Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Deseo

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Por Emily Granados

16 Abril 2020

A ella la conocí cuando entré a trabajar al rancho la Hondonada en Querétaro; rápido me adapté al clima, el calor era semejante al de la costa de Oaxaca aunque, claro, no había mar.

Ella era muy tranquila, tenía un mirar sereno, ni blanca ni negra, me gustaba verla caminar en la pradera yendo y viniendo; todos los días hacía lo mismo, pero eso no le robaba la parsimonia en el andar relajado con el que vivía. Cuando el sol le iluminaba los ojos, parecía una criatura sagrada y sin edad.

Mi jefe, o sea su dueño, seguido andaba diciendo cosas de ella; sobre todo cuando a la carrerita se echaba sus cervezas vespertinas o su jarrito de pulque curado, revelaba información sobre ella a cualquiera que le preguntara por el rancho. Al principio me daba lo mismo, pero como le fui cogiendo cariño, después me molestaba un poco, si yo hubiera sido él habría callado mucho.

Una mañana, mientras desayunábamos quesadillas de huitlacoche y chocolate me enteré de que ella sería mamá. Los siguientes nueve meses tuvo mucho más cuidados por parte de todos los que trabajábamos ahí, sus paseos por la pradera eran más lentos, caminaba llena, llenita de leche, e inevitablemente quise tenerla, ya sé que no era mía pero mi jefe tenía otras, y no era ningún secreto pues todos conocíamos el número exacto ¿Por qué yo no podía tenerla para beberme esa lechita directamente de su cuerpo?

Esa noche en la soledad de mi cama planee robarla. La emoción se apodero de mí, la envidia que de alguna forma sentía por mi jefe me estaba haciendo perder la cabeza, él me caía bien y todo, pero yo quería quedarme con ella, empezar una vida distinta con mis propios negocios y deseos … Lo pensé durante horas, no sabría al principio cómo mantenerla, pero me esforzaría para conseguir un espacio donde nunca le faltara alimento. Ya casi amanecía y tenía que decidir, era ahora o nunca; él rara vez salía del rancho, pero justo ese domingo no estaba.

Decidí que no, no iba a robarla, seguramente él iba a buscarnos y todo mundo sabría dar santo y seña de un hombre caminando con una vaca café.