El sueño que tú me provocas
Autor: David Becerril
Cuando te conocí, supe de inmediato que cambiarias mi vida. Por tu mirada, por tu voz, por la seductora forma de mover tus caderas. Te veo y sigo pensando en cómo sería mi vida si hubiera ignorado los susurros de la seducción para llevarte a mi cama. Cambiaste mi vida, no lo niego, pero ahora que te veo, en la silla, frente a mí, masticando con delicadeza los trozos de fruta que te llevas a la boca, un convencimiento de acero recorre mi cabeza para no contarte mi sueño… el sueño que he tenido desde la primera vez que compartí contigo mi cama, mi intimidad, mi cuerpo desnudo, mi semen…
Era una casa vieja ubicada en un pueblo. No logro identificar con precisión el espacio geográfico donde está asentado el pueblo. Sé que los muros de la casa son de adobe y puedo decir que hay dos habitaciones que ostentan un techo de láminas de cartón. Hay varias calles de terracería que convergen en el patio de la casa y el patio cuyo suelo pintado de verde por el pasto silvestre, está ocupado por una muchedumbre. Cada rostro que veo presume una sonrisa. Los sonidos que oigo son piezas sueltas que componen la sinfonía de un jolgorio que me revela el glamour de una importante celebración. En el interior yacemos tú y yo acostados en una vieja cama. La televisión es dueña de nuestra atención. Las imágenes en la pantalla danzan en tonos grises. Pongo atención en el aparato y descubro que es un antiguo monitor que encaja perfectamente en la deplorable decoración de una humilde y vetusta vivienda.
Tu y yo en la cama, viendo la televisión y… ¡Cuidando de nuestro hijo! ¡Como si eso fuera posible! Es un bebé y sé que todavía no le da una vuelta al sol.
No tiene cabello pero su cuerpo es robusto. Permanece sentado entre los dos. Especulo que la gente afuera de la casa se ha reunido para festejar el inesperado nacimiento de nuestro hijo.
Casi un año y ni tu ni yo hemos tenido la atención de elegir un nombre para el bebé. Empero, puedo alegar ante quien sea, incluido Dios que no te dio la virtud de procrear hijos, que al niño lo amamos más que a nada en el mundo.
La inquietud provocada por el feroz apetito del bebé (con incredulidad descubro que ni tu ni yo podíamos amamantarlo) lo obligó a moverse y extraviarse entre las cobijas. Tenía la intención de saciar su hambre y encontró en nuestro lecho restos de comida; me reúso a confesar que en realidad eran huesos de humano con algunos pedazos de carne. Una oleada salvaje de angustia inundó mi pecho y ahogó mi corazón porque me di cuenta que las encías del bebé seguían siendo territorio virgen. ¡Nuestro hijo no tenía dientes! Mas la ausencia de su dentadura no fue impedimento para que devorara con ahínco los restos de carne y luego, se tragara los huesos.
Cuando él comenzó a devorar, tú ya no estabas. Me vi en la obligación de presenciar el extraño fenómeno de ver a nuestro hijo empequeñecer hasta ser igual de grande que una cucaracha. Porque mientras disminuía su tamaño, llegaron al festín varios de esos bichos. Traté de rescatarlo antes de que desapareciera entre los restos de comida, pero no lograba retenerlo entre mis manos porque su diminuto cuerpo era viscoso y resbaladizo. Cuando se quedaba quieto en alguna de mis manos, lo confundía con mis dedos. Entonces me vi forzado a morderlos. Reprimí un grito de dolor cada que mordía mis falanges con la intención de estar atento al quejido del bebé. Resbaló de mis manos. Cayó y se escondió entre los huesos regados en la cama.
Como tú ya no apareciste y yo estaba seguro de que me ibas a reprochar por dejar que nuestro hijo se convirtiera en una cucaracha, decidí cubrir los huesos y a los bichos con las cobijas. Luego salí de la casa con la intención de estar contigo en la fiesta, pero no te vi. Tampoco había personas ni jolgorio. De repente me enfrenté a la nada de un sueño sin sentido… el sueño que tú me provocas desde la primera vez que dormí contigo.
No me arrepiento de estar a tu lado. Sé que lo que siento por ti es amor, no tengo dudas a pesar de que la vida, el destino o Dios se hayan empeñado en encerrarte en un cuerpo que no es tuyo y que es incapaz de procrear hijos. A pesar de tu deseo de ganar un concurso de belleza porque del otro lado del océano, alguien igual a ti, ya lo hizo.