Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Flying is a gas

Autor: Federico Traeger

Septiembre 2022

 

Suena la alarma. Dos de la madrugada. ¡A correr! El vuelo sale a las ocho. Debemos llegar al aeropuerto cuatro horas antes. Al acostarnos, igual que todos los viajeros, mi esposa y yo ingerimos Flying is a gas!, la pastilla que estimula el meteorismo intestinal. Debemos producir gases en nuestros intestinos para que nos apliquen la prueba antes de abordar. La acción del inocuo medicamento reglamentario, por fortuna no interfiere con el sueño y hemos dormido plácidamente. Nos sentimos repuestos y entusiasmados, aunque la inflamación estomacal no es lo más cómodo del mundo.

 

 Llegar al aeropuerto es, prácticamente, ya estar de viaje. Huele a gentío en el sentido más entrañable de la palabra. Vaya que hemos evolucionado para adaptarnos a los tiempos que imperan. Es increíble cómo se ha sofisticado el escrutinio del rastreo de materiales explosivos. Todo empezó con un idiota que intentó hacer estallar la suela de su zapato en pleno vuelo. Eso hizo que, millones, nos quitáramos el calzado para meterlo por la máquina de rayos equis antes de cada abordaje. Después llegaron los terroristas tragabombas, la gran revolución en terrorismo organizado. ¿A quién se le iba a ocurrir que una secta de fanáticos pudiera ingerir diversas sustancias que, al combinarse en su tracto intestinal, y tras tomar un vaso con agua, se detonaran, derribando en una sola noche, cincuenta y siete jets en distintos puntos del mundo? A nadie, y mucho menos a mí.                                                     

 

Inevitablemnte, viajar cambió. Ahora hay que desvestirse antes de abordar. Las colas son largas y lentas. El nudismo obligatorio es poco atractivo, salvo una que otra excepción. Por más que las autoridades pidan que vistamos prendas fáciles de quitar y poner, hay quienes afectan el proceso con su torpeza al desnudarse, y eso enoja. Detener la flatulencia es incómodo para todos. Al principio me daba vergüenza desnudarme ante los agentes. Pero con el tiempo me acostumbré a quitarme la ropa, ponerla en una caja, cargarla y permitir que las manos enguantadas de un agente con máscara de oxígeno estimulen, con un breve y efectivo masaje, la salida del gas que durante la noche se estuvo acumulando, mismo que es absorbido por un detector de explosivos. A veces se complica y es bochornoso, se siente uno ridículo y vulnerable, pero se encuentra al alcance lo disponible para la higiene personal y, qué alivio cuando se desinfla el aire de las visceras. Si alguien diera positivo, cosa que hasta ahora no ha ocurrido, sería llevado a un cuarto que absorbería la explosión de su cuerpo sin que nadie, más que ella o él se vieran afectados.

 

 Que cada pasajero suelte gases antes de subir al avión es una medida de seguridad, pero tiene sus desencantos. No es fácil acostumbrarse al olor. Muchas personas se ponen pinzas que cierran sus fosas nasales, las más finas son de platino con las siglas de su dueño, grabadas. Al principio el buqué me resultaba intolerable. Sin embargo, con el paso del tiempo, mutó en olor a viaje. A los empleados en los aeropuertos les importa más evitar estallidos, que llevar a los turistas a sus destinos. Viajar sigue siendo emocionante, pero cada vez menos posible. Cualquier retraso provoca que los viajeros, sobre todo los de vientres amplios, suelten sus gases antes del túnel, se arman acaloradas discusiones y eso implica darles una nueva dosis de Flying is a gas! Con frecuencia los vuelos se retrasan y hasta se cancelan. Ojalá que hoy nada impida que, quienes van delante de nosotros, logren expulsar su ventosidad sin complicaciones, pues a mi mujer y a mí ya nos urge airearnos a la orilla del mar.