Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Doña Barbara o María Félix, la ficción de una historia personal

Por Fernando Salazar

Febrero 2021

 

El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.

Jorge Luis Borges

 

Desde principios del siglo XX, los nuevos procedimientos narrativos dislocaron el principio de representación de la realidad, induciendo a distintas anomalías del discurso literario, tales como alteraciones de sentido hasta alcanzar la polisemia, extravíos elocutivos, disociación del tiempo, la imaginación como eje de la fantasía y lo surreal y, me parece, las más importante de las aportaciones en la literatura moderna: el proceso de ficcionalización. Señalo esto, porque María de los Ángeles Félix Güereña (1914-2002) hizo de sí misma otra, al modo como Arthur Rimbaud expuso, en Lettres du voyant (1871), carta dirigida a Georges Izambard, Je suis un autre. Yo soy otro, en este sentido, no tiene ninguna implicación ética ni social, como actualmente explicaría la ética de la Liberación. Ser otro, como dispositivo estético, significa construir más que una personalidad, en todo caso queda manifiesta la reinvención de un yo ajeno al original, crear, en principio, una nueva vida alterna a la realmente experimentada, forjar un pasado y biografía que simulan un personaje. La confluencia entre una vida y otra puede bien no suceder jamás, sin embargo es más extraño cuando ambas ocurren en el plano de lo real. La realidad y la ficción, antepuestas, padecen un proceso que las disuelve hasta constituir la unidad de lo doble. Justo esto fue lo que hizo María Félix de sí misma. Una mujer sin formación actoral, ignorante de los más mínimos conocimientos de interpretación, llegó al cine mexicano con privilegios, compartiendo los escenarios con grandes figuras, tanto nacionales como internacionales, tales como Ignacio López Tarso, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Pedro Infante, Jean Cocteau, entre otros, hasta formar parte representativa de la Época de Oro del cine en México y tener cierta importancia en la cinematografía de Hollywood.

            La época histórica que le tocó vivir, ciertamente, no fue fácil ni sencilla a causa del machismo expreso social y económicamente en la primera mitad del siglo XX, como consecuencia del movimiento revolucionario que sirvió como modelo de vida en la política y las familias mexicanas, al reproducirse en la mayoría del cine en figuras del charro, el cacique, el ranchero y el campesino, además del autoritarismo de la figura paternal tan común en esos años. Pese a esta fuerza de género impuesta por el cuerpo masculino en las sociedades, María Félix debería ser considerada una imagen real de cierto feminismo, al ser ella una de las primeras mujeres del medio que rompería con el estereotipo femenino, tanto en la vida pública como en la actividad privada; también altera los roles de la mujer y sus modelos corporales moralmente permitidos. Esto es notable en su carácter, sus modales, movimientos corporales y vestimenta, la cual mandaba hacer exclusivamente con sastres que trabajaban para hombres. Por otra parte, considero que los estudios de género están obligados a reflexionar sobre su personalidad y su concepción de la mujer. Ella misma llegó a confesar tener un corazón de hombre. Ella intuía la importancia de la liberación en distintos planos: social, económico y en el hogar. Incluso, sustituir el juego de la seducción, propio del hombre, hacia las maneras de conducta en las mujeres. Desde su nacimiento, su carácter siempre se vio influenciado por las estampas varoniles. Tuvo once hermanos, su padre era militar de origen yaqui, su madre vasca. Esta combinación, híbrida en cultura y raza, contrasta con una personalidad antes del hito, que marcaría dos vidas, pues María Félix nació y murió dos veces. El primer nacimiento lo atestiguan los archivos históricos, en 1914, el segundo ocurre al mismo tiempo que la primera muerte, en 1943, cuando la otra sepulta a María Félix, no es el surgimiento del mito, como la mayoría supone, sino el rito que concibió a la ficción, me refiero a la Doña, quien se apropió de María Félix cuya segunda muerte data del año 2002. ¿Qué prevalece a partir de toda una vida cuya actuación oscila entre la realidad y la ficción? La reconstrucción de una máscara al modo griego, hacer una persona que actúa al frente de la mujer que vive.

            Doña Bárbara (1943) es la cuarta película protagonizada por la actriz mexicana. Este film está basado en la novela homónima del venezolano Rómulo Gallegos, quien expone en su obra la lucha entre la barbarie y la civilización, no obstante, el director Fernando de Fuentes cambia la historia, y narra la vida de una mujer enamorada a quien le matan al novio, es violada y, desde entonces, cobraría venganza con todos los hombres. El personaje, La Doña, es absorbido por su intérprete, María Félix. La ficción viene a sustituir al cuerpo de carne y hueso. Al final de esta trama, la protagonista cambia su conducta y desaparece, ya sea porque huyó del pueblo Altamira, o porque se haya suicidado, aspecto ambiguo dentro de la película. Aquí empieza la terrible dualidad de personalidades.

Si muere o no, María Félix revive la personalidad de la protagonista en su cuerpo, revive a la otra en ella misma, lo que significaría que la persona real, la mujer simulacro, se difumina hasta fundir la ficción y la vida; realidad y fantasía forman correspondencia. Muere María Félix y nace la Doña. Este procedimiento es una de las características del cuento fantástico, lograr la ambigüedad de tal modo que exista una frontera minúscula entre lo real y lo irreal. El lector entra en la confusión y resulta imposible distinguir qué es cierto y qué es ficción. Esto mismo le ocurre al espectador que identifica en María Félix una alteración de sí.

            Cuando se produce dicha película, apenas cumpliría 29 años, su carrera estaba por comenzar, los logros profesionales por venir, pero la historia biográfica habrían de ser manipuladas a través del discurso ficcional, inventando sucesos, acontecimientos, viviendo una vida ajena. Jorge Luis Borges dijo de sí mismo, en una entrevista, que él se dejaba vivir para que Borges, el otro, escribiera su literatura. Y, en efecto, desde Rimbaud, hasta terminar el siglo XX, el fenómeno de la otredad como constructo ficcional fue propio de la literatura, ocasionalmente de algunos guiones de cine, pero raro es el caso expreso en la vida de algún actor, más contrastante y llamativo todavía al ser una mujer quien lo alcanza con bastante triunfo.

            Existe una paradoja cuando el tema es María Félix. Realmente sí se habla de ella, pero desde la ficción, entonces el discurso ensayístico, periodístico o literario interpreta, pero jamás desvelará, una verdad en torno a la persona real detrás del personaje. El cruce entre la historia y lo ficcional hacen de la biografía algo literario, y de lo inventado, lo histórico del mito.

 

 

 

Fernando Salazar Torres
(Ciudad de México). Poeta, crítico literario, ensayista y gestor cultural. Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa (UAM-I). Maestría en Teoría Literaria (UAM-I). Estudia el Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) con estancia de investigación en la Universidad de Salamanca (Usal). Ha publicado el poemario Sueños de cadáver y Visiones de otro reino. Su poesía y ensayos se han publicado en distintas gacetas y revistas literarias impresas y electrónicas. Su poesía ha sido traducida al inglés, italiano, catalán, bengalí y ruso. Director de la revista literaria Taller Ígitur Coordina las mesas “Crítica y Pensamiento en México” y “Diótima: Encuentro Nacional de Poesía”. Dirige el Taller Literario “ígitur”. Colabora en la revista literaria “Letralia. Tierra de Letras” con la serie de poesía mexicana “Voces actuales de México” y “Poesía española contemporánea”. Es miembro del PEN Club de México.

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