Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Guía práctica para salir adelante

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Por Jonatan Frías                                        Imagen: Luis Alanís 

16 Enero 2021 

 

Uno debería poder sentarse todos los días, todos los días, a tomarse una taza de café y a escuchar un disco de Beach House o leer un libro de Jaime Gil de Biedma. No siempre se puede y lo que es peor, hay quienes nunca pueden. Es decir, que antes de todo debemos de ser conscientes de que en nuestra realidad poder hacer eso no sólo es un privilegio económico, sino social.

 

Hace un año nos llegaban noticias de un nuevo virus y si bien algunos pudieron sospechar algunas consecuencias más o menos previsibles, la realidad es que nadie sospechó, ni en el escenario más desastroso, que este enero aún seguiríamos así. Pronto la gente que cumple años en marzo celebrará su segundo cumpleaños encerrado. No es éste el lugar para enlistar la lista de responsables, pero sí está claro que los hay y en diversos órdenes.

Quizá por esto duele tanto cómo han saqueado a la cultura en los últimos dos años. Porque frente a esta situación por todos lados extraordinaria es la cultura la que ha sostenido a gran parte de la sociedad anclada a algo más bello y más esperanzador que la realidad misma. A través de los libros y los discos y los tragos es que estar en casa no es algo desagradable. Para alguien que ha pasado la mayor parte de la pandemia solo, cómo es mi caso, además me ha salvado de una inevitable depresión. Houellebecq decía en su novela “Sumisión” que la literatura nos permite estar en contacto con la integralidad de otra mente de manera más clara y más profunda de lo que podríamos hacer con cualquier amigo en una conversación cualquiera. Coincido con él. La lectura, a diferencia de la conversación, es lenta y sosegada: transparente. Permite que regresemos con calma e innumerables veces a las palabras dichas/escritas y que reflexionemos sobre lo dicho. Es, en ese sentido, un diálogo entre pares: entre cómplices.

Recordar esto no es un ejercicio estéril. Sabernos afortunados es de entrada ya una forma de gratitud. Un acto responsable y empático. Una forma de conectarse con los demás. Gestos así son los que nos ayudarán a seguir apenas un paso más adelante. ¿Hay algo más importante en este momento?

Hace años, cuando yo era un veinteañero sin rumbo y petulante que pasaba sus días en las aulas de la escuela de filosofía pensaba que tener esperanzas no era más que un síntoma de que aún se podía caer más bajo. Confieso con tristeza que aún podía sentarme en cualquier banqueta con un Gansito frío y un medio litro de leche a afirmar lo mismo. Pero en momentos como éste, la esperanza es quizá la mayor muestra de que podemos salir adelante.

Ser felices es el acto más revolucionario que podemos hacer. Ahora, cuando nuestro gobierno está rebasado y prefiere seguir confrontándonos, amarnos, reír, tomarnos una cerveza, coger desmedidamente, saltar dentro de una fuente o corretear a las palomas, es la mayor resistencia que podemos hacer. La cuarentena sigue siendo necesaria, sí, pero aislarnos, prolongar aún más el afecto y el cariño, puede hundirnos en una desesperación sin retorno. Habrá que hacer pronto el estudio de las muertes colaterales del virus. No todos los que nos han dejado, lo han hecho enfermos; otros, lamentablemente, lo han hecho profundamente tristes y solos.

Por eso, si usted puede, quédese en casa y cómase un tamarindo o una caja de mazapanes. Ponga ese disco de New Order que hace tanto no escucha y baile en calzones por la casa. Disponga de un whisky o una ginebra con agua y limón y ponga una película de Woody Allen. Siéntese a leer un libro de Mariana Orantes, que le aseguro que quedará maravillado de su inteligencia. Si está acompañado de su pareja en su encierro, comparta con ella/él esa rebanada gorda de pastel de naranja y ese vaso de leche helada. Ame encabronadamente. De qué otra forma haremos que los días sean menos y, sobre todo, de qué otra forma haremos que los días sean memorables.