Todo comenzó cuando supimos que tu cuerpo mudaría. En aquel presente navegarías en la enfermedad. Maravilla negra hizo que me olvidara del cuarto propio.
Hice una alianza contigo. Por ello rompí el propio espejo que había construido cuando me atreví a salir de la placenta. Un espejo en el que me miraba complacida y plena. Pero una vez espejo roto, me miré en el tuyo. Durante momentos, en mí aparecía la añoranza por la esbeltez conseguida. Pero tenía que decirte que mi cuerpo también podía cambiar en sacrificio para que no volaras. Dejé de teclear y en silencio te dije: “de nuevo soy niña”, vuelve a alimentarme para ser otra vez rubicunda. Preferiste mi abrazo para cerrar los ojos.
He vuelto al cuarto propio, ya no tecleo. Me dedico a saciar la perennidad de mi hambre. Y cada noche con una esquirla marco la palabra orfandad en mi cuerpo.