Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Expiación

Para Leopoldo Lugones

 

Por Sisinia Anze Terán

Octubre 2021

 

Fidias era un joven monje que buscaba la iluminación divina y, con la intención de lograr su propósito, había recurrido, sin suerte, a varios monasterios. Con las distracciones de la vida cotidiana y la efervescente compañía de otros jóvenes entusiastas, aspirantes a monjes, le había resultado imposible alcanzar su máximo deseo. Una noche, echado en su jergón, tuvo una epifanía: Escapar e internarse en las vastas tierras de Jericó, cerca del Río Jordán, un yacimiento arqueológico llamado Tell es-Sultán, situado sobre una colina desértica. Ahí, dentro de unas terrosas cavernas, Fidias encontró el lugar ideal para entregarse a la contemplación y conectarse con el espíritu divino. Nonagenario ya, Fidias continuaba haciendo ayuno y orando por los pecados de la humanidad. Se alimentaba de dátiles, granadas y agua. Todo era soledad infinita, sólo interrumpida de tanto en tanto por el tránsito lejano de algunos pastores que guiaban a sus animales. Un vasto páramo donde la aurora y el ocaso se fundían en una misma soledad. El incesante sacrificio de Fidias, con sus ayunos y oraciones, había aportado a liberar al mundo, en más de una oportunidad, de pandemias, guerras y siniestros. Él sentía que estaba a punto de alcanzar el máximo nivel de espiritualidad. Su máximo anhelo estaba a por concretarse.

Un día, mientras Fidias oraba, un extraño se acercó a la entrada de la caverna en busca de ayuda. Desde hacía muchas décadas ningún alma se había acercado, ni siquiera pasado cerca. El monje, después de verlo desplomado bajo el umbral, le dio agua fresca. El visitante tomó la jarra con ambas manos y bebió con avidez, como si de esos tragos dependiera su vida.

Al cabo de unos días, cuando el invitado había recuperado fuerzas y estaba en condiciones de retomar su camino, le hizo al monje una serie de preguntas que, irremediablemente, lo arrebató de su larga contemplación.

—¿No sacrificó Dios a su único hijo para salvar al hombre de los pecados del mundo? ¿Por qué aún continúa Caín peregrinando con la marca de su maldición? ¿Y la mujer de Lot? ¿Por qué continúa convertida en estatua de sal?

El monje escuchó sin entender cuáles eran las intenciones de su inesperado visitante.

Al siguiente día, el hombre, que en realidad era el mismo demonio, se fue complacido por haber logrado sus solapados propósitos.

Su plan resultó efectivo, porque desde aquella noche, una inquietud invadió el espíritu del santo hombre. ¡Liberar esas atormentadas almas!  Una mañana, tomó la decisión de asumir esa importante y menesterosa responsabilidad y, apoyándose en su cayado, inició su incierto viaje, guiado tan solamente por su fe. La fragilidad de su cuerpo era el único obstáculo que retrasaba el cumplimiento de su misión. Caminó durante meses, procurando que la noche no retrasase más su marcha. Descansaba un par de horas, en las que bebía agua y comía un puñado de dátiles dulces. Finalmente, cuando parecía que sus esfuerzos habían sido vanos, se encontró con Caín. Conversó con él, convenciéndole que, a través del bautismo, él podría liberarlo de su pecado.  Caín, al momento de ser ungido con los oleos, renunció al mal y recibió la salvación en nombre de Cristo. Entonces, con una sonrisa de alivio, el recién bautizado, fue testigo de la desaparición de la marca con la que había sido señalado, y en su lugar aparecieron las marcas de la humanidad. Liberado al fin, Caín continuó su camino.

El viejo monje caminó y caminó cruzando viejas, desoladas y destruidas ciudades, hasta que, cerca de una de ellas, la encontró. El anciano sintió de repente que todo su viejo cuerpo temblaba. Ahí estaba la estatua de sal, reposando tan vieja y traslucida por la carga de los siglos. En un recodo de la ruinosa ciudad. Era una figura cristalizada color marfil. Se acercó a ella y vio cómo, bajo su pétreo y salino manto, una larga y porosa aparición parecía mirarlo con desesperación.

Se acercó a la estatua. Aquellos ojos exánimes y desteñidos, esos labios resecos y agrietados, estaban irremisiblemente paralizados por la irrupción de la roca en la quimera eterna de los tiempos.  El monje no perdió más tiempo. Echó agua sacramental sobre la estatua. La sal se diluyó y la mujer, tan vieja como el mundo, surgió vestida con pavorosos andrajos. Parecía levitar como la ceniza en el aliento de un viejo volcán, escuálida y trémula, llena de eternidad.

La mujer habló con voz fosilizada. Rememoraba la siniestra visión de la deflagración de los azufres caídos por la ira del Creador sobre la degradación de las ciudades. Cayó en cuenta que el monje acababa de salvarla. Ahora podría morir en paz. Estaba salvada.

Desesperada la anciana por compartir con alguien su secreto, preguntó al monje:

—¿No queréis que os revele qué descubrí cuando giré el rostro para ver cómo ardían Sodoma y Gomorra?

Entonces una curiosidad espantosa invadió al monje.

—Mujer, no creo que sea una buena idea. Llévate ese secreto a la oscuridad de tu sepultura.

—No podré descansar en paz, si no comparto con otra alma este secreto que me viene quemando las entrañas por siglos. ¡Oh! Tú, santo hijo de Dios, podrás soportar la carga de esa revelación sin manchar tu espíritu con el pecado. Deja que de fin a mi martirio y pueda morir en paz.

—Hablad, entonces mujer. ¿Qué fue lo que vuestros ojos vieron?

La mujer se acercó etérea al monje y, con voz saturada de un sinfín de crepúsculos, le susurró al oído.

—¡Oh…, Dios santísimo, ¡no! —gritó el Monje.

Los pies del anciano, rígidos como la roca, se enraizaron en el suelo, sus manos se fosilizaron y sus ojos se cristalizaron perdiendo el brillo de la vida.  El viejo monje terminó convertido en estatua de sal.

 

 

 

 

 

Sisinia Anze Terán, novelista boliviana. Hasta la fecha lleva 14 obras publicadas: 6 novelas, 4 libros de microficción, 1 libro de poesía, 3 de cuento. Ha participado en diferentes antologías nacionales e internacionales; entre las más están Caspa de ángel (2020), antología de cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico, compilada por Carvalho Oliva y Batista,  y publicada por Editorial Kipus (Bolivia), A puerta Cerrada (2020), antología de microficción de autor de Caro Fernández, Leo Mercado y José Manuel Ortiz Soto, publicado por Quarks Ediciones Digitales (Perú), Gestos de Escritura (2020) antología de microficción de Pía Barros y Lorena Díaz, publicado por Ediciones Sherezade (Chile), Antología de microficción No somos Invisibles (2020),  publicado por  la Editorial Luvina (Argentina), Antología de cuento Femenino Singular (2020), Escritoras bolivianas actuales, publicado por Grupo Editorial Sial Pigmalión (España), Antología Mosaico (2020) Microficciones sobre Discapacidad de Rodríguez y Carvalho .