Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El destello de los vivos

destellos

Experimenté la sensación de vacío cuando entendí que estaba muerto.

Me convertí en eso que llaman: “alma en pena”. Tardé un tiempo pero aprendí a sujetarme de la luz que se desprende de los vivos; de aquellos que le han encontrado sentido a la vida, o al menos, de esos entes cuyo movimiento mecánico del cuerpo los hace respirar manteniéndolos vivos.

A veces soy un ruido. Un leve quejido. Uñas rasguñando la pared, la ira de saber que estoy muerto arrojando objetos al suelo. Otras veces soy una sombra, una imagen desgastada de lo que fui. Y, a decir verdad, la mayoría de las veces soy ese escalofrío recorriendo la espalda o esa picazón en la nuca de la gente que por diversas circunstancias, siente mi presencia.

Me costó trabajo entender y aceptar que estaba muerto porque ahora que recuerdo cómo era mi vida, descubro que no hay mucha diferencia; quizá podría argumentar que estaba vivo porque comía, dormía y cagaba; porque mis pies se movían e iba de un lado a otro justo como ahora, pero ahora no termino con los pies cansados y el alma rota, porque eso sí, muerto me he dado cuenta de que en vida anduve por ahí con el corazón partido, quebrado por no saber quién era ni lo que quería o a dónde iba; roto por la incapacidad de no entender el significado de amar o de vivir.

Conocí el valle de las sombras donde deambulan las ánimas del purgatorio, pero no percibo mayor diferencia con la realidad que tenía cuando estaba vivo. Sé que aquí solo soy una sombra queriendo escapar de la oscuridad. Y sé que los vivos, aunque se mueven en otro plano etéreo, suelen manifestarse como breves destellos que iluminan el camino de los que estamos muertos y confundidos sin saber por qué seguimos existiendo.

Los más atrevidos, como yo, al ver el efímero destello de un vivo en medio de las sombras, tratamos de aferrarnos a la luz para escapar de la abominable oscuridad. Y también gritamos con tanta fuerza que desgarramos esa parte de nuestra sombra donde alguna vez estuvo la garganta; y el sonido melancólico que emitimos pidiendo ayuda se transforma en un tétrico quejido que los vivos oyen. “Se está quejando el muerto”, los oigo decir. Y si, tienen razón, es un quejido pidiendo ayuda.

Alguna vez me dijeron que lo que el muerto quiere cuando se queja, es que alguien ore por él, o le haga una misa, o le enciendan la luz para iluminar su camino. Eso es lo que necesito, luz, para escapar de las garras de la monótona y cruel oscuridad que me tiene atrapado en este limbo que muchos identifican como el purgatorio.

Con el paso del tiempo he aprendido a seguir las luces. Alguna vez se trata de una persona cuya mayor virtud es intercambiar algunas palabras con algún difunto, pero yo no puedo hablar porque la oscuridad llena mi boca y difumina mis palabras. Otras veces la luz que sigo es de alguien muy religioso cuyas oraciones son lanzadas al limbo con el propósito de que se transformen en el bálsamo para curar o calmar el dolor eterno de las ánimas en pena.

Hay luces que brillan más y son más fáciles de seguir. Se trata de gente ordinaria, de distintas edades, hombres o mujeres que son dueños de un corazón puro pero sin el conocimiento de cómo lidiar con un muerto que puede atravesar paredes o emerger del suelo para aparecer uno o dos segundos ante la mirada aterrada de personas que no saben lo que ocurre.

Y hay veces que la desesperación por volver a sentirme vivo me atrapa y me obliga a hacer el intento de robarme el cuerpo de alguien. Es entonces que cuando me aferro a una carne que no es mía, oigo los latidos de un corazón que me gustaría, latiera para mí. Mas cuando veo los ojos horrorizados de la persona que yace recostada en la cama sin poderse mover, sin poder hablar, casi sin poder respirar y rezando en su mente para que esa sensación incomprensible se termine, me detengo.

La angustia que corroe mi ser por sentirme vivo otra vez es inmensa, pero nunca he tenido el valor para lidiar con la desesperación impregnada en los ojos de un vivo que reza con todas sus fuerzas para que el muerto se le baje de encima.

Me rindo. Dejo que el vivo continúe su camino en el sendero de la vida y yo me entrego con resignación eterna a seguir moviéndome en las sombras, persiguiendo con ahínco los breves destellos de los vivos.