La Flor de Valencia
Por Samuel Ronzón
Octubre 2022
En esta ocasión no fui a la cantina llamada Flor de Valencia. Así que decido ir a dejar flores a la tumba de López Velarde. Allí estaban los que mueren sin cariño tierno, las vírgenes que sueñan con su boda, los barbudos enanos, los dolientes pianos de teclas blancas y negras, los que regalaron su amor crepuscular, las plantas minúsculas que pisan el corazón, los que mueren en su ostracismo, las almas en pena, las sombras eternas, los que se quedaron pendientes de unos labios, los que murieron de desencanto, los que tienen manos adictas, los que cruzaron el mundo con ingrávidos pies.
El panteón de Dolores es un sitio vulgar en donde el ruido mundanal se asusta, donde corren las aguas turbias del olvido, donde se viste el cielo del mejor azul, donde brotan los versos bajo el imperio de las estaciones, donde las rosas abren sus herméticos botones del futuro, sin rima y sin olfato. Uno se duerme y remonta el río de los años. Recordé cuando mi hermana era un naranjo en flor y quiso mostrarme una de sus naranjas. Nadie había en casa. Era limpia la fragancia de sus brazos. Era como estar frente a dos torres gemelas, ante una experiencia licenciosa.
Su tumba debería de tener una fuente para que las aguas del bautismo corrieran por los huesos de esta muda ciudad. Fuera del tiempo, un reloj descompuesto da la hora. En cualquier lugarejo, él estando enfermo estaba sano. Una corona de espinas le olía a rosas suaves y aromaba la pecaminosa entraña, porque las vidas son péndulos que oscilan paralelos. Dialogaba con las voces ancianas en su pagano sensualismo, y por eso los viejos cascabeles hoy suenan apagados. Cuánta tristeza crónica con la que se amaron las parejas eróticas de ayer.
Aquí están las parejas fallecidas en flor, los que soñaron los leves sueños de la mañana, los que despertaron en el ala inexperta, los embajadores del alba, los que vieron desdibujarse en la luna de su armario sonetos dichosos, los que vivieron el fracaso escribiendo endecasílabos sentimentales, los que nunca salieron de su casa nativa, los que vieron pasar junios por sórdidos hoteles. Es como si viviera de nuevo un escándalo de aves en los nidos, recordándome el tiempo amargo de la vida inútil.
Bueno querido lector, me pregunto si habrá reunión la próxima vez en la Flor de Valencia, o si debo empezar a cambiar de tema.