Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Dos poemas eróticos

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Por Carlos Saavedra

16 Septiembre 2020

 

Grenouille sintió palpitar su corazón y supo que no palpitaba por el esfuerzo de correr, sino por la excitación de su impotencia en presencia de este aroma.

             El perfume, de Patrick Suskind

                       1

Con ansias de tu vida y de tu sexo,

otear en rededor de ti, palparte,

y en el apremio de volverte ofrenda

olisquear a las puertas de tu cuerpo.

 

Merodear entre prendas tu secreto.

Mar de cardumen, engolfar deseos.

Ensimismar suicidios olfativos

al rasgar de entre telas tus tesoros.

 

Y ebrio cautivo, bellaco, sin decoro,

patas, joroba, vientre y sexo al aire,

tirarme al sol perdido en arrebato.

 

Y al festín de gozar con el aroma

del sahumerio de tu carne y huesos,

saciarme hasta la muerte en tus olores.

 

 

2

 

Invocación al erotismo.

Ávidos amantes, derrame en ustedes la noche reptil su pasión entre rincones y prodigios. Búsquense las almas, abracen, calcinen el amor, cumplan rituales ceremonias. Impacientes solivianten y larven su tarea, hagan renacer la  sigilosa luz, elogien su huella en rescate sin cautela de renovadas alas, iluminen el hambre amorosa de las ansias.

Cohabiten  amantes a orillas de la noche, en un azul encendido de deseo. En pasión de sales y de mieles, inunden su piel con urdimbre de minucia; con giros marinos al desnudo en el asombrado instante luminoso del espejo, palpen el ensueño de su carne, plenos de ardores de derramada premura; deslicen por su espalda, alada lengua entre lo ignoto de sus febriles rincones.

Que sus cuerpos, frente al espejo de la vida, tengan el aroma de una primicia en ese juego lunar entre penumbras que indica el músculo preciso, sin secretos ni orillas vacilantes. Entre sabores de mañana olviden esa cábala de murmullos que paralizan los sentidos; sea su entrega el callado corazón de una manzana. Venzan al sueño que anquilosa, alerten las retinas; penetrándose, vuelvan a ser los dueños  de sí, bajo la noche insomne y convulsiva; velen hasta el alba inquebrantable; persigan entre ruidos el silencio de su anonimato en los abrazos, oculten su sueño a la avaricia con saltos de lucero; busquen entre bocas la gota edénica temblando entre sus labios; roben lo insondable de la luna, de los silencios, de la flor de los ensueños; sean, mientras aman, quienes construyan un amor sin nocivos lazos, entonces la pasión abrirá en sus ojos regocijo destituyendo la tristeza. Que la carga de esta ciudad enferma, entorpecida, brutal se hunda ante sus dones. Inicien el reto: den paso a la delicia; sean puerta que invita a tocar de la flor que les nazca  de sus cuerpos el resuello; reinvéntense un país distinto; hagan de sus seres territorio del deseo; lleven entre sus dedos el amanecido día de su libido que se diga, paraíso; llenen sus sentidos con música oriental y Kamasutra; ensaliven con la punta de su lengua el arrebato de su sexo; aprendan, de sí, su geografía; dense el emblema de la hoja de roble y un rincón para aprender a ciegas la biblia de sus cuerpos. Consideren, alados amantes, en su hallazgo las estrellas, bébanse el instante de esa clara agua nocturna.

Amantes sigilosos, vayan por la noche fabricando andamios de júbilo en quien los oye. Sentados sobre el ocho de sus cuerpos lancen  suspiros  a la  luna. Sean prontitudes eróticas bajo la luz yaciente. Amantes supinos, con los muslos tiesos, olviden sonámbulas congojas que imitan a los trenes y sus lamentos  a distancia. Febricitantes, luminosos, gasten el timbre de sus ansias con rumores de aluminio. Amantes del asombro, ofrezcan resplandor y placeres con gozoso lamer que justifique sus quimeras; amantes ruidosos, amantes sublimes en el acto perentorio de su entrega, clamen reincidentes una noche clandestina de  luz celeste, todo huesos y piel de aceites lúbricos; olviden que el morir será como una sombra.

Amantes: muéranse de heridas y de abismos, saquen del olvido la  memoria con la pasión feudal de sus cuerpos. Tocarse es entrar en lo sagrado.