Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El ego de la primera obra.

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Por: Sandra Becerril

16 Noviembre 2020

El día de ayer participé en un conversatorio donde acompañé a una editora, una directora de fotografía y a la directora de un festival de cine de mujeres, todas con gran trayectoria; en medio de la charla salió el tema de la responsabilidad de enseñar el camino a los que van iniciándose en el mundo de la literatura y el cine. Coincidimos en que sí, debemos hacerlo por distintos motivos, por ejemplo, ayudarnos entre mujeres, tener mejores bases y educación, mejorar como país, porque si ayudas a uno nos va mejor a todos, entre otros.

En lo particular hice hincapié en que lo hago porque alguien me creyó en mí. Hubo alguien que confió en mí, más de lo que yo lo hacía en ese momento, y me dio la oportunidad de publicar una primera novela o de filmarme un primer guion (que en mi caso fueron Ramón Córdoba de Alfaguara y Juan Carlos Rulfo). Para llegar a ellos caminé por senderos muy accidentados, llenos de piedras que me provocaron ganas de desistir cada cinco minutos. Pero por terquedad o por seguir mis sueños, continué.

Dentro de ese camino aprendí a escuchar y a darme cuenta de que en realidad no sabía nada de nada, que escribir cuatro novelas o realizar una película eran sólo los primeros pasos. Aún no sé mucho y estudio todos los días, investigo cuando escribiré un texto nuevo, me preparo para impartir alguna clase o conferencia, leo con ahínco sobre los géneros contemporáneos para los análisis, me adentro en las profundidades de lo que están realizando mis compañeros escritores y cineastas, etc. Ser escritor es un continuo aprendizaje, no podemos quedarnos con el escaso conocimiento que tenemos a la mano. Un mundo infinito de información está en nuestra mano con un clic. Todo esto es obvio, dirán muchos, ¿Cuál es la novedad?

Lo interesante es que me quedé pensando en aquel conversatorio y en que hubo un tema en el que podía profundizar mucho más pero no hubo tiempo o forma de estructurarlo en mi mente en ese momento: hay cientos que están haciendo lo mismo que nosotros. Hay tantos que están escribiendo guiones o novelas en este momento. Miles que tienen los mismos sueños que tú. ¿Qué están haciendo para llevarlos a cabo?
¿Por qué no pasan de un cortometraje, de un primer cuento o novela? El verdadero techo de cristal que debemos atravesar no es externo: es el ego que nos mantiene anclados a nuestro conocimiento base.
En las artes lo difícil no es empezar: no es exhibir por vez primera, terminar un guion, un cuento, una novela, una puesta en escena. Lo complicado es mantenerse.

A cada generación creemos que ya está por fin, todos comienzan con brío, tienen un primer trabajo expuesto a la sociedad, dan clases como si supieran todo lo que hay que saber al respecto, participan en algunos festivales, son mencionados en medios, dan ponencias de sus inicios y consejos para los que vienen (cuando ellos acaban de iniciar). Pero lo cierto es que un 90% de esos principiantes quedarán ahí y esa proporción no es una cuestión de generación, sino porque están empezando y sienten que ya lo saben todo.

Cuando estén a medio camino, ya la proporción de artistas se habrá reducido considerablemente porque a la mayoría el ego no les permite aprender de otros con más experiencia. Y en la cima habrán desaparecido prácticamente todos. Llevo veinticinco años desarrollándome como artista y he visto una y otra vez cómo festivales, amigos, maestros, editoriales y productores colocan en un falso trono a cierto artista quien se lo cree, para después dejarlo en el olvido porque no fue capaz de reproducir ese pequeño y local éxito más adelante, cuando se enfrenta de verdad al mundo de gente que hace exactamente lo mismo que él y mucho mejor. No quieren aprender porque la humildad en ellos quedó sepultada por ese primer momento. Y viven de la melancolía de ese único éxito.

Es muy preocupante comprobar que, quienes por un corto tiempo gozan de una posición de fama tienden a ver a los demás, incluidos los que sí han logrado una carrera que se mantiene con nuevos y mejores trabajos, como alguien inferior.

Me llegan a diario decenas de invitaciones por redes sociales a ver ese primer corto, a leer esa primera novela y cuando no reciben los aplausos deseados, se molestan, se indignan. Cuando les digo que, no es que no mereciera estar en tal festival, pero que le falta preparación para el siguiente no basta con tener una gran idea: falta saber cómo estructurarla, cómo desarrollarla, les hace falta leer muchísimo. Peor aún: escriben guiones sin saber hacerlo, es más, sin haber leído alguno antes. No les gusta leer. No les gusta escribir. Ni siquiera les gusta ver cine mexicano. No es suficiente salir en la portada de una revista o en el catálogo de una editorial cuando todo es tan efímero. Todos creen tener en su interior al Juan Rulfo que cambiará la historia de la literatura con su primera novela o al David Fincher de su generación sin saber que hasta él comenzó como asistente de producción, fue camarógrafo, asistente de fotografía y un sinfín de labores hasta que se unió a Propaganda Films donde hizo escuela e influenció al séptimo arte con su marcado estilo visual, dirigiendo comerciales y videoclips veinte años antes de su primer filme. Pero no ven eso, se saltan esa preparación.

Sólo quieren ver su GRAN idea en pantalla, que les paguen un millón de pesos por su primera novela que se autopublicaron en Amazon, ganarse un Oscar y dedicárselo a su mamá llorando en el escenario por su cortometraje. A todos aquellos que se levantan por las mañanas creyendo que esto es posible sin una buena preparación, les tengo una noticia: también para escribir y para hacer arte se estudia. Y no estoy hablando sólo de las escuelas convencionales, hablo de saber escuchar a los que tienen una carrera sólida.

En específico, hablando sólo del guion se necesita técnica, formato, horas de trabajo, reescritura, etc. Una GRAN idea no basta. Sobre todo, porque todas las GRANDES ideas ya se han realizado. La diferencia radica en el estilo de cada artista, la forma de contar historias. Todas las ideas pueden ser buenas o malas, dependiendo quién y cómo las narre.
Sí, es preocupante que haya una explosión de “cineastas”, de “escritores” y de “artistas” que no tienen idea por dónde escribir si siguiente obra y no sepan hacer ni siquiera un buen argumento. De hecho, no saben qué es un argumento. Porque no les interesa estudiar pero sí dan ponencias y entrevistas al respecto. Escribo esto en un festival donde dos “cineastas” presentan su primer cortometraje que ya ha recorrido varios países -lo cual sí, es un logro, pero no mantendrán una carrera con eso y ya lo han hecho miles más-, los escucho decir: “Para qué estudiar las reglas del guion si después de todo las reglas se hicieron para romperse”. Bueno, es cierto, pero ¿cómo vas a romperlas si no las conoces en primer lugar? Va la pregunta: ¿En serio quieres escribir tu GRAN obra maestra y echarla a perder por no saber cómo escribirla?

Será triste cuando intenten hacer un segundo trabajo o cuando el festival deje de ponerles atención porque viene la siguiente edición y encuentren que en realidad no saben cómo realizar un siguiente trabajo, que a los medios ya no les interesa su arte, que deben mejorar y no saben cómo hacerlo.

El mundo del arte sí es matado, sí se le sufre, sí debes escribir mucho y ser rechazado. Pero no todo está perdido. Puedo decir, por experiencia propia, que, si se preparan, si hacen el ego a un lado y escuchan con humildad cómo mejorar, valdrá la pena. 

Sí se puede y, de hecho, es muy satisfactorio ver la idea que una mañana imaginaste, en papel o en cine. Hay que tener paciencia, técnica y sobre todo escribir todo el tiempo, incluso cuando no se esté escribiendo: ver a tus personajes hablar, caminar, enfrentarse a sus demonios para después dejarlos ir en papel, secuencias, escenas, diálogos y quizá tener en la mano el guion que quieres realizar.

Escribir es apasionante y obsesivo. No obstante, siempre es mejor cuando sabes cómo hacerlo. Ve cine de todos los géneros, investiga acerca de los apoyos para aprender, entra a algún taller, lee, documéntate. Si después de todo esto decides desarrollar tu GRAN idea, adelante, seguro tu película saldrá mucho mejor.

Y quién sabe, esos que comienzan y atraviesan el techo de cristal que da el ego de la primera obra, quizá un día puedan dedicarles el Oscar a sus madres.