El “compromiso” del escritor
“En el encuentro de dos libertades, que no pueden crear alineación, no pueden crear engaño, no pueden crear más ideología, sino una postura crítica”
Jean Paul Sartre
Por Ramiro Padilla
Febrero 2022
Verá usted, aquellos que crecimos con ese romanticismo histórico estilo Camus, Hemingway, o Malraux, pensamos desde que éramos jóvenes que nuestra labor era de cierto modo heroica. De niño me imaginaba sorprendiendo a propios y extraños con un libro de mi autoría. Algo como un diario de viaje, una corresponsalía de guerra, no sé, algo que proveyera a mi vanidad de sustento. En mi juventud el ideal era vivir en un país donde un partido hegemónico no dictara lo que tenemos que pensar. Mi primera incursión a los 17 años (influenciado por alguna novela negra de la que guardo escasa memoria) era la de un joven parecido a mí que se encarga de ejecutar ex presidentes corruptos. Claro está, no tenía ni las lecturas ni los argumentos para una empresa de tal envergadura. Abandoné el proyecto a las 3 o 4 cuartillas.
Pero ya había en aquella lejana juventud una suerte de imperativo ético. Aunque despegado de la realidad y bastante romántico, tenía más o menos clara la idea de lo que tenía que ser un escritor. Ignoraba la existencia de mafias culturales, grupos de poder, maneras de trepar en la escala cultural aún sin el talento suficiente. Para fortuna o desgracia, conocí los corrillos literarios a una edad tardía y de cierta manera siempre desconfié de esas cofradías.
Pero gracias a mis lecturas (sobre todo de libros de ensayo) siempre pensé que no solo se trataba de escribir ficciones sino de intentar interpretar la realidad de manera objetiva.
Hay quizá una confusión bastante común entre la concepción que tiene la gente de un escritor y la que tiene el escritor de sí mismo basado en lo que la gente piensa de él. Esto es, alimentado por lo que hoy son las redes sociales, el escritor en general se siente competente para opinar de todos los temas. No importa su área de experiencia, se siente compelido a hablar de materialismo histórico sin haber leído a Marx, de las fluctuaciones de la bolsa, o el tema más socorrido, la política del país sin leer ningún tipo de literatura relacionada con el tema. La confusión también radica en pensar que un escritor por el solo hecho de escribir ya es intelectual. Al contrario, hay excelentes novelistas que resignifican a través de sus opiniones su ignorancia, sin importar cuantos premios hayan ganado.
Una extraña dicotomía; fingen hablar de manera objetiva mientras se expresan con un sesgo marcado disfrazándolo de verdad absoluta. Claro está, el que tengan un cúmulo de seguidores no implica de ninguna manera que sus opiniones carezcan de autoridad, porque tienen autoridad ante su público. Lo que no tienen es veracidad. Para un público asiduo eso no supondría un problema. Si escribe bien una ficción eso implica que por decantación será un buen analista de la realidad.
Hay quienes navegan en la ambigüedad fingiendo no saber lo que pasa. Hay otros ya conformados en las cofradías conocidas, defienden el trozo de “capital cultural” con el que fueron bendecidos. Sus acciones comunitarias se circunscriben a las ferias itinerantes de libros donde reúnen escaso público, al cotilleo culturoso donde el chisme es el material principal de las conversaciones, y claro está, el sistema de becas.
Es claro que en los nuevos tiempos se tiene que tomar partido. Al fin de cuentas la idea que nos formamos de la realidad viene de un contexto específico o de la simple y llana supeditación de los intereses individuales a los intereses grupales. Esto significa una toma de posición desde la corrección política. Si se escribe desde una revista de la derecha que provee visibilidad es casi imposible llegar a abjurar de esta por simple y llana flojera. Ese tipo de revistas no están hechas para la crítica objetiva sino para la reproducción de los mecanismos de privilegio de cierta clase cultural.
Es divertido pensar que a estas alturas del partido, cuando se tiene la mayor libertad de expresión en la historia del país algunos de ellos se llamen perseguidos.
Si José Revueltas viviera se retorcería de la risa. La mal llamada y fingida persecución no significa sino el sufrimiento artificial de una casta cultural que jamás imaginó que perdería el monopolio del discurso.
Se abren nuevas formas de interpretar la realidad como lo dice el intelectual Alejandro Rozado. Un discurso que viene desde la periferia y que aspira a convertirse en la centralidad.
Así que el compromiso ya no viene desde la consecución de privilegios. El compromiso del escritor viene de convertirse en portavoz de los desfavorecidos. Y eso señores, no es poca cosa.