó el mazo y lo estrelló contra las blancas ramas que intentaban alcanzarlo.  Los trozos de piedra cayeron al suelo y con ellos el abrazo.  Sin embargo, estaba hecho.  El cliente, un importante magistrado, la rechazaría rota como ahora estaba.  Nadie querría una mujer manca en su jardín.  Nadie, excepto él.  El artilugio surtió el efecto deseado.  El comprador, frustrado, se alejó profiriendo insultos y amenazas. El silencio se deslizó como un gato. La discreta sonrisa de Venus le dijo que lo perdonaba. Y él, en respuesta, tomó una espada y, de un solo tajo, separó del propio cuerpo la mano que la había mutilado. Luego llevó a la amada a una isla solitaria para regalarle el tiempo que aún quedaba.  Ambos estaban rotos, pero juntos para cuidar las cicatrices.

La mano del escultor nunca más tocó cincel ni martillo alguno.  Las horas, disueltas en el mar que besaba las playas de Milo fueron desapareciendo hasta que él, un día, se fundió con el polvo oscuro de la isla.  El tiempo de la carne había terminado. Ella, sonriente aún, sabiendo que las heridas en el mármol nunca mueren, aceptó la ofrenda y vació su mirada en el horizonte preparada, y a la espera, de la solitaria eternidad.

 

 

 

 

 

 

Angélica Santa Olaya (Ciudad de México, 1962). Poeta, escritora, historiadora y maestra de Creación Literaria en Minificción, Cuento y Haiku para el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBAL). Egresada de UNAM, ENAH y SOGEM. Primer lugar del concurso de cuento breve del diario El Nacional 1981 y del concurso de cuento infantil Alas y Raíces a los niños del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato 2004. Segundo lugar del V Certamen Internacional de Poesía Victoria Siempre 2008 (Argentina). Mención Honorífica en el Primer Concurso de Minificción IER/UNAM En su tinta 2020 y Segundo Lugar en el Concurso Semanal Crónicas de un virus sin corona UACM 2020. Publicada en 130 antologías internacionales de minificción, cuento, poesía y teatro, así como en diversos diarios y revistas en América, Europa y Medio Oriente. Autora de 16 publicaciones de poesía, cuento, minificción y novela. Su libro 69 Haikus fue el primer libro de literatura mexicana presentado y difundido en Emiratos Árabes Unidos en 2015. Homenajeada en 2015 por la Universidad Autónoma del Carmen UNACAR. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe. Miembro del colectivo Minificcionistas Mexicanas y de la Red Internacional de Escritoras de Microficción REM.