Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El último naufragio. Un feliz adiós hacia ningún rumbo

Por Ulises Paniagua

Junio 2022

Este artículo es humo, despedida, una muestra de gratitud. Habla sobre todo y sobre nada (como debería hacerlo cualquier artículo que se precie de contemporáneo). Aborda la nulidad de lo general y lo fútil de lo particular. Es, a su vez, un breve adiós hacia las lectoras y los lectores de esta columna (si es que los hay). Es un texto extraño porque aborda lo que no existe, lo que ni se palpa y apenas se nombra; aquello invisible, improbable; lo que no se escribirá jamás. Es un texto acerca de lo que pudo ser y que no quedará en ningún libro, en una revista. Es un memorial del olvido, el último de los naufragios en un océano donde no cruzan otras embarcaciones. Un naufragio en solitario. Me despido de esta columna con alegría, es el cierre de un luminoso ciclo de poco más de dos años. Escribir siendo un marinero al borde de la catástrofe ha resultado una experiencia maravillosa (fueron más de veinticuatro meses de atracar en puertos lejanos, de arribar a literarias islas exóticas y sensoriales). Se ha hablado aquí de cine, de libros, de alcohol, de drogas, de golpeadores vergonzosos, de talleres literarios, de semblanzas, de poesía sin palabras, y de monstruos. Ya lo dije: de todo y de nada. Fui un bucanero que se adueña del timón de los sueños ebrios. Navegué, incluso, hasta la luna. Hoy concluye el viaje. Me quedo inmóvil en medio del plácido ritmo de las olas. Habrá, no obstante, algunos movimientos en las aguas, porque si bien no seguiré publicando artículos, Revista Anestesia continuará brindado otros tantos de mis poemas y cuentos.

Hubo, sin embargo y en medio de esta travesía, artículos que no logré ni lograré, ideas a las que les faltó tiempo o energía para materializarse. Uno de estos artículos, por ejemplo, tenía la intención de abordar las novelas que, a su vez, tampoco pude o quise escribir; historias de largo aliento que no llegarán a una imprenta jamás, al menos no desde mi pluma; esas que se limitan a habitar la mente de la autora o autor durante apenas una temporada de su vida.

Uno de dichos relatos, que parte de un hecho histórico, tiene que ver con Gabriel García Márquez. “El Gabo” describe (en un artículo publicado en “Proceso” tras la muerte del Premio Nobel latinoamericano, en 2014) la existencia de una misión extraña y delicada de la que fue parte. La trama es compleja y efervescente: un grupo de empresarios cubanos anticastristas de Miami (a los que se conoce como “gusanos”), planean un atentado, con explosivos, en territorio norteamericano. La finalidad es culpar de la colocación de dichas bombas a Fidel Castro, para con ello hacerse de un pretexto para invadir Cuba. Una verdadera intriga. Fidel Castro se plantea quién será el personaje indicado para detener, en una misión diplomático-policiaca, la conjura internacional. Opta por el escritor colombiano Gabriel García Márquez porque es amigo cercano, porque es confiable; y porque el autor de “Cien años de soledad” mantiene magníficas relaciones con la Casa Blanca. En adición, piensa Castro, un escritor levanta escasas sospechas. De este modo “el Gabo” lleva consigo, en un viaje riesgoso, una carta que desenmascarará el complot. La intención es hacerla llegar, de manera personal, a la oficina de Bill Clinton -presidente de Estados Unidos en aquellos años. La misiva, cosa curiosa, estuvo resguardada en un cajón común, sin llave, dentro de la habitación de un cómodo hotel en Washington D.C. donde se hospedó el narrador colombiano (mientras salía a pasear, tranquilo, por las calles repletas de edificios neoclásicos). Su aparente ingenuidad le mantuvo fuera del alcance del espionaje. Al día siguiente se entrevista con Clinton y se desmantela el atentado. Un relato digno del realismo mágico.

            Otra novela que no escribí, ni escribiré, es una ficción donde estalla un conflicto entre dos presidentes de Centroamérica. El motivo del pleito: el after de un coctel diplomático, donde uno de los presidentes hace mofa del tupido bigote del otro. Ya entrados en copas, los ánimos se encienden y los mandos ejecutivos terminan liándose a golpes en medio de una bacanal. Al enterarse meses más tarde de este motivo, por casualidad y ya en el frente de batalla, un teniente -que experimenta los horrores de la guerra junto a su batallón- decide pactar con el ejército contrario para lograr la paz. En lugar de balas, en el campo de batallas se disparan rosas. Ambos ejércitos desacatan las órdenes ante el absurdo de sacrificar miles de vidas a causa de intereses mezquinos. Llegan luego escuadrones intervencionistas extranjeros y propios, pero, dadas las ridículas circunstancias que detonan el conflicto, todos los involucrados deciden, después de varios malos entendidos, rebelarse y exiliar, como solución, a sus respectivos presidentes. Dejé la idea porque -luego supe, yo era joven-, que han sido escritos numerosas obras de tal naturaleza crítica pacifista; entre ellos “Las Lisístratas”, de Aristófanes; “Abasalón, Absalón”, de William Faulkner; y “Viaje al centro de la noche”, de Louise-Ferdinand Céline. La ejecución de dicho relato, en estas condiciones, era un naufragio antes de abordar el barco.

            Recuerdo, por otra parte, que alguna vez quise publicar dentro de esta columna un artículo sobre la relación entre el ajedrez, el cine y la literatura. Era indispensable citar al respecto el soneto de Borges: “Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada / reina, torre directa y peón ladino / sobre lo negro y blanco del camino / buscan y libran su batalla armada”, y remontarse a la típica miniserie de una gran ajedrecista, “Gambito de dama”. Intentaría, para tal fin, mencionar además a Juan José Arreola, narrador practicante de este deporte, para luego autocitarme a través del cuento “Ganar la torre” (que por cierto contiene pequeños errores intencionales de precisión histórica).  Por esos días, quise hacer aparecer también un breve ensayo sobre la relación entre bicicletas, erotismo y literatura al recordar un texto de Julio Cortázar (sobre una chica que monta el mecanismo de dos ruedas, lo que despierta al “gran Cronopio” sensaciones sexuales), y la personalidad de Henry Miller, autor de “Trópico de cáncer” y “Trópico de capricornio”, quien usa el artefacto para desplazarse a cualquier destino, incluyendo sus múltiples amantes. Supe, sin embargo, que se había publicado bastante literatura respecto a ambos temas.

Ideé, finalmente, una novela, un artículo, cualquier pretexto para mostrar la idea de un ser humano al que se le instala un chip electrónico que le permite memorizar y conocerlo todo, una computadora humana, una biblioteca de carne y hueso que será perseguida por la CIA. No obstante, otros proyectos cinematográficos, literarios e incluso científicos (es decir, reales) se me adelantaron. Lo único que quedó de ello fue la oportunidad de compartir con ustedes tal inquietud en estas líneas.

            Así, ante el cansancio de no encontrar mayores temas de interés por el momento, y felizmente conforme con tal situación creativa, decidí naufragar por última vez. Guardo, y siempre guardaré hacia Revista Anestesia y su directora editorial, Gabriela Santamaría, un profundo agradecimiento y mucho afecto ante la oportunidad de escribir, mucho y variado, en esta sección. Ellas (revista y editora) son el barco que continúa la travesía. Lo mío es el fragmento del celaje, el silencio y el retiro de las gaviotas, de manera voluntaria. Lo mío es hacer chocar el iceberg en que navego contra el barco estático para luego hundirme cielo arriba, muy arriba, en una constelación de promesas siderales: la incertidumbre es parte de mi personalidad. Al fin, el último de mis naufragios. Gracias a todas, todos y todes ustedes (si se dieron la oportunidad de sucumbir al dulce canto de las sirenas que condujo el rumbo de mis letras). El azar fue mi astrolabio. Su lectura, de ser el caso, fue el faro que me llevó a buen puerto. Hoy me hundo, de manera dulce; me arrastra el cenit de lo imposible. Agradezco cualquier atención hacia estos textos. Seguiré presente desde ciertos poemas y cuentos que se seguirán compartiendo. Nos vemos en los mares multivérsicos. Y recuerden, al emprender cualquier navegación de vida que, como dicta el lema de esta revista, “el dolor siempre se quita con letras”.

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos, en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.