Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

La Flor de Valencia /Samuel Rozón

Por Samuel Ronzón

Septiembre 2023

 

Con la novedad que no hubo reunión de los Florevalencianos en la Cantina La Flor de Valencia, porque unos andan en Colombia, otros en Argentina y otros más en Acapulco. Así que aprovecho este silencio, donde pensamiento y deseo se vuelven uno. Pienso que el error del hombre es creer que el planeta no es un ser vivo, el cual manifiesta sus propias decisiones.

Uno es solo un ente energético, que está aquí de paso, como invitado, para experimentar determinadas acciones en la evolución del alma. Por eso, tenemos el cuerpo actual, que es como un traje de astronauta. Por eso, caminamos con sombras y con tropiezos. Por eso, los recuerdos de antes o de nunca.

Tal pareciera que este sistema nos ha despojado completamente de nosotros mismos, orillándonos a rincones melancólicos, a los lugares más sombríos, después de estar en parques soleados. Como escritor, me interesa lo que existe detrás de una ventana cerrada, las sombras que cubren. Los por qué, para qué, la vida para qué, lo aún no retratado.

A veces, el camino es largo por andar y en ocasiones, no deseado, pero nadie lo tendió. Lo hemos ido construyendo vida a vida. No cabe duda que toda balanza puede ser infiel, con la música que se apaga en los últimos bares, donde el vino abre tajos en la memoria. Cuánto hubiera querido nutrirme de grandes filosofías y de grandes retóricas.

Hay personas que nacen para cantar el amor al peligro, para el salto peligroso, para el puñetazo, para la bofetada. Otras se suicidan en alguna vieja calle de Lima y pasan a ser los personajes malos de la historia, los que saben perfecto que hoy es mañana, pero que mañana será nunca.

Las que fornican con tres hombres y le sacan cuernos a su marido, como María Emilia Cornejo, quien castró a un hombre con infinitos gestos de ternura y gemidos falsos en la cama. En ella, los besos eran hechos silenciosos, cotidianos, un lento aprendizaje para saber con exactitud las dimensiones de un falo, como quien aprende una lección, en medio del frío.

Le escribí un poema al saber que se suicidó a los veintitrés años. La imagen que regresa y regresa, antes que ninguna, es la de una muchacha, torpe y desolada, abriendo de nuevo sus piernas; y no es extraño que una artista como ella se vuelva la retratada. Abrió la puerta de la poesía erótica en el Perú.

¿Cuánto nos quedó debiendo? Seguramente, para eso venimos a este planeta, para disfrutar del cuerpo como una zona sagrada, extendiéndose debajo de la piel. No hay duda de que la vida, queridos lectores, transcurre como uno la establece en la imaginación.

Hasta la próxima.

para Alfonso Martín, sonoroense,

quien escribió Hay una jungla allá afuera