Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

La casa en que llovía

Autor: Carlos Saavedra

Diciembre 2023

 

 

Estoy de codos sobre el mostrador de mi tienda, mirando como el aguacero amenaza de nuevo nuestra tranquilidad. Bajo el velo de infinitas gotas, Ixtlán se hace apenas visible. Lo recuerdo en tiempos de secas, apegado a los cerros como un hijo pródigo amenazado por las inundaciones, esperando que llueva en forma moderada. Durante las pasadas sequías, el pueblo se llenó de breñales, con tardes de sol y polvo, envueltas en una llamarada de nubes. La naturaleza es caprichosa y no siempre benéfica. Las calles por donde corre el polvo, se tiran a lo largo de una carretera vieja bordeada por una nopalera oxidada; en su tiempo este camino fue la vía principal. Parte del pueblo tiene viviendas de uno o dos pisos, bonitas y bien pintadas; la otra guarda, como un relicario, casas antiguas de fachadas roídas, de piedras pelonas y descalichadas por el sol y la lluvia, como prueba de lo que hace el la humedad y el tiempo. Cerca del cerro de Pajaritos, hay un puente viejo, bajo el que corre el río, por el cual nos allegamos el agua, pero en tiempo de aguaceros fuertes se pone violento, la gente dice que, por castigo de Dios, y ese es ahora mi temor. A propósito de ello, déjeme contarles que hace un tiempo la gente de aquí se traía el chismarajo de que había una casa cercana al río y que dentro de ella llovía. Los murmullos crecieron por todo el pueblo hasta hacerse escándalo y acudían curiosos a ver si era verdad algo tan extraordinario o sólo argüende. Como el número de personas que pasaban delante de mi tienda aumentaba con los días que ya parecía manifestación, decidí enterarme qué estaba pasando. Cuando llegué al lugar del chisme, me pareció que había muchos mirones animados y tratando de acercarse lo más que podían. Trabajo me costó abrirme paso a codazos para llegar hasta un sitio desde donde pudiera ver bien. Cuando por fin lo logré, pude ver de cerca la casa, y era cierto lo que se decía. Tuve que aceptar que  los rumores eran verdad y el alboroto también. La casa en que llovía era un domicilio abandonado y nadie sabíamos de sus dueños. Allí se dio la ocurrencia: Cuando alguien le arrojaba agua al interior de su patio, enseguida aparecía en el cielo una gran nube negra llena de relámpagos y le llovía a cántaros. Fue el asombro del momento que atrajo la atención, ya no sólo de nosotros los de Ixtlán, sino también a los de pueblos vecinos. Debo reconocer el ingenio de algunos vendedores ambulantes, bien listos, porque con mucha habilidad inventaron una casita que, en forma rudimentaria imitaba a la original: montada sobre una planchita de madera y con un  tubo conectado a una pequeña bomba de hule, hacían que cayera agua sobre unos polvos químicos que causaban una reacción y lanzaba  chispas al poner en movimiento un sistema giratorio como el de las matracas. Era un ruido divertido.  Fregón, ni hablar. Pero como pasa con estos asuntos, por  muy extraños, raros o asombrosos que sean, pronto pasa a ser cosas de todos los días: la gente se aburrió y la casa poco a poco fue olvidada. Rara vez alguien, quizá por no dejar, iba y arrojaba un balde con agua y luego de un rato se retiraba aburrido. Gracias, porque con ellos se fueron también los vendedores ambulantes, porque afectaban mi negocio. 

Se vino el temporal, entonces los habitantes tuvieron un nueva entretención: llovía por todas partes, menos en la casa abandonada; en la que el  sol pegaba recio.  La población, local y fuereña, volvió a acudir al sitio para admirar este nuevo fenómeno,  hasta trajeron músicos que tocaban con muchas ganas “El zopilote mojado” y otras piezas. El gustito que se le despertó a los mirones que se pusieron a bailar de puro contento. 

 Alguien empezó lanzar vasos con orines o cerveza  y se armó el relajo entre balas y mentadas. Con  todo ese chismarajo  y ante el temor de disturbios, la autoridad alarmada envió un piquete de soldados y un grupo de la policía local que la gente llamaba “cuicos”, quienes lamentaban la nueva orden, pues tenían como encomienda distribuir  publicidad en favor de las próximas elecciones de la presidencia; así que presionados a cumplir la nueva orden de inmediato se presentaron al lugar con mantas pintarrajeadas y cartelones que tuvieron que dejar en su carros oficiales y se propusieron a hacer la “paz”  entre los rijosos. Pero, al llegar, llevados por el relajo y la música, le entraron a la pachanga. Bajo los pies de todo mundo, acabaría toda pisoteada la propaganda política, los volantes y mantas con el nombre del  Presidente Municipal. Por el tiempo que pasamos frente a la casa sin importar mojarnos, y por haber estado todos tan juntos, nos brotó del calor de los cuerpos un vapor espeso que se convirtió en bruma, que luego recorría la población como un fantasma, lo que motivó a la gente miedosa a encontrar en ello, algo del otro mundo, con lo que aumentaron  durante semanas los rezos y  misas buscando la ayuda de las ánimas benditas. 

 A mitad del año por las intensas lluvias, el río se desbordó de tanta agua como cayó con el canijo aguadal, volvimos a ponernos en peligro y temer desgracias. Familias enteras tuvieron que emigrar a las partes  altas. El pueblo  pronto se vio envuelto en un olor espantoso por los animales muertos. Todo mundo andaba haciendo muecas de asco porque los alimentos sabían a lodo y olían a podrido. Bajo esa llovizna pertinaz, la población, harta de la plaga, se reunió a la orilla del río a rogar y protestarle mientras hacíamos bultos de arena para tratar de controlarlo. No faltó quien blasfemara diciendo que ojalá se le concediera como a Cristo caminar sobre las aguas. Todo parecía inútil, cuando de pronto, un trueno estremeció el lugar dejándonos bien espantados. Enseguida aparecieron, arañas, serpientes y toda clase de animalejos que se nos enchinó el pellejo. Del cus cus, salimos en estampida hasta la iglesia, arrepentidos de haber provocado al río. A otro día hubo una manifestación en contra del Municipio, por dejadez en sus obligaciones de gobierno y dos procesiones, una para rogar se calmara la lluvia, y otra para suplicar que el río ya no se saliera de curso. Desengañados de que ni manifestaciones ni procesiones hicieran en efecto aliviador en sus males, se hablaba de haber sido abandonados de las manos de Dios. Algunos de los allí presentes, notando que el cielo comenzaba a tener un color verduzco y la luna un tono rojizo, que daba un aspecto irreal al ambiente, comenzaron   a gritar nerviosos, porque hubo un crujir pavoroso que nos hizo estremecer. Todos pensábamos en que se trataba de otro divino diluvio, porque las aguas crecidas arrancaron de cuajo la casa. Nadie lo podía creer que la casa en que llovía se convirtiera en barco a la deriva. Iba llena de nubes negras y relámpagos, el río se la fue llevando en su corriente, hasta hacerla desaparecer. Hubo quienes se hincaron dándose golpes de pecho, seguro esperaban, el fin del mundo. Sin embargo, inesperadamente, el día clareó y el sol volvió a lucir por todas partes, alegrando a la gente que creyó aliviadas sus calamidades. 

 Cuando en el pueblo las cosas y las vidas recobraron la normalidad, los turistas o visitantes a los que les había llegado el rumor de “La casa en que llovía”  llegaban a mi tienda a preguntarme si aquello era cierto y si podía decirles cómo llegar adonde estaba. Entusiasta y sintiéndome importante, les contaba lo maravilloso acontecido y al terminar mi relato, eché de ver que me miraban de reojo y me lanzaban risitas burlonas, diciéndome los muy canijos, que el sol del verano me estaba volviendo loco. Y para acabar el cuento les diré que, cansado de estar dando razones y de recibir insultos, mientras me hacía un aventador para echarme aire, pues estábamos sin luz desde hacía días, por acciones de quienes se sentían dueños de ella, concluí en dar como respuesta cada vez que me preguntaban por la casa en que llovía: “Vaya usted a saber que fregaos sea “¿No cree que es de locos andar preguntando pendejadas?              

( Carlos Saavedra) Derechos de autor: Núm. De Reg. 03-2014-052712433001-01 

 
 
 
Carlos Saavedra
Soy originario de la Ciudad de México. Tengo como profesión ser Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas. UNAM. Graduado en 1990 con Mención Honorífica. Como profesor en dado clases en Secundarias, Preparatorias, y Como escritor he publicado en Amazon, diversas revistas de la ciudad de México y Guadalajara; así como en las Redes Sociales; he hecho algunas contribuciones de poemas y cuentos en suplementos periodísticos.
La literatura y escribir han sido para mí el descubrimiento de mí mismo como vecino del mundo que me ha visto crecer. En ello se encierran parte de todos aquellos momentos en los que ha discurrido mi vida con los ojos cerrados y con los ojos abiertos, hacia dos flancos complementarios: uno que mira hacia adentro y extraer lo que día a día se ha ido acumulando con alegría o desespero, y otro que ve hacia el exterior para buscar la sustancia que alimente el interior como evidencia de que el alma dialoga con el cuerpo.
Esta publicación se realiza bajo en el marco del Festival Internacional Poesía por el Agua 2023, un evento dirigido y fundado por el escritor mexicano Ulises Paniagua, Revista Anestesia es coorganizadora de esta celebración.