Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El silencio de las palabras

Autora: Márcia Batista Ramos

Julio 2021

                                                           “Cuando pronuncio la palabra silencio, lo rompo”.

                                                                                                       Wislawa Szymborska

 

 

Era extraño, sentí que no te habías ido para siempre, apenas te habías ocultado bien dentro mío, para siempre. Y no me digas que no sientes lo mismo. Porque cuando los espacios del silencio surgen en medio a una lectura o un escrito, escucho tu voz pidiendo socorro. Otros, experimentan, a diario, instantes en los que su resistencia llega al límite de su normalidad; momentos en los que quisieran desconectar el cerebro y salir de la realidad para quedarse en silencio.

Contigo pasa lo mismo, por unos instantes, a veces, deseas un silencio perfecto (igual a Alejandra Pizarnik: “Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo”).

Yo también trato de desligar… Aunque no sea para encontrarme con nadie, ni siquiera conmigo misma. Pero las palabras están siempre presentes, no se callan.

Busco el silencio de la palabra. Mismo cuando reconozco que palabra y silencio no son opuestos, sino recíprocamente necesarios, ya que solo existen en cuanto están mutuamente implicados. Me gusta su existencia paralela. Pero, busco el silencio de la palabra, esa realidad enigmática e inaprehensible…

Así, me alivio de todos: de la vida y de la muerte. En una pausa del mundo arbitrario y atribulado, que insiste en la muerte para su sobrevivencia.

No puedo contener los dolores del mundo, ni los tuyos, ni los míos…

Apenas, busco un poco de alivio a todos mis males interiores en el silencio de las palabras, en ese espacio donde la duda deja de ser, ahí donde no somos ni fuimos, porque las palabras se ausentan y tú no estás, yo dejo de creer y sentir, al tiempo que me pierdo del mundo y de mí.

Empero, algunas veces, el silencio insiste en hablar. Es cuando, a gritos, surges pidiendo socorro y temblorosa te tiendo la mano, cae el libro y se revienta un poema que estaba a punto de ser parido por otros labios, mis labios, no importa… Cae el libro y muere un poema en un aborto espontáneo de la palabra que no vio la luz.  

Alef es el silencio que existe antes que se pronuncie el Verbo. Representa la gran potencia creadora de Dios. Es el eterno presente, es el Principio Absoluto en donde no existe ni espacio ni tiempo, es un sin tiempo y sin espacio, por eso es un eterno presente.

Alef es una especie de descanso, donde no hay palabras, donde reside el silencio primigenio.

La palabra es subversiva y resiste mientras hay vida. Sin vida no hay palabra. Sin vida el silencio carcome el planeta y el aire que respiramos. Que lo diga nuestra mente cuando extingue, por unos instantes, un silbato de alarma o el suplicio de un motor. Es el momento en que nuestro cerebro se dobla dulcemente, descansando, como un gato perezoso que duerme al sol.

¿Alguna vez buscaste el silencio interior? ¿Lo encontraste? ¿Acaso, experimentaste el silencio de las palabras? ¿Ese silencio tibio, amarillento, que calma, que transporta?

La palabra siempre representa un rompimiento del potencial silencio. Mientras la palabra existe, ella emite un sonido, silenciosamente, en nuestras mentes. No se calla. No se apacigua.

Mientras tanto tú llenas el escritorio con la antigua canción, que cuenta la historia de algo que no fue, porque lo imposible se hizo presente antes del comienzo.

Si, las palabras hacen mucho ruido. Las palabras, logran guardar el germen de su propia contradicción en sí mismas. Son como una especie de síntesis hegeliana del decir y del no decir. Eso las hacen más bulliciosas de lo que las imaginas, además las hacen explosivas. Son como granadas que se parten en miles de astillazos. Por lo mismo, nunca dejan las dendritas del cerebro tranquilas. No dejan descansar al cerebro, ni lo dejan conocer el silencio. Nunca encuentras el verdadero silencio de las palabras, el espacio de silencio total. Porque las palabras pulsan todo el tiempo, se mueven de manera independiente y no dejan conocer el silencio verdadero. No dejan que el Alef, el silencio primigenio, que existe antes que se pronuncie el Verbo, se manifieste.

Es paradójico el silencio de las palabras, ya que es un silencio que no se calla, siempre habla.

Tu mano sudada en las mías, pasos firmes hasta el “Cafe Pushkin”, sin palabras, sin palabras…