Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

LA FLOR DE VALENCIA

Por Samuel Ronzón

Noviembre 2022

 

 

Tenía dos opciones. A: escuchar un maratón de poesía de once voces femeninas actuales en el Museo de la Ciudad de México, organizado por la Secretaría de Cultura local, o B: asistir a un evento en la colonia Condesa, de la Dirección de Literatura del Instituto de Bellas Artes, con poetas la mayoría latinoamericanos. Eran a la misma hora. Como la moneda lanzada caía justo del lado B, fueron dos veces, no dudé más y me fui en carro a la condesa, con tiempo suficiente, después de planchar una camisa y sacar un saco del armario. Unas cuadras antes encontré un lugar para estacionarme. Pagué la cuota del parquímetro y puse el comprobante en un lugar visible del carro. Al llegar, las luces del inmueble estaban apagadas y la puerta cerrada. Verifiqué la información en mi celular y ¡oh sorpresa!, había llegado una semana antes. Según mi amiga Sophie, después del Covid, todo puede suceder. A ella, los efectos secundarios le han perjudicado la memoria, al grado que en plena reunión de trabajo en el Tribunal Federal Electoral, se quedó su mente en blanco y no pudo continuar con su disertación, debiendo su jefe anunciar un receso.

No podía darme por vencido. Es que había negociado con mi hermano no cuidar a mi mamá esa tarde. A sus casi noventa y dos años, le dio por fracturarse el brazo izquierdo (qué bueno que no fue el derecho, la consuelan todos) y pues no puede quedarse sola. (Préndeme la televisión, ayúdame a levantar, quiero ir al baño, ya quiero comer, no tengo hambre, me duele el brazo, cuidado, cuidado, cuidado).  Sí, se cayó en la casa de una amiga de mi hermano, por no ver un escalón a la entrada del baño, terminando con un brazo en la taza del excusado, (por fortuna limpio), según me cuenta mi mamá. Era la única forma de que me cuidaras, me lo repite constantemente. Pero era imposible llegar al Centro Histórico en menos de media hora; por fortuna mi enojo no llegó a romper el comprobante de pago. Cuadras después me di cuenta que si dejaba el carro cerca de la librería Rosario Castellanos, por donde estaba cruzando, y caminaba rumbo a la estación Patriotismo del metro, podría lograrlo. Encontré estacionamiento, el pago del parquímetro me sirvió y llegué al museo antes de que el evento comenzara; eso sí, después de que me volviera una sardina aplastada en el metro.

Poca asistencia, poca poesía y mucha prosa, es lo que podría decir del evento que se realizó para recordar a David Huerta a un mes de su fallecimiento. Él mismo había convocado a las once participantes a leer su poesía, meses antes. Terminada la lectura, pude saludar a la poeta Elsa Cross. Pronto recibirá un premio en Alcalá de Henares, en España. No sabe si ir o no ir. Tiene que cuidar a su gatita. No quise recomendarle que lanzara una moneda para que decidiera su viaje. Te vimos en el noticiero cultural de la televisión, me dijeron en casa. Estabas muy entretenido viendo tu celular.

Bueno querido lector, hasta la próxima. Por cierto, a Rodrigo, quien leyó mi colaboración sobre la tumba de López Velarde, le agradezco su pregunta: ¿Y cómo es la tumba?