Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

La Flor de Valencia por Samuel Ronzón

por Samuel Ronzón

Junio 2023

 

Voy a decirte una cosa antes de que lleguen los demás: me pegó fuertísimo. La que por años fue mi asistente se casó, hace seis meses. Salíamos. Nos divertíamos. Incluso no dijo nada de mi tonta aventura. Estábamos tan acostumbrados uno al otro. Ya sé que todos los días alguien se enamora y alguien truena, sin sentido, sin propósito. No contaba con que regresaría su viejo amor, mano sobre mano. Lo único que me queda es el abanico que ella dejó en mi departamento. Entregárselo, era evidenciarla. Ahora trato de tomar una decisión sobre mi nueva vida, lo que quizás suponga algunas palabras (he escrito quince poemas), para arrojar algo de tierra en la tumba abierta, pero olvidé lo principal. Tengo la lágrima fácil. Es como una puerta que se abre, cerrándose.

No, no voy a ser director de la escuela. No, no puedo comprometerme. Después de tantos años, sería como suicidarme. Sucede que con esta austeridad republicana, tendría que pedir permiso a mi plaza de investigador A y aceptar que me reduzcan el sueldo quince mil pesos, a cambio de una excesiva carga de trabajo. Claro que tengo experiencia. No es fácil que te integren a la terna de aspirantes. No conozco del todo al director general del instituto. Un amigo se ofreció a resolver lo del salario. Fue una casualidad haberme encontrado con el anterior director, quien renunció sorpresivamente. Nos tomamos una cerveza. Por eso me enteré. Me provocó una risa estúpida. Es una mierda lo que están haciendo.

Lo que ustedes piensan es gordura, es por la cortisona. En el fondo, son unos imbéciles los médicos. Todas las coincidencias son accidentales. Yo como químico estoy buscando curarme con plantas medicinales. Nadie sabe las causas de mi enfermedad y luego entonces no pueden darme el medicamento correcto. Yo que corría más de cinco kilómetros diarios, que nadaba, que competía casi a nivel profesional, llegó un momento, a los sesenta años, en que necesité de una andadera para moverme. Claro que recuerdo esa batalla. No era mi peso, pero accedí. A mi entrenador le pedí una cosa: que me permitiera usar el logotipo en mi hombro izquierdo. Yo creo que fue el público en el momento en que empezó a gritar PUMAS.

Mis rodillas las tengo desechas, incluso mientras escribo mi novela, me molestan. No sé si sea la posición. No sabía lo de tomar grenetina. Entonces la venden en la farmacia Paris. Entonces hay que pedirla hidrolatada de cerdo y no de res. Espero haga un milagro. Es que cuando jugaba futbol americano jamás me cuidé. No le echo la culpa. Mis hermanos se operaron, pero nunca quedaron bien, y yo no quise operarme. Sí, los médicos no saben. Una ocasión, mi hijo que vive en el extranjero, llegó a visitarme. Presentaba una tos terrible y lo llevé a un hospital privado. Es asma, diagnosticaron, cuando evidentemente no lo era. De algún modo, el cuerpo te cobra factura.

Bueno querido lector, hubo otras conversaciones, incluso sobre las corcholatas, que no alcancé a escuchar. Hasta la próxima.