Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Juan Galván Paulin / Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía 2024.

CONVERSACIÓN CON NARCISO Y MARÍA ZAMBRANO

Junio 2024

 

 

Por Juan Galván Paulin.

Para Aída, siempre

Para Fernando Salazar Torres, in memoriam.

 

 

…es un Narciso, digo, el poeta que se interroga inspirando en la profundidad del estanque, ínsula en la Estigia de su existencia, y náufrago peregrina laberinto en el desierto germinado espejo, camino, imagen la palabra porfiada en alcanzar lo que más tarde sabrá -si lo asume y no por tentación de humildad- no es únicamente su voz, que en su polifonía es fragor del silencio, esa extraña fecundidad que a todos atribula instalado en medio de la noche, erigido en la confluencia de una plaza -Chirico viene a mí- vacía acaso en eco de murmullos; ese silencio donde encarna interrogado su anhelo de eternidad en el presente ¿qué otra cosa es la vida si no este deseo de prolongarse al respirar hondamente el tiempo? ¿qué si no el verso que penetra la hendidura en el día por la que atisbamos de la muerte su fracción seminal en la vida? esto a condición de que el verso quede tatuaje en el cuerpo que se habita jubiloso de lo que en su tránsito adivina, dolida el alma pero no dolorista, aciaga, no siniestra, de lo que siempre adviene y configura la advocación de lo desconocido, lo convierta levadura de este aquí que permanece sombra y fulguración reveladoras para el ritmo de la conciencia, un Leteo graciado por el tedio para soportar la fauce de las horas preñados de incertidumbre, posibilidad poética de abordar el azar, sus muelles y naufragios… dice María Zambrano en Claros del bosque “Mas el ser, obligado a ser individualmente, se quedará en un cierto vacío de una parte y a riesgo de no poder respirar de otra, entre el lleno excesivo y el vacío”; entonces, la inmersión de Narciso, su inspiración, pneumático ahogo de totalidad que en su caligrafía el poeta transfigura ritual es certeza del pasmo, ese que descubre en el terror, el ebrio gozo con el que recorre calles o queda ¿inmóvil? en una habitación hechizado frente a una ventana enmarcada en bugambilias (su pasado: el niño tomado de la mano, el muchacho Odiseo en archipiélagos recónditos, el hombre fascinado ante fachadas que le evocan el cuerpo, la temperatura de Ella, el anciano en su horizonte); en su abrazo, el agua legamosa de sedimento cristalino predice, con la sospecha de quien se sabe traicionado en la imprevisión visionaria de sus actos, el momento exacto de todo génesis: un retornar de la espiral del tiempo ¿hacia dónde? al afuera al adentro, como si con toda palabra inaugurara el cerca y el junto, la bisagra en la que se desempeña la existencia humana y se empeña la muerte en aguardarnos como nenúfar para nacernos el hálito delator de la mirada y el poema sea, lo he dicho tanto, evidencia de lo real en su metáfora, una totalidad no fragmentada en su refracción; entonces Narciso inspirando en la cadencia de los versos, en el atanor verbal de ese limo de las horas que lo cerca, inspirado él mismo por las aguas lustrales del estanque, los abalorios de su desnudez, su orfandad, “…suspira (…) y llamando, invocando un retorno más poderoso aun”, dice María Zambrano, “que el de la primera inspiración, que atraviese ahora (…) todas las en que está envuelto su escondido arder”; y escribía yo  en el Valle del Mezquital en 1981 para mi poemario Desnudo peregrino de mi boca, sumergido en el ácueo aljibe de caliche y de canículas, ese  ir recorriendo en el tejido de palabras el ahogo primero que antecede a la respiración que incorpora en el poema la certeza refractada de lo real también transparente en su delirio la mirada asaeteada por el gozo y lo funesto: “soy// en el funeral de la magia de un profeta/ un ojo erosionado por aljibes/ siete calaveras de una falsa siembra/ el pergamino que en el valle el cenzontle inventa.”; sí, la inspiración en el estanque de Narciso es la aparición de Minotauro de la mano de Medusa, el descubrimiento de un hilo que guía cada vez más hondo a la superficie interior del dédalo, a la redención del inframundo, ese que María Zambrano va destilando con la suavidad de un tejido de Penélope para significar nuestra existencia, porque al decir poeta me refiero no al escritor únicamente sino a aquella a aquel, que parado ante el abismo buscará sus conjuros para contemplar con ellos lo que el nombre de cada ser y cada cosa nos informa en la incondicionada trama del destino: “Viene a ser sustituida esa palabra naciente, indecisa, por la palabra que la inteligencia profiere como una orden, como si tomara posesión ella también”, pues, aclaro con la propia Zambrano, “La palabra y la libertad anteceden a la realidad extraña, irruptora ante el ser no acabado de despertar en lo humano”… sí, quizá el despertar definitivo es el que adviene de la inmersión, de la primera inspiración de Narciso, un retorno al ámbito de lo memorioso, al origen presentido en la piel, en el abrasamiento de la conciencia –“Oh inteligencia, soledad en llamas”, pronuncia Gorostiza-, en la corporificación del verso, del acto que atestigua el espacio rindiéndose siempre infinitesimal al tiempo, y echa a caminar Narciso porque el abismo es ya, por mediación de la palabra y el acto, puente, andén o tabla de náufrago para arribar al mundo como la primera vez en la levedad del cuerpo tembloroso entre lotos y juncos, en el tráfico al atravesar una avenida, en las cavernas del subterráneo colmado de dolientes Agramones, fantasmas nuestros que nos conducen, por fin, apóstatas, a comulgar en el útero de la Muerte, abismo de la Nada, y prófugos del desahucio, con el inefable de la vida sin abjuraciones… esto es lo que habita en el hueco de un abrazo, no un vacío sino la respiración pausada o torturada de Narciso, territorio para reconocernos, una completud fugaz y, por ello, eterna… entonces la luz… el poema adviene de una herida, del primer salto del explorador del estanque para convertirse Orfeo… irrumpe lo poético, que no es únicamente sonoridad, encabalgamiento artificioso de palabras: es un ámbito, como tal, sórdido y edénico en sus revelaciones y ocultamientos, un suceder en tanto encarnación de lo incondicionado para asumir proteica la figura de aquello que evoca, adivina en la precipitación de la temporalidad siempre en fuga como la ola dando realidad, sonido, pálpito a la arena decantada y ya invisible en la mano que la apresa, es sutura lábil que da contorno a la sombra en la gruta del Mictlán, del Hades, del Tlalocan; el poema es un ahogo, entonces búsqueda, no exploración: peregrinar… no es una soteriología sino siempre una Esfinge que nos conmina a responder lo que Edipo no resolvió, lo que hemos querido entender en nuestra interpretación socrática como un hedonismo, una conquista en batallas cotidianas con lo inocuo elevado a tragedia, al lugar común donde la noción de desamparo no es otra cosa que una idea edulcorada de la soledad; el poema es ahogo y abismo porque hace en nosotros el misterio de la transfiguración, ese pasar del logos a la carne, no la anodina filigrana de las palabras zurcidas para la decoración… nuevamente María Zambrano para servirme arbitrariamente de sus palabras y así decirme lo que el poema y lo humano son: “Una sustancia formada a partir de la inspiración primera en el inicial respiro, y que inasible encadena al individuo con el respirar de la vida y de su escondido centro”; y en Lezama Lima, amigo y pupilo de la filósofa española, encuentro resonancia de esta reflexión en Paradiso: “Decía el cuerpo y las ronchas, como si los viera crecer siempre o como si lentamente su espiral de plancha movida, de incorrecta gelatina, viera la aparición fantasmal y rosada, la emigración de esas nubes sobre el pequeño cuerpo (…) el jadeo indicaba que (…) le dejaba tanto aire por dentro a la criatura que parecía que iba a acertar con la salida por los poros.”; imagen que va cobrando forma a través de una sucesión de aproximaciones por el símbolo dilatado metáfora hasta que el poema despliega sus significados en tanto certeza fulminante de la realidad que nos revela… el poema es entonces abrazo y aparición, invisible manto que hace manifiesto lo real en su profundidad y en su resonancia; otra vez Zambrano: “La imagen, aun considerada en sí misma, es múltiple, aunque esté sola. La conciencia la sostiene sabiéndola imagen. Y la posibilidad se abre a su lado (…) Su ser de abstracción no le da fijeza, más que cuando un intenso sentimiento se le une (…); de mi Desnudo peregrino de mi boca: “Estoy aquí dios eterno sin escribas/ paseo mi desvergüenza/ sin que mis oraciones se maquillen con tus gestos/ convertido en mujer// anciano y virgen desdeñada/ viejo de beber un adoratorio enfermo de mi cuerpo/ ebrio de saberme sucio asfalto sincacaonicaracolas.”; ésta la inmersión, la inspiración de Narciso, la de la fatalidad a la búsqueda de su doble él mismo para la completud de su voz y de su imagen, ese el abrazo censurado a sí mismo, esa su soledad que va al recorrido de esas huellas que no sabe propias en el abismo de su angustia; ¿para qué? es la pregunta que se hace el poeta, y la respuesta obligada después de mucho caminar, internarse en tugurios, sentado en, antiguamente decíamos en el catre de su buhardilla, hoy es ante el ordenador, de todas maneras cárcavas de la noche, es ¿para qué el poema? ¿para qué ese deambular en el tiempo, que es hacerlo como en las calles, en los inhóspitos recovecos de los días y de los sueños?… eso, la imagen no como representación, sino como presencia, por fin reflejada en el espejo de Narciso, el espíritu vertebrado por la palabra, su metáfora inspirando en el estanque la densidad de su pensamiento, la dimensión de su carne en eucaristía con el devenir cíclico de su memoria en el tiempo, este devenir de la vida no apresado en la palabra libre siempre en el contorno de sus grafías para volar alada y, como dice Lezama Lima en su Muerte de Narciso, “fugar sin alas”;  así la condición del poema y del pensamiento que van hacia el horizonte nunca sellado del presente y siempre a la búsqueda del origen, que es esa que la filosofía hace al volar alada, que articula a la imaginación para darle forma; así esa transmutación del absoluto hacia la consistencia apresable por la mirada o el tacto, historiada en el sistema poético de Lezama Lima, nunca, a pesar de suponerse método, encerrado en sí mismo sino una progresión infinita y sin centro de lo imaginal, como lo dice Henry Corbin, que hermana su pensamiento al de las Eras imaginarias del Cetáceo cósmico: “tiempo que no es ya del eterno retorno del tiempo sino del retorno del tiempo a un origen eterno (…) tiempo litúrgico, ritmado por los acontecimientos del alma”; un devenir, en su aparición, de la imagen, una que, como acontece en la revelación de los rollos negativos de fotografía, va apareciendo desde la nada, desde el abismo del vacío hasta quedar en un súbito ante la mirada; así el poema tejiendo del abismo del tiempo lo que ha de devenir certeza de la realidad en su condición provisional de permanencia; otra vez Lezama Lima, ahora en su Preludio a las eras imaginarias: Con ojos irritados se contemplan la causalidad y lo incondicionado. Se contemplan irreconciliables y cierran filas en las dos riberas enemigas (…) Las vicisitudes de la causalidad antes de precipitarse a su llamado, a la precisión de su nombre, tienen distintas máscaras (…) La identidad que es la extensión crea al ser, como la extensión crea al árbol. Pero todo ser es causal, busca ser causal, para diferenciarse de la sucesión en la infinitud (…) El ser causal es como un bosque dentro del espíritu de la visibilidad”.; así es que Narciso penetra al estanque, más que tras un espejismo se sumerge entre ondas hacia el fondo de sí mismo, hacia esa forma de la imagen que el poema en su símbolo y el pensamiento en su calcinarse delinean para conquistar la instantaneidad de lo eterno; así lo entiende María Zambrano en Claros del bosque: “Y quedaba así luego la realidad sostenida por la libertad y con la palabra en vías de decirse, de tomar cuerpo: La palabra y la libertad anteceden a la realidad extraña, irruptora ante el ser no acabado de despertar (Narciso, digo yo) en lo humano.”; entonces el poema revelación de esos ambos tránsitos que son el nacimiento y la muerte; entonces el poema es sutil imagen corporificada de aquello que el pensamiento persigue hasta calcinarse en ella, irrupción originaria de lo que se inspira en el amnios del estanque, el incondicionado de la vida acertijo para responder a la Esfinge… un ahogo, sí, esa inspiración es aspiración al ser, a un absoluto que, fragmentado, Narciso ha mirado en el primer reflejo de las ondas y que intenta conjurar arrojándose al fondo para que, poético, mediante la palabra pueda entregar una imagen entera de sí mismo desplegada en el tiempo siempre hacia el origen, siempre hacia la Nada de la que debe crear las formas que habita de la realidad y se consumen en un retorno al no lugar que es todos los lugares, la evidencia concreta de la realidad por la metáfora, inasible, atesorada en una memoria que vuelve a distenderse en la anfractuosidad de las ondas, en el hieratismo del fondo del estanque, de su légamo dispuesto para toda forma…

 

 

Juan Galván Paulin.

Flor de agua, Tepepan, Xochimilco, CDMX.

Mayo 2024