Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Escribir con el cuerpo

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Por Ethel Krauze                                 Imagen: Luis Alanís 

16 Enero 2021

 

 

Hemos vuelto a lo sustancial. Y no hay más sustancia que el propio cuerpo. Es lo que hay y es lo que somos. Simplemente, respirar, se ha convertido en esperanza, plegaria, bendición, felicidad, milagro. Nada puede igualar la sensación de la salud que corre por el cuerpo y lo hace habitable y dichoso.

El cuerpo es nuestra casa. Nunca debimos haberlo abandonado por los jolgorios de la calle. Estos meses pandémicos nos han obligado a tocarnos a nosotros mismos. No a otros, sino a nuestra propia piel. Sentir los músculos, las venas, los nervios. La forma de los huesos, el crecimiento del cabello, la cara recién lavada sin afeites para agradar a nadie externo a nuestra propia mirada que descubre día a día quién es el verdadero yo que está frente al espejo.

Sin tiendas, automóviles, y restaurantes, nos despojamos de prendas incómodas, nos pusimos a hacer yoga, calistenia, caminatas, aunque fuera en los pasillos de la casa, y nos metimos a la cocina a preparar, ahora sí, los sagrados alimentos, cuidando los ingredientes, las proporciones y descubriendo sazones que no imaginábamos conseguir.

Escribir es una actividad física, y lo mismo que me quité el brasier y los tacones, me quité las anclas de mi cabeza y recuperé el cuerpo en mi escritura. Dejé el teclado y volví a la pluma. Dejé la pantalla y retomé el papel. Involucré el peso de mi cuerpo a las diferentes sillas, sillones, posturas, ventanas, esquinas, inaugurando nuevas posibilidades de luz y de sombra para el acompañamiento de mis letras. Dejé que fluyeran las primeras palabras y que se me atravesaran los ríos más veloces que mi mano y me solacé persiguiéndolos, sumergiéndome en sus aguas con los ojos cerrados y los dedos temblorosos. Sentí los arabescos de mi pluma a ratos tensa, ora ligera y la caligrafía desbordándose grande, redonda, y empequeñeciéndose en los rincones del papel y más oscura, repasada por allá.

Dejé mis propios arquetipos, como dejé el saco, el cinturón y la bolsa. Y me olvidé de géneros literarios y de formatos, y sobre esos olvidos se arracimaron otros, que son sus satélites orbitando la expectativa siempre urgente de los premios y publicaciones, presentaciones, entrevistas, y el sabor de la farándula de éxitos de quince minutos.

Volví al sabor del aguacate y del chayote al natural, la mandarina en gajos resbalando su jugo por la barbilla; es decir, me rendí con humildad al fulgor de la poesía que siempre me ha abierto la puerta y a la levedad del cuento al que tenía guardado en el armario por andar desfilando a la moda de Miss Novela en el aparador de la industria editorial.

Sí, escribir con el cuerpo ha sido como recuperar el aliento. Esa respiración que ahora todos vemos y sentimos como el auténtico milagro de la vida.