La obsesión suicida de “la niña monstruo”: Alejandra Pizarnik
Autora: Gabriela Santamaria Santiago
“Es una niña monstruo” —decía Janis Joplin cuando se encomendaba a su influjo—, una mística, una hembra revolcada en el despojo; tan frágil que no está nunca —porque siempre se acaba de ir— y tan sensorial que vive en los objetos de tu casa. No duele, pero duele en todas partes. “Tú eliges el lugar de la herida”, concedió.
Y es que, ¿cómo podemos describir a está poeta? Decir algo más de lo que ya se ha dicho. ¿Cómo hablar de Alejandra o de las Alejandras que vivían en ella?
Más Alejandras:
Pizarnik se desdobla constantemente. Tiene gente dentro: gemelas muertas, Alejandras antiguas y otras mujeres que no se atrevió a ser. “He nacido tanto / y doblemente sufrido / en la memoria de aquí y de allá”, escribe. Y también: “ahora / en esta hora inocente / yo y la que fui nos sentamos / en el umbral de mi mirada”. Más: “recuerdo con todas mis vidas / por qué olvido”.
En la vida de Alejandra siempre hubo una profunda tristeza, angustia, desconsuelo, soledad, ansiedad. Todos estos factores presentes en su vida, una y otra vez, de manera constante la llevaron a la muerte, pero ¿cómo alguien puede morir de poesía? ¿Las palabras matan a las personas o es el desamor y la desesperanza?
En la historia de la poesía existieron dos grandes mujeres que murieron de poesía inundadas de esa soledad y tristeza: Alejandra Pizarnik y Sylvia Plath para mí son las más grandes poetas suicidas.
“Sé que moriré de poesía“, dijo Pizarnik. Ella lo sabía, sus palabras iban más allá que una premonición o un sentimiento de desaliento. Era la falta de fuerzas para seguir viviendo y el exceso de desencuentros amoroso los que acabaron sus ganas de seguir viviendo.
El poder de sus palabras nos habla de la profundidad exquisita de su pluma. Aunque su vida estaba plagada de claroscuros. La depresión y las tendencias suicidas son desórdenes mentales que en muchos casos han llevado a algunos poetas a escribir sus grandes obras como es el caso de Alejandra Pizarnik.
Nos hace pensar que su vida llena de oscuridad y desalientos la llevo a escribir extraordinarios poemas.
Alejandra Pizarnik nació en Argentina, en 1936, y partió de este mundo en 1972. Una mujer depresiva y al mismo tiempo sexual nos invita a un mundo surrealista a través de su poesía. Algunos de los datos destacados que se sabe es que vivió en París y mantuvo amoríos tanto con hombres como con mujeres. Allí trabajó para la revista Cuadernos y para algunas editoriales francesas; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy; estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, pero no concluyó. Sin embargo, dedicó gran parte de su tiempo a dar cursos de pintura, de literatura y periodismo. De esta época proviene su relación de amistad con dos grandes de la literatura: Julio Cortázar (argentino) y Octavio Paz (mexicano).
En su poesía, Pizarnik nos habla de esas Alejandras lejanas y cercanas al mismo tiempo, nos deja conocerlas a profundidad. Nos habla de su fragilidad, del desamor, del desconsuelo de su alma, de la noche, de lunas y cielos infinitos.
En su etapa como adolescente sollozaba por su terrible acné y se narcotizaba con anfetaminas para bajar de peso, algo que la inquietaba de sobre manera pues era agredida por su hermana. Vivía en constante desequilibrio mental por su sobrepeso. En sus poemas vemos reflejados todo el sufrimiento que ella vivió por años a causa de desórdenes alimenticios, éstos la llevaron a una profunda y severa depresión por años, pero al mismo tiempo su problemática le permitió escribir extraordinarios poemas.
Con el tiempo, Pizarnik se volvió adicta a las pastillas por lo que vivía atrapada constantemente entre el insomnio y la euforia; luz y sombra; día y noche; amor y desamor; felicidad y sufrimiento, todo al mismo tiempo.
Detonaba confusos sin saberes. Y como todo trastorno psicológico tiene origen en la familia, encontramos que Alejandra Pizarnik poseía unos tremendos celos hacia su hermana mayor. Su lenguaje verbal era deficiente pues tartamudeaba. Ella hablaba español con acento europeo. Sentía que no encajaba en ningún lado. Hundida siempre en la soledad y la tristeza, halló los ingredientes perfectos para escribir los más bellos y dolorosos poemas.
Por otro lado, en su ser habitaba la otra Alejandra. Una mujer con un tremendo deseo de ser amada y aceptada. Mantuvo relaciones con varios amantes, hombres y mujeres, pues finalmente lo importante era ser amada y entregarse al placer. A pesar de sufrir la no aceptación e intolerancia de algunas personas de su entorno más cercano ella se las arreglaba para volver los rechazos polvo. Llevaba una vida sexual satisfactoria según lo argumenta en algunos de sus poemas.
La historia de la literatura nos muestra una Alejandra Pizarnik feminista por convicción y no por moda.
Muchos de sus poemas hablan de vaginas abiertas, de mujeres durmiendo complacidas, de pieles diversas en su lecho. Eso la llevó a convertirse en un icono del feminismo.
Por tener la valentía de vivir a pesar de todo y de alzar la voz para gritarle al mundo lo que otras guardaron en una caja de silencios.
Pizarnik feminista es recordada no sólo por sus geniales poemas, sino por la idea de hablar del erotismo, de frustración, de tristeza y de atrevimiento. Por hacerlo desde una visión de la feminidad, sin nada que esconder, como un cuerpo blanco y desnudo, como un libro abierto.
Hijas del viento
Alejandra Pizarnik
Han venido.Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.