Revista Anestesia

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La playa – Un relato de “Señor de las máscaras 2”

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La playa 

Por Pedro Paunero

16 Abril 2020

“Señor de las máscaras”, escrita por Pedro Paunero (Tuxpan, Ver. 1973), es una novela pionera en su género, el “Weird Western”, que combina elementos sobrenaturales o de terror, fantásticos y de ciencia ficción y del cual apenas existe algún cuento publicado en México, pero ninguna novela en su estado puro. La obra trata del viaje que hiciera el célebre escritor y periodista americano Ambrose Bierce, veterano de la Guerra de Secesión, a México, buscando unirse a las tropas de Pancho Villa, para morir en acción, al escribir que tenía miedo de “morir de viejo o cayendo por las escaleras”. Sabemos que Bierce atravesó la frontera, en enero de 1914, pero sus pasos se pierden en alguna batalla mexicana. Nunca se volvió a saber de él, convirtiéndose en uno de los enigmas metaliterarios más significativos de la historia. El tema fue abordado por Carlos Fuentes en su novela “Gringo viejo” (llevada al cine por Luis Puenzo en 1989), en la cual se especula sobre el destino del escritor, pero en la obra de Paunero se enmarca en una trama sobrenatural. Bierce, según esta novela, escaparía de una presencia maligna, atemporal, el “Señor de las máscaras” del título, una especie de demonio que toma formas múltiples a través de las edades, un impostor que tomaría el nombre de la antigua divinidad griega Dionisio, su enemigo primordial, y que fue atraído hacia el escritor debido a sus escritos terroríficos y melancólicos.

“Señor de las máscaras” es, también, un divertimento para los lectores que sabrán reconocer los varios personajes históricos que aparecen y recorren todas sus páginas que, en su carácter, a la vez, como crítico de cine, su autor homenajea, desde Silvestre Revueltas, en una escena en un salón de un bar, la misma de la película “¡Vámonos con Pancho Villa!”, la escritora Katherine Anne Porter, gran amante de la cultura mexicana, la actriz Lya Lys, el mismo Pancho Villa actuando como actor para Hollywood en un pasaje de su vida poco conocido, el olvidado Roscoe “Fatty” Arbuckle, actor cómico del cine mudo, que aseguraba que había inventado la “Comedia de pastelazo” gracias a un enfrentamiento con los villistas, D. H. Lawrence, Bruno Traven, citas de Malcolm Lowry y William Burroughs, escritores todos atraídos por México, por nombrar sólo a algunos, así como personajes estrictamente literarios, como Orfanik, el misterioso inventor tuerto de “El castillo de los Cárpatos” de Julio Verne, que ayuda al dictador Victoriano Huerta en su enfrentamiento contra Villa.

Grandes batallas fantásticas ocurren en sus páginas, donde luchan entre sí hombres mecánicos, movidos a vapor, misteriosos charros de negro con antifaces, una tropa de valientes soldaderas, entre estas la legendaria Valentina, la del famoso corrido revolucionario, montando a Clavileño, el caballo de madera cervantino, en donde, en plenos llanos de Chihuahua, hasta los perritos chihuahueños salvajes se defienden, y se usan espejos de Arquímedes a la manera de primitivos armas de rayos láser. La acción no decae un instante y está dirigida a un público que va del adolescente en adelante, en especial a aquellos fanáticos del género fantástico, del terror y la ciencia ficción. “Seños de las máscaras” fue publicada por la editorial española Camelot América, el año 2018, y se puede comprar en línea y en varias cadenas nacionales de librerías.

La siguiente narración es una primicia editorial, pues corresponde a la segunda parte de “Señor de las máscaras” y llevará por título “Cabalgan los muertos”. En esta segunda parte la acción se traslada a la Primera Guerra Mundial, en la que ejércitos de muertos vivientes atraviesan un portal, hasta alcanzar los llanos de Chihuahua, mientras una ola masiva de suicidios amenaza con destruir a la humanidad, en lo que se denomina “La era de la acedia”. Los ejércitos de Pancho Villa están, ahora, derrotados, y el “Señor del mediodía”, un demonio todavía más poderoso, recorre el mundo. No faltarán los hombres mecánicos movidos a vapor, ni las soldaderas, ni los inventos “Steampunk”, así como algunos de los personajes que conocimos en la primera parte y otros más que se añaden a una historia aún mayor.

La novela que se publicará en el futuro próximo.

 

El sonido de las hojas de metal contra las hojas de metal, las chispas saltando a la hierba rociada de rojo y el choque de las espadas contra los escudos, impregnaban la tarde cuando, en la playa, la balsa, cuyo tejido estaba compuesto por una variedad asombrosa de serpientes que se mordían las colas, enhiestas como varas, se deslizó abriendo la arena. El sacerdote de Quetzalcóatl, que había aguardado toda la noche, todavía con la máscara del dios puesta, inclinó la cabeza, a modo de respetuoso saludo. Tras él un guerrero con el cuerpo pintado a modo de escamas de serpiente, sopló el caracol sagrado.

-¡Padre Yig, nuestros ruegos has escuchado! Te necesitábamos en la batalla –miró más allá de la balsa, que se encontraba a medias en el agua y a medias en la arena, hacia las barcas, barcos de guerra y a todas las insólitas embarcaciones que se acercaban-, a ti y a todos los aliados…

El navegante puso un pie -calzado por sandalias que abrían las fauces dentadas, tirando tarascadas-, en tierra firme, adelantó el otro y se quedó inmóvil, en la línea de agua y arena, mirando hacia los árboles. En su barba, formada por ofidios, serpenteaban las culebras negras, mientras las pequeñas serpientes de jade se le enroscaban, formando rizos. En sus ojos de doradas pupilas verticales se adivinaba un ansia salvaje, apenas contenida.

Un barco verde, cuyos aparejos y mástiles estaban tomados por serpenteantes zarcillos de hiedra y vides, arribó después.

-¡Evohé, Íacos! ¡Bromio, el rugiente, ha venido! –las mujeres salvajes brotaron de detrás de los árboles, con los rostros pintados de rojo, blandiendo en la mano derecha un tirso de metal, desnudas, cubiertas tan sólo con la nebris de cervato y de pantera que poco les cubrían. El suyo era un grito de guerra, a la vez que una petición.

La sacerdotisa suprema también pisó la línea fronteriza entre el mar y la tierra.

-¡Ven a nosotros Dionisio, Señor de las máscaras, bajo el aspecto del rugiente! ¡Tú, que no evades la guerra! –Invocó.

Los fuegos sobre los trípodes, las hogueras y los sacrificios de carne quemada, se apagaban ya. El humo aromático se pegaba a la piel y distendía la conciencia.

En la barca verde algo se movió, como un relámpago rayado, surgiendo de la tupida vegetación que la asfixiaba. El tigre del dios saltó a tierra. Dionisio, montando a lomos del terrible y gigantesco felino, sonrió satisfecho, apretando las riendas en las fuertes manos.

-¿Dónde –preguntó con desdén-, dónde está ese usurpador?

Al fondo, como una última barrera de contención entre la costa y la guerra, el bosque se agitaba.