En defensa de la inutilidad de la poesía
Por Ulises Paniagua
16 Noviembre 2020
¿Para qué sirve la poesía? Es una pregunta que se escucha con frecuencia en los ecos que arrastran los pasillos literarios y los no tan literarios. Jorge Luis Borges, preclaro, hace una reflexión brillante al respecto: ¿Para qué sirve la poesía?… “¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café?… ¿Para qué sirve la muerte?”.
Si consideramos que la cultura no es más que una ficción ideada por el hombre, ningún objeto o concepción sirve en realidad. Ninguno. Un billete “vale” únicamente desde el momento en que la gente cree en su valor. La economía, aunque a algunos les parezca increíble, es tan inútil desde este punto de vista como lo pueden ser algunos versos célebres, porque todo ello constituye parte de la ficción humana a la que hemos llamado civilización. Si bien no sabemos exactamente qué es la poesía, el interés de gobiernos y emperadores hacia los poetas, a lo largo de la Historia, demuestra que los hombres de estado tampoco lo saben, pero que presienten la importancia de estos personajes, porque han llegado a temerles. Así, Nezahualcóyotl, por ejemplo, fue perseguido por sus adversarios. Es célebre también el pleito entre Pedro el Grande, Zar de Rusia, y el poeta Pushkin. La generación del 27 representó una molestia para la dictadura de Franco a tal punto que Miguel Hernández y Federico García Lorca fueron asesinados por el régimen.
¿Cómo ocurrió esto? ¿No estábamos de acuerdo en que la poesía es inútil? ¿Cómo puede ser peligroso lo que peca de futilidad? Una contradicción. En ese sentido, el poeta se convierte en una especie de mago que juega con fuerzas metafísicas y materiales capaces de transformar realidades por medio de la palabra. Se vuelve mítico y terrible, un ser que “pide la paz, y la palabra”, como lo hace saber el español Blas de Otero, pero que accede con ello a puertas irreversibles, estruendosas. El poeta, aún en su mínima presencia, transforma al mundo. Hablamos de alquimia verbal, sonora y conceptual.
Pablo Neruda, quien mucho sabía sobre el quehacer literario, declaró alguna vez: “Tengo 53 años y nunca he sabido qué es la poesía, ni como definir lo que no conozco”. María Esther García, en una declaración que me gusta porque ejerce la fascinación poética de definir al indefinir, escribe: “Nadie sabe con exactitud qué es un poeta. En el principio se creía que era Dios, el gran mago; luego, el cuerpo mutó y se convirtió en el borracho, el suicida abrazado al cangrejo (…) Si yo pienso en la poesía no la veo como un hilo de ritmo. Veo una víscera secándose al sol. Si yo pienso en un poeta, pienso en un carnicero. El poeta desuella la piel del poema, separa los pliegues rosados, los tendones”.
El problema se vuelve complejo si nos preguntamos si es el poeta el que desuella al poema; o si no resulta muchas veces desollado ante la fiereza del texto, una víctima de las palabras que acuden a su boca. Porque escribir poesía es sentir el dolor del que desuella y del desollado al mismo tiempo, quizá para que otros conozcan acerca del padecimiento personal que se convierte en general, o para que el resto de los congéneres busquen una manera de afrontar su paso por la vida. Desollador y desollado encuentran, dentro de las vísceras, la luminosidad y la noche, el claroscuro, la luz negra. No hay por qué temer. Llegar al fondo no siempre es morir. En el fondo de los océanos habitan los más fantásticos peces abisales.
Me gustan los versos de Vicente Luy, quien describe la utilidad comunitaria de la poesía, si tal adjetivo horroroso puede darse a un arte (me refiero al de “utilidad”, desde luego). Los versos dicen: “Quiero escribir un poema / que exprese mi pena / y no hable de mí”. Luy da una buena pista. Para eso sirve, quizás, la poesía, para hablar del “mí” dentro del “nosotros”, para congeniar con las cargas históricas y morfogenéticas de una especie que se empeña, a pesar de su autodestrucción, en buscar la belleza, aún en la fealdad.
La poesía es un lenguaje que no les es posible entender a muchos, sin embargo, su ininteligibilidad no justifica su lapidación ni exenta a las mayorías del calor que se propaga desde los versos. Si contemplamos una tabla de Excel, entenderemos poco acerca de las fórmulas que calculan activos y pasivos, pues se trata de la especialidad de un contador; si leemos en un pentagrama una pieza de Johann Sebastian Bach, los seres comunes seremos incapaces de reproducirla si no tenemos nociones musicales. ¿Por qué leer la poesía debería ser diferente? Tal desconocimiento y rechazo, sin embargo, son comprensibles. Rony Paz, científico que estudia los procesos del lenguaje y la memoria, ha declarado que no ha sido posible hasta ahora procesar la manera en que actúa la poesía en las funciones cerebrales. Es un lenguaje que trasciende al parecer, dice, los límites materiales. A algunos les asusta esto.
Por su parte, la perspectiva capitalista procura engaños al respecto. Los músicos pop, por mencionar un caso, hacen millones al reproducir las notas de un pentagrama. Hacen de lo “inútil” algo muy redituable. Y Octavio Paz, para ejemplo de aquellos mediocres cuya meta es hacerse de una fortuna, poseyó sin duda un patrimonio superior al de algunos empresarios, y al de una gran cantidad de ingenieros, médicos o abogados. Si la poesía es inútil (y yo odio el valor monetario), ¿cómo es que un poeta pudo conseguir una casa mejor que la de tales seres superficiales?
¿Para qué se escribe poesía, entonces? ¿Para hacer dinero? Por supuesto que no ¿Para ganar prestigio? Algunos dirán que sí.
Las respuestas son múltiples, y al mismo tiempo parecen una: se escribe poesía para imaginar, para soñar un mundo distinto. Se escribe poesía para incendiar conciencias. Tenía razón Aristóteles al comentar que el arte cumple el objetivo de imitar la naturaleza. Tiene razón Immanuel Kant, al suponer que la sublima. Acierta el contexto marxista cuando hace ver que el arte no puede comprenderse si no es a través de un contexto sociohistórico. Los surrealistas descubrieron el hilo negro al acercar el arte al inconsciente. Todos ellos tienen razón. Todos y ninguno. El arte es un misterio. La poesía, un milagro científico-místico-ficcional, incluso musical.
Jaques Lacan comenta que “Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro, y dándonos la presencia de un ser de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San Juan de la Cruz, ni de Proust, ni de Gerard de Nerval. La poesía es la creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo”.
La poesía, bajo esta perspectiva lacaniana, y también desde la antropológica, es un medio para hacer aparecer las representaciones sociales. Los sueños, las pesadillas, los anhelos, los miedos, el amor, todo está allí, velado. El hombre de las cavernas pintaba bisontes para cazarlos y para que otros entendieran por qué y cómo se cazaban. Pero también para legar una mitología de la caza. El bisonte en el muro de la cueva no era real, era un bisonte poético. El poeta, en ese sentido, sigue dibujando bisontes metafóricos para los demás desde el principio de los siglos ¿Logro explicarme?
Luego entonces se escribe poesía porque sí, porque no, y porque tal vez.
Se escribe poesía para elogiar la belleza de un ave o un insecto.
Se escribe poesía para admirar el soplo de los querubines y las potestades.
Se escribe poesía para denunciar el hambre.
Se escribe poesía para exorcizar nuestras pesadillas.
Se escribe poesía para hacer activismo.
Se hace poesía para preguntarse por uno mismo.
Para todo ello sirve.
Haya larga vida para la Poesía porque su intrascendencia nos hace libres, críticos, literarios, felices, y a ratos placenteramente desdichados. No sé cuál es su sentido ni su profunda esencia, y no me importa. A nadie le importa, en el fondo. Aunque de algo podemos estar seguros: de que en su necesaria, eterna inutilidad, se revelan pequeños episodios del macro y micro universo y, de vez en cuando, asoma incluso un guiño personal desde un espejo. Seas eterna, Poesía, para la confusión y el placer de los seres humanos.