La Flor de Valencia / Samuel Rozón
Por Samuel Ronzón
Diciembre 2023
Esta será la última vez que escriba sobre la reunión mensual que teníamos los florvalencianos en la cantina La Flor de Valencia, ya que la última crónica no les gustó y reaccionaron de un modo casi infantil, con dos excepciones. Acusaron, con otras palabras, de profanar un espacio íntimo.
Uno de ellos, en mensaje anónimo, comentó que la susodicha columna carecía de valor literario y periodístico. Que está mal llevada, mal escrita y que es inconexa. Según el anónimo, si lo escrito tuviera una aspiración literaria, no le importaría que sus secretos se ventilaran, pero que se trataba de confidencias de azotea.
Su conclusión es que la cantina perderá a un cliente muy aséptico y neutro en términos de comida; (le doy la razón: siempre pedía lo mismo: naranjada con agua natural, sin hielos, y una torta de queso); y que ellos a un tertuliano cuyo mutismo se transformaba en un chismoso social.
Entonces, como la vida debe continuar, escribo estas líneas viendo cuerpos en un horizonte de agua, mientras el año termina, con los libros amontonados. Ahora ya sé lo que valen después de saber lo que piensan. Ser feliz es fácil cuando no se pide demasiado y no se busca la aprobación de nadie.
Supongo, en palabras de Virginia Wolf, la capacidad de recibir golpes, es lo que a uno lo hace escritor, al traer en el bolsillo un pedazo de hielo. Esa es la razón, querido lector, de ponerle fin a esta columna, al no volver a convivir con estos florvalencianos; y el tener que reinventarla.
El silencio es como una armadura y, al fin y al cabo, gustar a todo el mundo es no gustar a nadie, si las musas no han sido especialmente generosas. Pero ¿qué es lo que quiere leer el lector? Entiendo que la poesía se nutra de todo y que el poeta debiera sorprender la realidad de un salto vigoroso y perfecto.
Es cierto que el mal tiempo enmudece a cualquiera, y uno queda con los recuerdos fisgoneando lo que pudo haber sido. Sin embargo, la historia habla de pájaros heridos que en invierno logran escapar de su destino y alcanzan un cielo diferente, un azul diferente; y todo puede ser posible.
Ya enero del 2024 está tocando la puerta y me gustaría desear a todos los que formamos parte de la Revista Anestesia, de todo corazón, lo mejor. Para mí fue un año de gran aprendizaje y
seguro tendremos que seguir enfrentando enormes desafíos; pero no dejemos que la incertidumbre, se apodere a pesar del invierno cada vez más frío. Adiosín.