Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Era una noche de furiosa anatomía (Fantasía Gorno)

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Por Pedro Paunero

16 Noviembre 2019

Cuando Guarra Macías estaba por meterse al antro de moda –relucía fuera el letrero que cambiaba de forma: El lugar de las piernas desnudas, donde un par de piernas femeninas ora se cruzaban o se descruzaban, ora se volvían velludas e hiper masculinizadas—, se detuvo, volteó y echó una última mirada al gran puente que unía el centro de “Ciudad—Tuxpan” con “Santiago el Niño”, al otro lado del río, y miró cómo la banda de traficantes se empeñaba en tratar de colgar de los pies a un par de policías con ojos desorbitados. Uno de los traficantes descendía como araña por la estructura del puente agarrándose con una mano mientras en la otra atizaba la zumbante sierra láser. Cortó a la altura de las articulaciones. Los miembros biónicos cayeron a las aguas heladas chorreando fluidos alimentadores, abriéndose a lo largo y contrayendo sus tendones cromados. Al final colgaron un letrero pletórico de faltas de ortografía de las vigas del puente:

 

“Pake apriendan a Rrespetar”

 

Dejarían ahí los cadáveres hasta que las partes biológicas murieran o fueran extirpadas, para ser usadas en trasplantes clandestinos, y las biónicas fueran retiradas por piratas que las revenderían a otros policías que quizá correrían la misma suerte que estos.

—Tengo membresía VIP –dijo Guarra a la Princesa Azteca de diseño de 5ª generación que custodiaba la entrada, esta desplegó su par de alas de águila descalza rematadas en manos tentadoras, envolvió a Guarra en un abrazo obsceno, le acarició las nalgas y sonrió. Cada pluma se le había estremecido de placer.

—¡Ya lo veo, chica! –expresó, equivocándose de acento, hablando como cubanita y dejándole pasar.

Guarra se enfrentó a la media luz. Del techo pendían jaulas con mujeres—hombre. La mitad izquierda femenina, la derecha masculina, iban desnudas y tatuadas, ora el pene—mitad autofecundante se insertaba como serpiente buscadora, con su aguijón en el glande, en la vagina—dentada a su lado o esta tiraba dentelladas blancas, mordiendo y chupando su gemelo peneano como se chupa un plátano partido a lo largo y eyaculando. Observó entre la atmósfera densa, buscando. En primer plano un par de lesbianas frotaban sus pelvis una contra la otra al ritmo de la neuro—música. En los dedos índices se abrían los injertos—glandes con los cuales exploraban los cuerpos de las otras, metiéndose entre las tetas, las nalgas y las vaginas sonrosadas. Hacia la mitad del antro un clon de la Venus Calipigia movía las nalgas de la mejor forma desde tiempos orgiásticos romanos.

La mirada se le deslizó al fondo donde localizó a la Sumisa con su collar de cuero con cadena. Su amo le obligaba a arrodillarse y lamerle las botas de piel abrillantada. Perfecta en sus 1.90 m de alto, el cabello corto y un par de lágrimas que corrían por sus mejillas, insertada en un dildo doble de cuero, se arrastraba por el suelo. Guarra encontró al Charro Negro lanzándosele al cuello. El charro apartó de un manotazo a la rubia que tenía entre los brazos y le plantó un beso chupador en la boca.

—¡Ah, hija de Cortés, emputecida mía! –y repitió la operación.

—Hijo de Moctezuma –dijo ella—, necesito vuestra pronta ayuda. A través de la Mar Océano he venido a este país de Interzonas donde confluyen los placeres exacerbados de la globalización con las más antiguas tradiciones…

—¡Ja, no mames, ni yo me la creo!

—¡Pero que es cierto! –Se quejó ella, zalamera—. Busco a alguien que me quite este ardor que siento en la garganta.

—Bueno, bueno, falta de confianza… habérmelo dicho antes… vamos a mi rinconcito privado—. Guarra lo siguió abriéndose paso un poco a codazos y otro poco entre apretones y pellizcos de nalga y chichis. El Charro se sentó y la jaló hacia sus piernas—. ¡Ahora a poner a chambear esa boquita salerosa, guapa!

—Primero has de mostrarme a la Santa pues quiero que bendiga esta boquita pecadora…

—Santos mis huevos y no comulgan, morra…—En un movimiento veloz que se borró en el aire Guarra extrajo el arma que clavó en medio de las piernas del Charro y disparó.

—¡Pues ahora se han de ir al cielo, gringo de mierda! –los huevos y todo lo demás estallaron por el aire mientras el cabello negro azabache del Charro se teñía de rubio y las McDonalds que se había tragado le salían por la panza a la par que vomitaba sangre y vísceras. Alguien gritó un poquito por ahí pero nadie dejó de bailar. Los Narcopolicías llegaron y madrearon a todos un poco más. Me consta que la única que gozó la madriza fue la sumisa que seguía arrastrándose por el suelo pidiendo más.

—Le agradecemos mucho, agente Macías –dijo un narcopoli con la barriga prominente a punto de hacerle saltar el botón de la camisa manchada de salsa de barbacoa—. Nos habían dicho que andaba de vacaciones por acá, en el Puerto del Valle de Nezayork y nos atrevimos a pedirle ayuda. En este país no se tolera la competencia y este güey traficaba con Pornocho—Mezcalina y María variedad Ladradora y Pedorra envasada de origen y eso está mal pero muy mal —negó con la cabeza—, ¿Cómo supo que era un impostor fronterizo?

—Porque le he pedido ver a la Santa y se ha negado. Conozco al Charro Negro tan bien como mis nalgas cuando me las veo en el espejo. Ahora a por la paga, chaval…

El narcopoli aplaudió una sola vez.

—¡Suelten a ese güey! En este momento se le conceden dos meses, en agradecimiento por su colaboración, para que su novio trafique por su cuenta, agente Macías, luego podríamos aplicarle a usted el Artículo 33 … Así que disfruten de nuestras bellas playas y luego, como dicen ustedes: ¡A tomar por culo a su país!.

El Charro Negro verdadero y Guarra salieron. Se metieron en un callejón y empezaron a toquetearse.

—Mostradla ya, guapisísimo… vamos, de una vez, mira que he venido desde la Madre Patria en busca de este polvazo que… ¡Polvazo!—. El Charro se arremangó la camisa. Una bio—pantalla en su muñeca se encendió en medio de la oscuridad. El rostro apergaminado de María Sabina apareció, emitió una letanía mística mezclando mazateco y español y Guarra comprendió.

—¿Qué te dijo la Santa, guarrita, qué te dijo?

—Pues que sí he de ser una guarra que lo sea de una puñetera vez, querido… ¡Y ahora a por ti!

Guarra le montó en medio del callejón, arrancándose la tanga de un tirón. El Charro retrajo las uñas y aparecieron las agujas hipodérmicas. Se metieron un poco de todo y en menos de lo que una morra borracha dice ¡quiero vomitar! en medio de sus alucines se transformaron en cerdos. Él con una polla retorcida como tornillo cubierto de espinas (para, al penetrar, provocar la ovulación) y ella con un coño como orquídea dentada o boca de piraña. Y lo hicieron ahí hasta que ambos cerdos se vomitaron los hocicos (tacos y paella en medio de los dientes les entraron hasta las gargantas, mutuamente) de puro asco obsceno.

Sí, aquella había sido una noche de furiosa anatomía… Y, para Guarra, no había hecho sino comenzar.

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En el Puerto del Valle de Nezayork el artículo 33 constitucional apunta que “cualquier alienígena, mutante, objeto sagrado (en estado líquido, sólido, gaseoso, plasma o súper conductor), metamórfico, bajo cualquier forma o estado existencial (esto vale para muertos vivientes y pedazos ambulantes putrefactos), alma en pena, extranjero humano, sub humano, post humano o lo que se acumule y que haya existido, exista o vaya apenas a existir, que muestre una conducta indeseable, será puesto a disposición de las autoridades, mismas que lo echarán del país sin decir “¡Agua va!”, con una patada por la espalda (o su equivalente) y sacado de inmediato del país”.