Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Dostoievski: el alma de la literatura.

 

Por Jonatan Frías

Noviembre 2021

 

Nietzsche decía que él cambiaría toda la alegría de occidente por el modo ruso de estar triste. Cualquier persona que haya leído a Dostoievski podrá estar de acuerdo con en él. La tristeza tiene una capacidad estética que no posee la felicidad. Por esos los viejos cuentos terminaban diciendo: y vivieron felices para siempre, porque la felicidad no se narra. A nadie le importa la felicidad. La tragedia, por otro lado, la tristeza, la melancolía, el dolor: qué celeridad, qué vértigo, qué vitalidad. Raskólnikov no habría alcanzado la inmortalidad si hubiera sido feliz y ni qué decir de la familia Karamazov.

            Jorge Ibargüengoitia dice en “Instrucciones para vivir en México” que los cumpleaños tienen dos defectos, el primero es que son acumulativos e inevitables; el segundo es que deforman el carácter de quien los celebra. El 11 de noviembre Fiódor Dostoievski cumplió 200 años. Yo, por mi parte, el día 20 cumplo 41. Creo que hasta el espíritu más burdo coincidirá conmigo en que a estas alturas Dostoievski se ve mucho mejor que yo, sin contar que él guarda mejor estado físico y mental. Moralmente sí habría disputas. Ambos, a nuestra manera, estamos desgarrados, escindidos. Hasta ahí llegan las cosas que puedo tener en común con el único escritor del cual se puede decir que cambió el rumbo de la literatura, que tocó el alma de la literatura, sin caer en un torpe y burdo cliché. Nunca una obra tan descomunal y tan profunda ha surgido de tal desesperación.

            La historia es conocida. Un 22 de diciembre de 1849, un grupo de activistas que habían sido detenidos, fueron sacados de sus celdas en la fortaleza de Pedro y Pablo de Petersburgo, en donde, a lo largo de 8 interminables meses, fueron torturados e interrogados. Los llevaron a la plaza Semenovsky. Ahí, en medio del frío, les leyeron sus sentencias: muerte por fusilamiento. Les entregaron una blusa larga de campesino y un gorro. Les ofrecieron también la extremaunción y los dispusieron en su orden final. A los primeros tres los amarraron a un poste. Uno de ellos se negó a que le cubrieran los ojos. Quería ver a los ojos a cada uno del pelotón. A la orden de preparen… apunten… fueron detenidos de último momento. Los soldados bajaron y dispusieron sus armas. Por decreto imperial, a los prisioneros se les sustituía su pena de muerte por la de trabajos forzados en un campo de prisioneros en Siberia, seguida de un riguroso servicio militar de 6 años. La decisión, por supuesto, se había tomado desde antes, pero el capitán del pelotón creyó justo y divertido hacerlos pasar por la certidumbre de la muerte. A uno de ellos, del miedo, se le volvió el cabello blanco, el segundo se volvió loco y el tercero escribió Crimen y Castigo, Los hermanos Karamazov y Recuerdos de la casa de los muertos.

            La experiencia cambió radicalmente la forma de ver y vivir la vida de Fiódor. Sabemos de sobra de su alcoholismo, de su desesperación, de su afición por el juego, de su cristianismo. Poco se sabe de su carácter amargo, seco, de su desprecio por los judíos, de sus rencores.

            Para Dostoievski el hombre era un misterio. El hombre está incompleto por naturaleza, por eso siempre busca, condenado a nunca encontrar. Nadie como él, ni antes ni después, entendió la profundidad del dolor del alma. De esa cosa que es pura presencia y que duele en un lugar que no es el cuerpo. Para él “lo que importa es la vida, nada más que la vida”, como dice en su novela El idiota, “el proceso de descubrimiento, el proceso eterno y perpetuo, y no el descubrimiento en sí mismo”.

Dostoievski, mucho antes que Freud y de forma más clara y lúcida que Nietzsche, entendió que el mal que más aqueja al hombre es la libertad. Lo que verdaderamente mueve al hombre es su deseo ingobernable de liberarse de ella. Ser libre implica, en el estadio más alto, ser como Dios. Somos responsables no sólo de nuestras acciones, sino de todas y cada una de sus ramificaciones. Por eso el hombre se apega tanto a sus demonios y se deja someter. Quiere, necesita, que sea otra cosa y no la libertad misma, la que conduzca sus pasos: la ética. Para él una persona debe ser tratada como tal, en cualquier circunstancia, por eso sufre tanto Raskólnikov, porque ha quebrantado la única forma que conocía para sentirme ligado a algo más grande y más divino de lo que él jamás llegaría a ser.

Pocos son los cristianos de este mundo que me caen bien. Uno de ellos es sin duda Cristo, el otro, es Dostoievski.

Se cumplen 200 años del nacimiento de un hombre que escribió siempre desde la experiencia. Que experimentó antes que sus personajes los males que nos aquejan a todos. Su obra no es un objeto para intelectuales como la han querido hacer. Su obra es profunda y sensible: es la obra de un hombre atormentado y con eso, con eso, nos podemos identificar todos.

Leer a Fiódor M. Dostoievski es someterse, por voluntad propia, a la culpa, al remordimiento, a la falta de perdón, a la angustia y al vértigo.

Yo tenía 20 años cuando leí por primera vez algo suyo. Desde entonces, no hago sino admirarlo. Leerlo es padecerlo. Nietzsche decía que Fiódor era el gran psicólogo, el único escritor del cual se podía aprender… a veces hasta Nietzsche tiene razón.

 

 

 

 

Jonatan Frías, (1980) es escritor y editor. Ha publicado cuentos y ensayos en diferentes revistas como Parteaguas y Tierra Baldía en Aguascalientes, así como la Revista Narrativas en Zaragoza, España. En el 2015 fue incluido en la antología de cuento Itinerario nómada: cuentos de viaje, editada por Molino de Letras y la Universidad de Chapingo y en 2019 en la antología 3er encuentro de Narradores, editada por el IMAC. Participó como editor de la revista Revolver Sophia y condujo el programa de radio del mismo nombre, ambos proyectos para la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue beneficiario del Fondo Estatal para la Creación Artística (FECA) en 2013, con el proyecto de ensayo Resonancias hispanoamericanas. Además de los cuentos y ensayos, también participó con la columna ((paréntessis)) en la revista Parteaguas, actualmente retomada para la revista Anestesia. Durante tres años trabajó como asistente editorial en el Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura (IMAC). Actualmente es director editorial de la colección Exmáquina de la Editorial Texere. Sus más recientes libros son Presuntos ensayos para un jueves negro (UAA, 2019) y La eternidad del instante (UAA, 2020).