Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Hospitales

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Ilustración por @_kiahuitl_

16 Febrero 2020

Por Jonatan Frías

Los hospitales son un maldito delirio. No sólo los públicos, que esos además son un maldito suplicio. Todos los hospitales en general se mueven en un tiempo distendido, en un tiempo absoluto sin orillas y sin fin. Apenas pone uno un pie dentro, sabe que el tiempo se doblará infinitamente y entenderá, sin duda, lo que Einstein quería decir con su fórmula. El tiempo esa cosa que lo mueve a uno para llegar a tiempo a cualquier compromiso, cambia de dimensión ahí dentro.

Cualquiera que haya pasado al menos un rato en un hospital, se harta hasta de tener que hacer cita para mear. Cita para limpiarse el culo. Cita para lavarse las manos. Cita para todo. Y si uno es de esos maniacos de la puntualidad como lo soy yo, sabe que si afuera, en el mundo real, uno no está dispuesto a esperar ni quince minutos a nadie, aquí te jodes y esperarás lo que sea necesario, qué chingados.

Ese olor a cloro que habita en cada pasillo, en cada escalera, en cada puto elevador, se te mete en la nariz, en las manos, en los párpados, debajo de la lengua. Te lo llevas a tu casa y se queda ahí durante semanas.

Y luego están las secretarias que te tratan como si en lugar de un hospital mugroso en Ecatepec, ellas fueran las hostess del Hilton en Cancún. No, pendeja, suficiente tengo con el miedo de que el doctor que me toque confunda mi gripe estacionaria con un cáncer de colon y me mande a hacer un montón de estudios, todos innecesarios, como para encima tener que aguantar el olor de tu acetona para despintarte las uñas. Uñas por las cuales no has podido hacer tu trabajo porque están más grandes y más adornadas que el puto árbol navideño que pusieron en el Zócalo en diciembre.

La experiencia de estar en un hospital es traumática por un montón de razones. Si es uno el enfermo, porque nadie te pela. Cada enfermera se turna para no decirte nada. Si eres pariente del enfermo, porque cada enfermera se turna para decirte nada. Se vive una constante desinformación y basada en ella, esperan que cuando llega por fin el médico, que es el que se supone que sí sabe de qué lado mascan todas las pinches iguanas del mundo, le da cita a todos los parientes, incluido el enfermo, para tampoco decirles nada, o lo que es lo mismo, decirles todo en un código que neta seguro ellos ni entiende.

Ya sé, ya sé, no me lo tienen qué decir: ni tidis lis infirmiris sin iguilis. Ya sé que hay algunas que sí son amables, responsables, atentas. También sé que esas están en su año sabático y no regresan sino hasta abril del 2021. Cosa, que hay que decir, no es tan mala como parece, porque es en esa fecha cuando me dieron cita para revisarme esos bultos que me salieron en el cuello. Espero llegar vivo a mi cita, porque si no, voy a estar con el pinche pendiente de que pongan en mi expediente, con sus pinches olivettis más viejas que el carajo, que incumplí con mis obligaciones.

Ahí se ven.