Ensayo sobre Franz Kafka

IMG_6254 Por José Antonio Lugo 16 Mayo 2020

Franz Kafka fue un judío alemán que nació y vivió en Praga. Quienes hemos tenido la suerte de estar allí, sabemos que es una ciudad de magos y alquimistas, donde todo puede pasar, donde incluso un rabino puede dar vida a un Golem, a un ser destinado a proteger y cuidar a los judíos. El proceso una de sus novelas más celebres, comienza con la siguiente frase: “Alguien debía haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. A partir de allí, el protagonista se encuentra solo frente a la sociedad y, sobre todo, frente al Poder. Es acusado -ni siquiera él sabe de qué-. Todo es absurdo, no hay cómo defenderse ni ante quién. Todo es “kafkiano” -¡qué mayor elogio a un escritor que su apellido se convierta en adjetivo!-. No hay nada que hacer ante esa maquinaria, que se abate de manera implacable sobre el protagonista. Kafka se sentía oprimido por el poder burocrático que convierte en seres anónimos a quienes lo padecen. Pero había en él una opresión aún mayor: la de su cuerpo. Aunque remó e hizo deporte en su juventud, su extrema delgadez lo hacía sentirse prisionero de su envoltura física. Esa sensación sobre su cuerpo, un ente con el que no se identificaba y que le causaba repulsión, quizá fue el origen de su relato más famoso: _La metamorfosis:_ “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas”. Franz se sentía sin lugar en el mundo. No creía que su literatura le fuera a garantizar su inmortalidad. Tan es así, que le pidió a su amigo Max Brod que destruyera toda su obra (siempre le agradeceremos que no lo haya hecho).  Algunos estudiosos señalan que _El proceso_ es un reflejo de _Crimen y castigo,_ de Dostoyevsky. Sin embargo, en la obra del genial novelista ruso hay para Raskólnikov un camino de redención. No la hay para Kafka.

El filósofo español Fernando Savater apunta: “Nunca cesó de reivindicar que lo invencible del hombre está en nosotros, aunque permanezca obstinadamente fuera de nuestro alcance”. Y el gran crítico Harold Bloom señaló, en 1995: “Desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos”. La vida de Kafka no fue fácil para él; de esas dificultades nos legó una obra inmortal.

¡Todas las precauciones son pocas; sigámonos cuidando!