Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Intercambios frustados navideños

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Por Adriana Barba

16 diciembre 2020

 

Lo admito soy la grinch que odia los intercambios navideños, la simple palabra intercambio me pone de malas, para nada es mi intención entrar en detalles de lo maravillosos o insoportables que son, ya los pros y los contra los saben ustedes mejor que yo, hoy quiero viajar al pasado muy al pasado y descubrir el punto exacto que hizo que esa actividad tan importante para algunos me causara fastidio.

 

Era Navidad de 1989, estaba en segundo de primaria, mi maestra era una señora con facciones rudas, cabello largo, oscuro, muy exigente pero de buen corazón, se llamaba Panchita, (ya falleció) ahora que la recuerdo parecía una mujer como yo, con cero sentimentalismos navideños, no sé en qué momento la brillante idea de un intercambio le pasó por su mente y la soltó a sus 42 alumnos; todos gritaron emocionados y bueno, no les voy a negar que yo también lo estaba, era la primera vez que escuchaba sobre este ritual endemoniado.

 

Los salones de la escuela eran grandes y muy fríos en mi mente solo estaba Juan Gabriel y la letra de la canción “Yo no nací para amar” chingao, ahora lo recuerdo y muero de risa, pero en mi casa mi mamá hacía el quehacer escuchando al Divo de Juárez, y no era nada raro que todo el día entre Historia de México, multiplicaciones y organización de Intercambio Navideño yo tarareara “Yo no nací para amar, nadie nació para mí tan solo fui un loco soñador no más”.

 

Pusieron los nombres de todos dobladitos en un bote viejo de bombones y por número de lista empezamos a tomar uno, para después pasar con la maestra y en secreto decirle quién nos había tocado.

 

No recuerdo bien la cifra tope para mi primer intercambio pero creo eran como $150 pesos de ahorita. Lo sorprendente es que había una lista pegada al vidrio viejo de la ventana del salón y todos escribimos las opciones de regalo, ajá, igualito que en el 2020 y ¿saben qué? desde 1989 se pasaban por el arco del triunfo esa lista y regalaban lo que les da su rechingada gana.

 

 

Recuerdo que fuimos mi madre y yo a los puesteros de 5 y 15 de Mayo en el centro de Monterrey para comprar un peluche muy bonito para la niña que me tocó, lo envolvimos lindo con un gran moño, y muy feliz me fui a mi último día de clases de la primaria, era la posada navideña, nos darían tamales y bolsita, y el intercambio ¡Yeah! Estaba lista para recibir mi regalito secreto.

 

Al llegar al salón todos pusimos nuestros regalos en una mesa grande, y ya saben como toda niña curiosa uno ahí viendo cuál era el más bonito, el moño más grande o la envoltura más vistosa, mi vista iba recorriendo toda la mesa, hasta que hice pausa en una canasta de mimbre café oscuro, en forma de cuerno, llena de algo que no pude ver que era, Dios, pensé que feo al que le toque esa canasta de viejita.

 

Bueno me visualicé recibiendo todos los regalos, abrazando fuerte a la niña que me había regalado o solo sonriendo si era niño, ya saben a esa edad los niños son ¡guácala! pasaban los minutos y las posibilidades de regalos se iban haciendo menos, hasta que mencionan el nombre de un compañero, Vladimir, chaparrito, tez blanca, ojitos azules, guapísimo el canijo, jamás lo olvidaré, los niños del salón se burlaban de él porque caminaba “como niña” -decían-, a mí, solo me caía gordo porque siempre traía lonches bien ricos y no le gustaba compartir.

Ya saben la típica margarita rellena de frijolitos refritos y huevito con chorizo, ¡deli!

Nunca la probé, pero una gordita como yo sabe a ojo de buen cubero el sabor de la comida aunque sea de lejecitos.

 

Pues Vladimir se puso de pie y pasó a la mesa a recoger su regalo, la canasta de mimbre en forma de cuerno llena de huevitos de chocolate, unos 40 calculo yo, y que viene directo a mí, yo quería cerrar los ojos y que la tierra me tragara, ¡yo pedí un peluche! Le quería gritar pero en eso ya lo tenía abrazándome fuerte, -Feliz Navidad, Adri, me dijo casi en el oído, ¿qué le decía? ¿cómo le reclamaba? -Gracias, igualmente le contesté.

 

Llegué a la casa enojada y en menos de 1 hora me comí los 40 chocolates, era 1989 pero juré con mi boca llena de cocoa y grasa que jamás volvería a participar en algo así.

 

Me he fallado muchas veces, queridos, y me han obligado a participar, en todas ellas se me ha aparecido mi compañerito de la primaria Vladimir con sus chocolates, la última fue en diciembre del 2016 con mi entonces familia política, Dios, ¡qué espanto! Pero ahora por 3 porque mi hijas fueron participes de ese espantosa actividad y con resultados peores que los de mi infancia.

 

Me quedo con la frase, siempre es mejor dar que recibir, no importa qué, sin precio, sin lista de deseos, una canción, unos tacos, un obsequio a alguien a quien quieres, sin la obligación de dar y recibir que a la mera hora creas expectativas que terminan en una canasta de mimbre con sabor a chocolate.

 

 

 

 

Biografía

Adriana Barba

(Monterrey, 1983)

Comunicóloga, máster en Creación Literaria.

Compradora compulsiva de vestidos línea A y tacones.

Amante de los tacos al pastor y de la cumbia.