Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Inevitable

Septiembre 2021

 

No solo es inevitable sino también desconcertante y conturbador . Podría ser equivalente a una superficie brillante que –dependiendo de la luz y la postura del objeto- muestra primeramente un viso anaranjado y deslumbrante y, si lo mueves un poco aparece un reflejo iridiscente de color más oscuro, que refulge y ondula tornasolado como cualquier objeto metálico que reverbera titilante.

 

Primero, en este libro se me aparece lo negro, lo valiente, lo inusitado, lo heroico, lo atrevido.

He aquí algunos versos que iluminan lo oscuro de este reflejo:

 

— Ya se murió la mariposa negra / –¡qué triste estoy!—

 

— ¿Eres […] / como un veneno? / ¿Un brebaje de lluvias y de fuegos / que no conoce piedad?

— los dedos de las uñas […] / tu rojo coral / tu rojo punta de lanza / el rojo atroz de tu beso de lava.

 

— La mariposa guerra  / la mariposa vulva

 

— en medio del enorme alhajero, / nos tendiste / la trampa.

 

— […] tus hijas […], mariposa, / lo que con ellas hiciste: ¡ […] una se volvió tu sombra, / la otra devoró tu carne.

Y entonces, enseguida, curiosamente pronto, nos invade la aureola brillante de la bondad y lo emocionado, de la cordialidad y la indulgencia; pero curiosamente combinadas antitéticamente con el doble sentido del dolor y la herida. Indico con un subrayado lo blanco dentro de lo negro:

 

— ¡Ay que dolor, hermana, / ya se murió la mariposa negra […] / pero… ¡ay que tristeza tengo!

 

— Se murió la rosa de mirada ciega / el diamante más puro /de la estrella

— el diamante más puro / de la estrella, /la rubia sulamita /la judía polaca /la hija del sastre y de la manca /la hija de la chingada

 

— las campanadas lentas de tus pechos /y la miel que derramaban. / Mariposa cruel,

 

— tú, que eras rubia como la miel de abeja, /blanca como leche tibia […] / estás fijada en el papel / sin más color / que el pavoroso negro / de tus alas / que me aturden.

 

— Y en tus pechos siempre hubo / leche blanca / leche amarga / leche negra como tus alas de plata.

 

Sin embargo, curiosamente, descubrimos que nos hemos equivocado, e iniciamos por tanto otra lectura. ¿Qué se ha movido realmente en el papel plateado de esta muerte y el tornasol abigarrado de esta nueva mirada? ¿Qué ha sucedido con la luz? ¿Por qué todo está claro?

¿Completamente claro? ¿Por qué encontramos cosas que nunca vimos antes? ¿Ha sucedido un cambio estructural? ¿La magia de un hechizo? Pero también un luminoso avance hacía el perdón; hacia el olvido; hacia la admiración intelectual y la belleza; hacia la compasión y la sensualidad de la ternura; hacia la cercanía con Dios; hacia el recuerdo positivo, amoroso, de la primera infancia:

 

— Has vuelto a ser agua / madre agua / madre mariposa de agua / mariposa blanca.

 

— y la noche / no duerme / disfrutando / el oleaje / de tus alas / que mecen / los paisajes de Dios.

 

— eras / la madre […], / sonriendo / ante el aplauso de Dios.

 

— sólo tócame / tócame otra vez / madre, / vuelve a tocarme, / a buscar mis manos con tus manos,

 

— Yo voy muriendo con ella, / mientras mi hermana toca / en el piano / la canción más triste

 

— No quieras vernos como un trío viejo / llorando por ti / abrazándonos […]

 

— Madre manantial / árbol del olivo, madre, / […] tus vellos de durazno, rubio invitando a la alegría,

 

— Ya se murió la mariposa estrella / la mariposa bella / la amada mariposa nuestra.

 

— las saladas sonrisas en el mar de Acapulco / cuando nos abrazabas, madre / cuando estabas […] / cuando estabas de alma con nosotros,

 

— quiero ver televisión / contigo / y que suspires / cada dos minutos, / como lo hicimos / en los últimos meses, / cuando ya casi no hablabas

 

— Qué orgullo siento / que hayas muerto / sentada en tu sillón de lectura / -como mi padre lo hizo / en el sillón de su propio consultorio-, / Erguidos, ambos, entre sus libros, / sus diplomas, / sus medallas.

— Su largo moño / que sedujo / a todos los oros / de los tigres / de los hombres / de los dioses de este mundo.

 

— Habrá libros para ser acariciados / candiles imborrables / secretos de amor / chales de rizos diminutos. / Danza, amada nuestra. [Últimas palabras del libro]

 

Libro extraño y conturbador. ¿Dónde está la verdad, en que matiz, en que viso, en que parte de los reflejos luminosos, iridiscentes y tornasolados? ¿Dónde está la verdad de este extenso poema escrito en veintitrés subpartes y un epílogo? ¿De este dolor guardado por quizá cuanto tiempo?

 

Con los cuadros de los grandes pintores, cuyas reproducciones –muchas de ellas- están en nuestras casas, sucede un especial milagro: cada vez que los vemos nos dicen siempre algo distinto. De otro modo no los soportaríamos frente a nuestra vista. Para la calidad del cuadro es preciso esperar, es un asunto de ojos. Si el ojo no se cansa: buena señal. Si el ojo va a aceptarlos por meses y por años, mejor señal aún. Mientras más tarde se produce el cansancio, mayor el arte de esa obra.

 

¿No sucede lo mismo con la novela, con el cuento, con el teatro, con la poesía? Mientras en cada nueva lectura nos diga el texto alguna cosa diferente, más cerca estamos de las obras de arte. No cabe la menor dudad de que estamos con Ethel ante un gran poema largo. Una obra de arte con la misma estatura de “Piedra de sol”, “alturas de Macchu Picchu”, “Muerte sin fin”.

 

El esteta Benedetto Croce considera el tamaño de la mirada del artista: su conocimiento inmediato, directo de primera mano, concreto y palpable, pleno de imagen y sensualidad, que él denomina “intuición”. Pero no todos tenemos intuiciones “cuantitativamente superiores”, como la de los grandes poetas. Como la de Ethel en Inevitable: intuiciones que permiten ver más. Siempre algo más que se abre en dos, y estalla, y colorea, y multiplica, y descubre, y devela la verdad polisémica de la realidad.

 

 

Sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda / 17 de noviembre de 2011.

 

 

Eliana Albala