Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Espantapájaros

ESPANTAPÁJAROS ANESTESIA

Por Adriana Azucena Rodríguez   

16 Junio 2020                                                                                                              

     Imagen: Brenda Vidal

Después del último fracaso amoroso, ya estaba harta de volver a intentarlo y me juré no caer otra vez. La soledad me sentó bien, después de tantos años en pareja, pero me pesaba a la hora de la cena y, principalmente, a la hora de dormir: el insomnio era insoportable, tan acostumbrada estaba a dormir acompañada.

No había más remedio que hacerme el hombre a la medida. La idea se me ocurrió con un terror nocturno: sentía una presencia en la habitación, una mirada clavada a mi espalda, casi lo escuchaba respirar. Cuando junté suficiente valor, giré sobre la cama y entonces descubrí un saco de mi ex colgado de una percha. Ahí nació esta relación.

La estructura era importante —no quería un guiñapo acostado permanentemente: ya lo había tenido y era desesperante—: el saco con ese olor familiar y masculino, un pantalón que siempre me quedó muy grande, sacrifiqué el relleno de todas mis almohadas —pero con él me bastaba— hasta lograr el peso indicado. Me sentí orgullosa al crear su cabeza: un viejo cojín de muñeco de nieve, con un rostro sonriente y un poco ingenuo. Hallé el perchero a la medida para mantenerlo de pie y desmontarlo rápidamente. Su virilidad nunca fue un problema: mi fiel vibrador de pilas.

Me dormía con su brazo bajo mi cabeza, me sentaba sobre él para ver televisión o, a veces, para trabajar en la computadora; le compraba frasquitos de lociones, las rueditas permitían sacarlo a bailar de vez en cuando o ponerlo junto a mí mientras hacía el aseo de casa o posarlo frente a alguna ventana para que me esperara alguna tarde y, de paso, ahuyentar a algún malintencionado.

Por la rutina de muchos días, por mi insistencia o por algún conjuro olvidado, pero… ¡Cobró vida!  No sé si sólo aprendió cinco palabras o si simplemente era callado.

Por supuesto, es como todos: se oyen risitas en el ropero, aparece ropa interior ajena en sus bolsillos, la casera ha entrado a mi departamento, sin razón aparente, mientras estoy fuera. Algunas amigas me han solicitado, con cualquier pretexto, quedarse a dormir en mi casa.