Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Hacer lo inexplicable

Autor: Alejandro Serna

Mayo 2022

 

 

Muchos se preguntan por qué después de haber matado a sus padres aún me sigue visitando en la cárcel. El amor. No hay otra respuesta. No hay otro motivo para hacer lo inexplicable.

La historia comenzó cuando llegué a trabajar en la finca de los Alzate gracias a la recomendación de un primo. Era una finca ganadera en la que siempre mantenían entre ochocientas y mil reses, por fortuna había seguridad privada y algunos empleados por temporadas, yo únicamente me encargaba de la administración. Tenía una amplia casa en la que vivía con mi mujer y mis dos hijos que aún no tenían edad para ir a la escuela; sin duda el mejor trabajo que he tenido, porque antes sí tuve que comer mucha mierda en otras partes, cogiendo café, desyerbando y todo lo demás. Esa finca, El Descanso, era un paraíso, un sueño.

La llamaban El Descanso porque era el único terreno plano en medio de la montaña, era el sitio que los ciclistas utilizaban para tomar un respiro después de unos veinte kilómetros de subida, la mayoría se devolvía de ahí, otros más osados seguían escalando en el caballito de acero hasta la carretera principal o hasta el nevado, según el estado físico y el clima, casi siempre lluvioso. A mí esposa y a mí se nos ocurrió la idea de vender aguapanela con queso para los tantos ciclistas que subían hasta allí, y poco a poco fuimos cogiendo fama y clientela, además de que era una entrada de dinero para nosotros, al patrón le gustaba porque la finca ganaba prestigio, aunque nunca supe qué recibía él con eso si ya estaba forrado en plata.

Un domingo, gracias a nuestra venta de aguapanela, conocí mis desviaciones. Mi esposa y mis niños se habían ido para la misa que daban los primeros domingos de cada mes. La capilla quedaba retirada, eso los hacía demorar casi tres horas entre ida y vuelta caminando y, por supuesto, la eucaristía. En ese lapso aparecieron varios clientes, y entre ellos David, un tipo apuesto, fornido, se notaba que había sido deportista toda su vida; ya rondaba los cincuenta años, pero con suficiente estado físico para llegar en bicicleta hasta El Descanso. Él venía con otros tres hombres y una joven, nunca supe qué parentesco tenía con ellos y tampoco importaba. El caso es que todos se adelantaron, David dijo que se tomaba otra aguapanela y los alcanzaba; creo que fue una excusa para quedarse hablando conmigo, porque lo primero que hizo fue ponerme conversa, me habló del clima, me preguntó sobre las vacas, la leche tibia, el ordeño y así; armas que aprendí a utilizar y que fueron las que me metieron en esto. David y yo hicimos todo lo que dos hombres homosexuales que se atraen pueden hacer a solas y con tiempo. Desde ese momento mi relación con mi esposa pasó del aburrimiento al asco, había descubierto una nueva fuente de placer que quería seguir viendo fluir; el único problema fue que David nunca más volvió a subir a El Descanso, o al menos yo no lo volví a ver.

Pasó el tiempo y llegaron los preparativos de Navidad y fin de año, pensé que esa aventura se había quedado en el olvido, afortunadamente fue un desliz del que nadie se enteró; incluso, gracias a que David no volvió a aparecer, llegué a pensar que todo había sido un sueño. Como era época de vacaciones, los patrones se aparecían más a menudo por la finca, por lo regular cada fin de semana. Tenían una hija de veinticinco años que no le gustaba ni poquito el campo y siempre que iba se la pasaba haciendo malacara, pegada del celular, renegando porque allá no había señal de internet. El hijo, tres años menor, sí es un caballero, siempre atento y dispuesto a aprender las labores del campo, enterado acerca de la compra y venta de ganado, preocupado por conocer los linderos de la finca, creo que se interesaba bien por conocer lo que sería su herencia.

En una de las madrugadas a ordeñar, me topé con él en el corredor, estaba sentado mirando hacía los prados, me habló sobre el rocío, que yo en ese momento no sabía que se llamaba rocío y pensaba que eran simples gotas sobre el pasto. Yo le ofrecí tinto recién hecho, y después de tomar cada uno una taza, me acompañó a ordeñar. En el trayecto me contó que estaba estudiando en una universidad de España y que solo le faltaba un año para terminar la carrera y regresar al país, aunque no descartaba hacer una especialización, para aprovechar que ya conocía parte de Europa y tenía buenas referencias de algunas universidades; aunque también me habló sobre la discriminación que sufría, al principio pensé que se refería a su tono de piel trigueña o a su procedencia latina, pero la cosa iba por otro lado.

Cuando me vio ordeñando me dijo que quería aprender, se sentó en la butaca y yo le expliqué la técnica: halar y apretar. Al principio estuvo tenso, por supuesto, incluso la vaca casi nos patea al sentir incomodidad; luego nos dio risa y lo intentó de nuevo, cada vez con mejores resultados. Entonces saqué la frase que meses antes David me había dicho: «¿Has probado la leche tibia…de un hombre?». Él me miró, ruborizado, no dijo palabra pero se quedó viendo mi pretina. Mi pene desde dentro hacía toc-toc. Me acerqué y él se pasó la lengua por los labios para humedecerlos. Me lo sacó… todo lo demás fue placer.

Desde ese día él quiso pasar más tiempo en la finca, no solo los fines de semana con sus padres. Se ofrecía a acompañarme alegando su interés por conocer a fondo los detalles del ganado y los prados, y por conocer más y hasta el fondo de mí. Nuestros encuentros sexuales se daban casi siempre en la bodega o en uno de los prados que lindaba con la finca vecina y que mantenía desolado, no gustaba porque era el único sector con árboles y nos daba privacidad. Sin embargo, nuestro secreto duró apenas dos meses; creo que su padre comenzó a sospechar de nuestras andanzas y ya no lo dejaba ir solo a la finca, cuando tratábamos de salir a caminar por los prados, el patrón insistía en acompañarnos; también lo presionaba para que regresara a la universidad en España, incluso cuando él le había dicho que deseaba dedicarse a las labores del campo el resto de su vida y no quería estudiar más.

Pero fue un fin de semana cuando todo dio vuelta. Mi esposa y mis niños estaban de visita donde mi suegra, yo me levanté como siempre a las cuatro de la mañana para poner la aguapanela en el fogón de leña, y ahí se apareció él, semidesnudo, enfierrado. Me dijo que no aguantaba más porque llevábamos muchos días sin tocarnos, yo tampoco oculté mis deseos y entramos en función del deseo. Hasta que llegó su padre y de un grito nos separó. Los alegatos, amenazas y golpes no dieron espera, todo se dio muy rápido. Él se fue contra su padre cuando trató de pegarme con un machete, con un azadón le dio en la cabeza varias veces, creo que tenía resentimiento acumulado y tuve que detenerlo porque no paraba de darle después de haberlo matado. No sé de dónde sacó tanta rabia, creería que la constante discriminación por su orientación sexual lo había reprimido toda la vida, y no fue diferente cuando su madre se asomó después de escuchar los gritos y golpes. También la dejó en el suelo de dos tramacazos. Le arrebaté el azadón, lo limpié y puse de nuevo mis manos para que se notaran mis huellas, le dije que corriera y llamara a la policía, no podía permitir que el resto de su vida la terminara en una cárcel. Dudó, pero después de un largo beso desapareció.

Lo dejé de ver seis meses hasta que me buscó en la cárcel. El amor, no hay otro motivo para hacer lo inexplicable.