Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Desde el gremio de los fingidores

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Por Herles Velasco

16 Junio 2020

El poema, y el poeta por extensión, siempre han tenido algo de rebelde y de revelador, uno y otro y otro y uno; no siempre, por supuesto, se trata de provocar una incomodidad evidente, pienso en Fonollosa o en menor medida en el viejo indecente, incluso en Rimbaud. Ya la Vita Nuova de Dante le provocó algunas enemistades en el siglo XIII; con esa poesía que idealizaba a la mujer para volverla un medio a través del cual se podían alcanzar las más altas esferas celestiales, esa aparentemente cursi e ingenua manera de percibir el mundo (no, el universo) no le caía muy bien a muchos. Pocos poetas se salvan, ni Safo, ni Shakespeare; vamos, ni la melosidad de Benedetti le ha procurado un mejor trato, en este caso por parte de la “alta poesía”. Vallejo, Baudelaire, Huidobro… El poeta nunca sido el héroe de su tiempo, y lo sabe, entre más cerca estás de él, peor el juicio; entre más lejos (en tiempo y espacio), sí que alcanza las sombras del Olimpo.

Con cuantas personas me he topado yo en la vida que idolatran a artistas y obras “de lejos”, que a la hora de vivir de cerca esas filosofías, de ponerse en los sucios zapatos del otro, de mirar de cerca la congruencia entre el pensamiento y la obra, la cosa cambia. La música, la poesía, el arte son sólo un entretenimiento, no un mar para sumergirse hasta que te salgan branquias. Y se vale ver los toros desde lejos, claro.

El poeta es un fingidor, escribió el gran Fernando Pessoa; ese “fingir” puede fácilmente traslaparse a otros adjetivos más agresivos y determinantes; por supuesto, el poema completo, Autopsicografía, revela qué es lo que quiso decir el poeta lusitano al referirse a este oficio.

 

El poeta es un fingidor,

finge tan completamente

que llega a fingir que es dolor

el dolor que de veras siente.

 

Y los que leen lo que escribe,

en el dolor leído sienten bien,

no los dos que él tuvo

sino sólo el que ellos no tienen.

 

Y así en sus rieles, rueda

entreteniendo la razón,

ese tren de cuerda

que se llama corazón.

 

Finge, dice Pessoa, un dolor que además es real. En ese sentido, no puedo evitar hacer una analogía con otro grande: Paul Valéry, que comparaba al poeta con el perfumero que replica de maneras ficticias la esencia de la flor, para ser experimentada en cualquier otro momento. El gremio de los fingidores nunca ha sido bien comprendido; la sensibilidad del poeta (sí, la sensibilidad) lo ha llevado a hacerse de muchos enemigos desde el inicio; ya Platón pedía su destierro de Grecia poniéndolo al nivel de las prostitutas. El enemigo del poeta siempre ha tenido mucho de moralino.

Y no estamos afirmando que la sensibilidad de quien trabaja con las posibilidades del lenguaje sea una que necesariamente lleve a la empatía por su “nobleza”; no, la sensibilidad no sólo le permite vislumbrar las cualidades de lo humano, también (y quizá sobre todo) sus sombras, y no todos se asoman al espejo de la poesía, en los ojos del poeta, para encontrar ahí una mancha oscura, desagradable. Menos en estos tiempos en los que lo que se busca es nos digan que somos buenos, valientes, nobles, leales, sobrevivientes, políticamente correctos… y habría que leer aquí otro poema de Pessoa: Poema en Línea Recta, para traer claridad:

Nunca he conocido a nadie a quien le hubiesen molido a

palos.

Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo,

tantas veces vil,

yo, tantas veces irrefutablemente parásito,

imperdonablemente sucio,

yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme,

yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,

que he tropezado públicamente en las alfombras de las

ceremonias,

que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,

que he sufrido ofensas y me he callado,

que cuando no me he callado, he sido más ridículo todavía;

yo, que les he parecido cómico a las camareras de hotel,

yo, que he advertido guiños entre los mozos de carga,

yo, que he hecho canalladas financieras y he pedido prestado

sin pagar,

yo, que, a la hora de las bofetadas, me agaché

fuera del alcance las bofetadas;

yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas

ridículas,

me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el

mundo.

Toda la gente que conozco y que habla conmigo

nunca hizo nada ridículo, nunca sufrió una afrenta,

nunca fue sino príncipe – todos ellos príncipes – en la vida…

¡Ojalá pudiese oír la voz humana de alguien

que confesara no un pecado, sino una infamia;

que contara, no una violencia, sino una cobardía!

No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.

¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha

sido vil alguna vez?

¡Oh príncipes, hermanos míos,

¡Leches, estoy harto de semidioses!

¿Dónde hay gente en el mundo?

¿Seré yo el único ser vil y equivocado de la tierra?

Podrán no haberles amado las mujeres,

pueden haber sido traicionados; pero ridículos, ¡nunca!

Y yo, que he sido ridículo sin que me hayan traicionado,

¿cómo voy a hablar con esos superiores míos sin titubear?

Yo, que he sido vil, literalmente vil,

vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

 

Y es que pareciera que al poeta lo buscan ofender por no acoplare al mundo, creen que ponerlo al nivel de las prostitutas (desde el siglo III a, de C, hasta nuestro desabrido siglo XXI) es ofensivo, ¿no saben de qué se alimenta?Sí, estamos generalizando, pero con base en las historias de la historia. No sólo de la concepción del poeta bohemio del siglo XIX, concepción no precisa pero imperante hasta hoy. Es cierto, también anda por ahí el poeta “bonachón, noble y talentoso”, pero de él se ha dicho poco en el largo camino de estos derroteros; quizá la tibieza no suele trascender el tiempo ¿será la hora de reivindicarlo y hablar de él? Espero que no.

Dedico esto a mis maravillosos alumnos del curso de poesía de abril que inspiraron esto, y a los amigos y amigos poetas que se han ido a causa del covid, nos veremos pronto, fingidores.

herles@escueladeescritoresdemexico.com