Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El invento de millones

Autor: Abraham García Alvarado

Diciembre 2021.

 

 

 

para Alfredo

 

 

El invierno de mil novecientos noventa y siete fue uno extraño y triste para Livia Martina Malinak. Ella siempre había querido pasar una blanca navidad en New York City, pero en su primer viaje a la Gran Manzana el clima le dio una sorpresa. Durante esa estación no nevó y seguro fue por un estornudo del calentamiento global y la fiebre de los cambios climáticos. Por ocho semanas el área tri-estatal de New York, New Jersey y Connecticut, en la costa noroeste de los Estados Unidos, experimentó un invierno corto de lloviznas esporádicas. Y Martina no cumplió el sueño de ver nevar sobre 42nd Street. Aquel esperado momento que la joven y romántica Martina quería presenciar cuando la nieve cae sobre la bola de Times Square en el año nuevo, no pasó. En segundo plano existía el sueño cursi de visitar el paisaje del Verrazano Bridge porque su película favorita es Saturday Night Fever, y esto sí lo cumplió.

 

Vivió las siguientes tres estaciones en Astoria, tomaba clases de inglés avanzado en una escuela de idiomas en Steinway Street y trabajó en un diner en Long Island City, en la esquina de Court Square y Thompson Avenue. Esta experiencia en la industria restaurantera cambió su perspectiva de la vida neoyorquina. El trabajo de mesera, que ella pensó le ayudaría para mejorar su forma de hablar, le ayudó también a expresar la tristeza y la furia en inglés. Martina se sentía desdeñada por la manera en la que la clientela le pedía las cosas. Fue un tiempo en el que me sentí como si me hubiera convertido en una máquina con una misión: la servidumbre. La gente me trataba bien y mal, al principio eso no era nada del otro mundo, cuenta Martina. Pero con el tiempo, llegó un punto en el que al menos dos veces al día me sentía humillada por la forma en que muchas, no algunas, muchísimas personas, me exigían el servicio. Cuando recibía las propinas sentía que la gente me estaba pagando por escuchar sus gritos, o pensaba que me daban un dólar para que yo los tratara como se debe tratar a los tlatoanis, a zares, reyes, a las emperatrices y princesas.      

 

En noviembre no nieva en Nueva York, y Martina se regresó a Bohemia sin haber podido ver Times Square cubierta de blanco y con las luces y los anuncios cubiertos de escarcha. Pero en el vuelo conoció a Sylvia y se hicieron las mejores amigas. Meses después trabajaron juntas y años más tarde abrieron una escuela de idiomas en Chile. Martina obtuvo un certificado de ESL Teacher, y en Santiago impartió clases de inglés como segundo idioma en instituciones privadas. Trabajó dos semestres en una universidad en Valparaíso, y del dos mil diecisiete hasta el año pasado, trabajó en una escuela católica en Nepean, acá en Ottawa.

 

La rutina de Martina se vio afectada durante la pandemia pero se le presentó la oportunidad de mudar su negocio a la plataforma Zoom. Esto le trajo nuevos retos, algunos obstáculos y un notable efecto a su salud mental. Ella piensa que eso de la salud mental, todo se debe a tantos años en la docencia, a la vida de madre y esposa; y a la economía. Desde dos mil catorce, ella, su esposo y sus tres hijas viven en Ottawa. El año pasado fue uno bueno para Martina porque la pandemia le trajo cantidades de trabajo, de tal magnitud, que tuvo que tomar una decisión entre su negocio y su empleo.

 

En la plataforma Zoom, Martina comenzó dando ocho, a veces diez, clases al día. Sin embargo, pasaba hasta doce horas sentada frente a la pantalla de su laptop produciendo planeaciones, subiendo a la nube las calificaciones y realizando evaluaciones. Entre otras cosas, ella también era la contadora de sus ingresos. Encima de eso, tenía un número de alumnos que iba de los veinte a los treinta. Pero toda la ganancia era para ella, trabajaba desde casa y pasaba el tiempo encerrada en un cuarto que adaptó como oficina. Martina era la jefa de Martina, ella era the boss. Trabajaba, comía, tomaba café, pasaba tiempo con su gata y su perro, y escuchaba música, siempre con la tranquilidad de saber que sus hijas: de trece, doce y la menor de once, estaban del otro lado de la pared. Martina tenía el dream job.

 

El invento que millones de personas han puesto en marcha es: la fayuca online. Los mexicanos sabemos que es la fayuca: es el producto y el sitio. Es un puesto ambulante, es una zona donde puedes adquirir todo desde las grandes marcas, hasta las buenas piraterías. Y la normalidad en el primer mundo de hoy es esa: vender todo tipo de productos y servicios en línea. Trabajar desde casa, no salir, no convivir, no usar carro ni transporte público. Hacer dinero desde la comodidad de tu fayuca.

 

Veinte punto dos millones de trabajadores en los Estado Unidos abandonó voluntariamente su empleo entre mayo y septiembre de este año. Y miles de personas en Canadá están optando por ésta nueva onda también. Se le conoce como: The Great Resignation.  Los empleados de la industria restaurantera en ciudades como New York City, Chicago, y acá en Ottawa, han sobresalido en esta espuma de olas que ha expuesto sobre arenas un sinfín de cosas, de las cuales, los trabajadores estaban hartos. Las quejas varían en lo cultural y lo político. Los ex empleados se quejaban de malos tratos por parte de la clientela, bajísimos salarios y beneficios invisibles por parte de los empleadores. Todas estas quejas resaltan, y todas deben tomarse en serio.

 

Los malos tratos por la clientela, se acuerda Martina, eso le cambió la perspectiva que tenía de Nueva York. Intercambiamos anécdotas. Yo le conté un par de mis historias en restaurantes y bares en Manhattan. Pero también hablamos de nuestras experiencias en la docencia en México, en la República Checa, Estado Unidos, Chile y Canadá. Ella me habló del invento este, la nueva onda. Martina piensa que se va a expandir a otros campos. Los malos tratos de la clientela no solamente le pasan a los de la industria restaurantera, le pasa a otros sectores. Martina tiene dos trabajos de part-time y dice que eso puede reducir el estrés. A ella le ha funcionado. Ahora trabaja fuera de casa veinte horas y a su negocio en línea le dedica entre veinte y treinta horas a la semana.

 

Es un balance. Mi negocio me ayuda a distraerme y ganar dinero extra, y mi empleo fuera de casa me ayuda a tener la tranquilidad económica, digamos que en cierto modo es un poco más estable.

 

Le pregunté a Martina que si volvió a Nueva York. Me dijo que sí, que desde que vive en Ottawa ha ido dos veces. Le pregunté que si ya pudo cumplir el sueño de ver Times Square en Navidad cubierto de nieve. Y me dijo que no, que no regresará a esa ciudad en esa época del año porque no quiere decepcionarse otra vez.

 

New York City tiene blanca navidad cada seis años, le dije.