Revista Anestesia

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Disparos al aire. Aforismos sobre el aforismo en la literatura hispanoamericana

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Por Hiram Barrios

16 Noviembre 2019

El aforismo nació con algo de estatuto, de código o incluso de principio. Ha conservado desde sus orígenes la naturaleza instructiva propia de una frase destinada a encapsular lo mismo una afirmación médica, que una sentencia jurídica o una sanción de tipo moral. Se trata de una escritura deontológica proclive tanto a la descripción como a la prescripción de normas o reglas. La aforística de Hispanoamérica no ha perdido este tono lapidario, aunque en muchas ocasiones se trate de una estrategia persuasiva, cuando no de una parodia o una ironía. Lo cierto es que, aún hoy en día, la contundencia de un aforismo memorable sigue teniendo autoridad en los terrenos de la medicina, la política, la ética o, incluso, la religión. No por nada Guillermo Fadanelli sugiere: “Cualquiera que escriba diez buenos aforismos puede fundar una religión. Sólo requiere un inversionista”.

Acaso algo de verdad hay en dicha especulación, no obstante el arte del aforismo no  es un privilegio de grandes pensadores o de plumas consagradas. Jorge Fernández Granados anota: “No es para tanto, cualquier artesano observador podría escribir diez sentencias sabias sobre su oficio”. Y la realidad, que siempre va un paso adelante, lo evidencia con los Aforismos de conserjes (Pinos Alados, 2017) de Antonio Valenzuela, quien ejerce el oficio en algún centro educativo de Tijuana, en el norte de México. Reproduzco un par de sus esquirlas: “El conserje limpia oficinas porque los académicos las ensucian”, “Un conserje leyendo puede ser una gran poeta, y un académico, no”.

Vehículo idóneo para la reflexión sobre un quehacer, ya manual, ya intelectual. En los dominios del arte, el aforismo ofrece una mirada a las conquistas del artista. Con él se exponen las inquietudes que han signado al creador, sus preferencias estilísticas o bien los usos o aplicaciones particulares de una técnica, por ejemplo. Menciono una tercia de colecciones afortunadas: los aforismos sobre la luz, el color o la forma del pintor venezolano Armando Reverón; los de la actuación, la entonación o la escenografía del dramaturgo mexicano Luis de Tavira; y los “Apuntes” sobre poesía que recientemente ha publicado el poeta argentino Daniel Freidemberg.

No es de asombrar que la reflexión metaliteraria se asome como una de las líneas de trabajo más socorridas en la aforística hispanoamericana. En el caso de los aforistas contemporáneos, resulta además interesante constatar un reiterado esfuerzo por definir o, al menos, caracterizar el objeto de su inquisición. Tarea nada baladí si se piensa que tal ha sido un problema irresuelto que aun despierta desvelos (Umberto Eco llegó a afirmar que “no hay nada menos definible que un aforismo”, y especialistas como Gino Ruozzi o James Geary han evadido también una definición).

En las siguientes líneas abordaré una tercia de características postuladas por escritores hispanoamericanos a partir de su práctica aforística. El objetivo es buscar semejanzas y puntos de vista coincidentes entre los aforismos que versan sobre el aforismo. Si bien en estos no alcanzan a definir todas las posibilidades que arroja la libertad de composición de la actualidad, al menos permiten destacar algunos rasgos que la singularizan. Algo de luz habrá de arrojar la forma en la que los creadores conciben su materia de trabajo.

 

Condensación verbal

 

La aforística contemporánea acoge entre otros los formatos de decálogo, manifiesto o diccionario en un afán por redefinir los conceptos que somete a juicio. También es común la enunciación a partir del verbo copulativo o mediante el uso de dos puntos (El aforismo es…, o bien, Aforismo:). La comparación o el contraste son asimismo estrategias recurrentes. El tamaño del texto suele ser una de las observaciones más habituales. Raúl Aceves, escritor y estudioso mexicano de esta modalidad de escritura, apunta: “El aforismo es un género breve, pero no menor”. La extensión del texto no se corresponde con la capacidad de sugerencia que produce. Según varios de sus cultivadores, el tamaño del texto sería una de las primeras virtudes a subrayar: “Brevedad, cuán larga eres”, escribe Andrés Neuman, escritor argentino avecinado en España.

El aforismo proyecta, para decirlo con Geary, “un mundo en una frase”, y para ello demanda un lector con la pericia necesaria para interpretar los elementos interdictos, pues, a decir de Franklin Fernández, autor venezolano: “Un aforismo requiere de la lentitud de una meditación añeja”. Esta escritura aprovecha al máximo el principio de economía verbal. Condesa la información de tal manera que no requiera más dato para ser entendida. Para Merlina Acevedo, escritora mexicana, “El aforismo es una conclusión que llega a sí misma”. Este principio de autonomía se aprecia en varias definiciones que los aforistas hispanoamericanos han aportado. Francisco León González, por ejemplo, escribe: “El aforismo dice todo, aunque le falte decir lo demás”.

Carlos Saavedra Weise, aforista boliviano, define: “El aforismo cincela el idioma y condensa el alma”. La contundencia de la idea y la precisión de la palabra se anuncian como distintivos que procuran, ante todo, iniciar un diálogo, implicar al quien lee: “El aforismo no pretende decir la última palabra sino la primera. De las siguientes se ocupa el lector”, sanciona Julián Serna Arango, aforista colombiano, quizá uno de los que más ha reflexionado al respecto. En un camino similar, el parangón con otros géneros literarios suele resaltar esa condición sintética y elíptica. Véanse este par de comparaciones aportadas por aforistas mexicanos:

Aforismo: la frase final de la novela, sin la novela.

Jorge Fernández Granados

 

Aforismo: ensayo jíbaro, microscopia del pensamiento, arrogancia.

Jezreel Salazar

 

            En ambas descuella una fuerza evocativa que se cristaliza con la participación del lector, quien habrá de completar el sentido a partir de las pistas que se le otorgan (“El aforismo ajeno es un reto al ingenio propio”, escribió Edmundo O’Gorman). En otro ejercicio comparativo, Alberto Girri había sugerido que la vitalidad del poema podría ponderarse en relación con el aforismo al que podría aspirar:

 

Vocación aforística del poema.

Extremándola, sostener que la bondad del poema reside en el grado (eventual) de eficacia del aforismo a que se dejaría reducir.

 

El catálogo de comparaciones es amplio. El humorista argentino Roberto Fontanarrosa confeccionó esta que guarda alguna relación con la greguería: “Un elefante encerrado en un dedal. Eso es el aforismo”. Sin embargo, no todos conciben esta capacidad de condensación como un acierto. José Emilio Pacheco lo caracterizó con estas palabras:

Aforismo: ensayo que no quiere levantarse. Género que hace de un vicio —la pureza— una modesta virtud. Por su proclividad a la repetición, al lugar común, al plagio involuntario demuestra que las ideas son pocas y siempre las mismas. En su desnudez expone nuestra pobreza mental.

 

Rubén Bonet, catalán radicado en México, más conciso, afirma: “El aforismo tiene su equivalencia fisiológica en la eyaculación precoz”. La extensión textual de un aforismo, no obstante, parece relacionarse intrínsecamente con un pensamiento nómada, una razón poética que se distingue por una acertada condensación verbal cuya pregnancia queda resaltada en aras de una facultad evocativa. Julián Serna Arango parece coincidir: “El aforismo es la idea en estado salvaje; en el tratado, permanece cautiva”. La libertad del pensamiento está relacionada con la forma en la que se enuncia. José Martí ya lo había anotado: “Las concepciones geniales son siempre breves”.

 

Hibridez

 

Serna Arango apunta sobre la cualidad híbrida, fronteriza: “El aforismo es elusivo. Los poetas dicen que es filosofía; los pensadores, que es literatura”. En este lugar ambiguo se conjunta lo mismo el dilema narrativo que la observación elíptica o la meditación lírica. El aforismo no responde a una estructura fija, ni demanda un listado específico de cualidades. Libertad de creación, de pensamiento, parece ser uno de los estandartes. Antenor Orrego, escritor peruano, apuntaba ya en Notas marginales (Olaya, 1922) que “No es la forma que capta el pensamiento, es el pensamiento que crea su forma”. Estructura proteica, mutable, que no acepta el encasillamiento. El aforista mexicano Francisco Guzmán Burgos arroja esta observación: “Cada aforismo crea su propio sistema de pensamiento”. Aunque, a decir de Salvador Elizondo, la destreza verbal o la creatividad de la forma no son garantes de certeza o veracidad: “Los aforismos más ciertos son siempre los aforismos menos brillantes”.

Y aunque es precisamente la forma la que despierta suspicacias (“No hay aforismo sin grieta”, dice Franklin Fernández), para otros lo que distingue al aforismo está en el contenido, en aquello que expresa: una verdad que perdura o que permanece en el imaginario colectivo. El escritor cubano Enrique José Varona, pionero en el rescate de este género, escribe hacia 1927: “El aforismo es un rayo de luz que palpita, de conciencia a conciencia, a través de las edades”.

 

Discordancia

 

El aforismo defiende una postura individual. No consiente, replica; no respeta, bromea. El filósofo cubano José de la Luz y Caballero ya había notado, en el siglo XIX, una inclinación disidente, una invitación a la crítica: “Hay aforismos que sólo son motivos para pensar”. La pretensión de verdad —tan cara a la enseñanza que se supone que encierran los dichos tradicionales— se diluye entre la provocación o el escarnio. Franklin Fernández escribe: “Un aforismo no es simple frivolidad decorativa, insiste una y otra vez en el engaño”.

La gracia de estas esquirlas residiría en su naturaleza destructiva (y autodestructiva). Las creencias, los valores incluso, se desmoronan ante esta acidez del pensar. Julián Serna Arango  recuerda que “Las certezas se derrumban en forma de aforismos”. Y no hay materia que evada el examen: “El pensamiento puede escapar de todo: menos del aforismo”, como señala José Balza. Se trata de una escritura destinada a incomodar, a fastidiar a quien se deje. Alina Diaconú, escritora argentina, apunta: “Escribir aforismos es como rociar una ráfaga de fijador sobre cabelleras propias y ajenas”.

La discordancia es propia de toda mente que cuestiona, pero en este caso el desacuerdo que se enaltece suele ser incendiario pues, a decir de Serna Arango: “El aforismo es una dosis de entropía que explota en la cara”. Pero no todo es agresión. La contundencia no siempre ataca con un golpe. Luis Yslas Prado, aforista peruano, escribe: “Un aforismo es una herida que se cree bala”.  Y ya en los terrenos de la balística, se debe a José Antonio Ramos Sucre una de las definiciones más atinadas. Infortunadamente, no se trata de un aforismo. La frase aparece en una carta fechada el 7 de enero de 1930. En ella, el poeta venezolano se defiende de quienes se habían sentido aludidos por sus escritos y concluye: “Los aforismos son disparos al aire”.  

***

Cualquier definición se antoja parcial e incluso lábil. Lejos de aislar el sentido del término, los aforismos mencionados sólo parece que lo extienden. “Definir qué es el aforismo es una definición al cuadrado, un aforismo imposible”, escribió Giuseppe Pontiggia. En este sentido, Juan Varo Zafra reflexiona:

La aporía de una palabra que significando ‘definición’ no pueda, sin embargo, ser definida se resuelve de inmediato si entendemos que cualquier definición de aforismo que se proponga no podrá ser sino otro aforismo que requeriría a su vez ser definido. Y así hasta el infinito.[1]

 

El aforismo, a luz de sus practicantes, es un género evocativo que se concreta en el lector; una frase condesada que no se somete a una fijación métrica o, en general, a un molde o estructura preconcebida. Expresa ideas personales, subjetivas, algunas veces relativa. La libertad del pensar ha marcado a esta escritura condensada, híbrida y discordante. La variedad de propuestas que en la actualidad se identifican como aforismo pone a prueba, sin embargo, toda caracterización. Los distintivos subrayados no tienen que corresponder a todas y cada una de las posibilidades que adopta en nuestros días, y aún hay otros rasgos que deben contemplarse para asirlo a cabalidad.

 

Bibliografía mínima

 

Balza, José. Observaciones y aforismos. Caracas: Fundación Polar, 2005.

Barrios, Hiram. Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Toluca: Fondo Editorial del Estado de México, 2015.

————. Disparos al aire. El aforismo en Hispanoamérica. Estudio y antología. Inédito.

Diaconú, Alina. Relámpagos. Máximas y mínimas. Buenos Aires: Galáctica Ediciones, 2016.

Fernández, Franklin. Trizas (Aforismos 1998-2015). Sevilla: Libros al Albur, 2015.

Fernández Granados, Jorge. Vertebral. México: Almadía, 2017.

Yslas Prado, Luis. A la brevedad posible. Caracas: Exlibris, 2015.

Orrego, Antenor. Notas marginales. Trujillo: Universidad Privada Antenor Orrego, 2007.

Pontiggia, Giuseppe. “L’Aforisma come medicina dell’uomo”, prefacio a Ruozzi, Gino. Scrittori italiani di aforismi, vol. I: I classici, 3ª ed. Milán: Arnoldo Editore (I Meridiani), 1997.

Salazar, Jezreel. Nadie viene. México: Cuadrivio, 2016.

Serna Arango, Julián. Adversus agelastos. Ironías & paradojas. México: Ediciones Sin Nombre-Universidad Tecnológica de Pereira, 2011.

————. Apócrifos. Contra los ismos dominantes. México: Ediciones Sin Nombre-Universidad Tecnológica de Pereira, 2013.

Valenzuela, Antonio. Aforismos de conserjes. Tijuana: Pinos Alados, 2017.

Varo Zafra, Juan. “El aforismo, género y concepto”, en Revue Romance, vol. 45, núm. 2, 2010, pp. 296-314.

Varona, Enrique José. Con el eslabón, prólogo de Ana Cairo. La Habana: Letras Cubanas, 1981.

 

[1] Varo Zafra, Juan. “El aforismo, género y concepto”, en Revue Romance, vol. 45, núm. 2, 2010, p. 299.