Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Dame un like

Por Jorge Negrete Castañeda

 

En el metro muchos jóvenes y viejos van con los audífonos conectados al celular; escuchan música, chatean o juegan con las aplicaciones de moda. Aislados del mundo. También se ven personas que paran las orejas para escuchar las conversaciones ajenas, pelan los ojos para ver lo que se escribe o sólo observan en silencio a los que los rodean, pero sólo son unos pocos minutos, el viaje es tan fugaz como parpadear. A esa profundidad y gran velocidad de estación a estación suceden cosas, igual que en la superficie.

 

Allá en Santa Fe en una casa construida en las laderas del cerro, un joven dormía con tranquilidad, pero de repente, a las seis de la mañana entró a su habitación doña María:

─¡Gustavo! Ya es hora ¡levántate! Tienes que ir a trabajar ─lo sacudió en la cama para que terminara de despertar.

─Tu ropa ya está en el baño. ¡Apúrate!

─Sííí, ¡ya voy…ya voy! ─se talló los ojos y bostezó.

─No entiendes ¿verdad? Te voy a quitar ese teléfono. Todos los días te desvelas viendo quien sabe qué cosas.

─¡Ay! mamá, no seas exagerada, mira, mira ─le mostró el celular─ aquí marca que voy a llegar a la hora.

─No sé cómo puedes confiar en esas cosas. ¡Ándale, apúrate!

Se metió al baño, el agua estaba tan caliente cómo para desplumar un pollo. Pasaron más de diez minutos, salió de la ducha y el vapor inundó su habitación. Con la toalla alrededor de la cintura y frente al espejo comenzó a bailar meneando la cadera y dando

vueltas sobre su pie tarareando una canción “…tu eres el imán…ya me está gustando… deeespacito”

─¡Muchacho, se hace tarde! ─gritó su mamá desde algún lugar de la casa.

Se enfundó en unos jeans, camiseta negra con una caláca al frente y se puso sus tenis. Sin dejar de bailar, se miró al espejo y untó gel con abundancia en su cabello, parecía cepillo de bolear zapatos. Fue al comedor, bebió una taza de café y se comió una pieza de pan dulce. Su celular está cargado al cien por ciento, no tiene mensajes, lo metió en su bolsa delantera y se colocó los audífonos… salió con apuración. Bajó por las empinadas calles de la colonia hasta dónde pasa el colectivo.

Tenía el tiempo perfectamente calculado. Gustavo llegó a la estación del metro Observatorio a las siete y cuarto de la mañana, tal y como la aplicación de geolocalización lo indicó. Una multitud llegaba a esa hora, no todos usaban las herramientas tecnológicas, pero igualmente llegaban a esa hora. Caminó hasta el fondo del andén y esperó a que saliera el convoy. Consultaba su celular minuto a minuto, volteaba constantemente como si estuviera esperando algo o a alguien, volvía a mirar su pequeña pantalla.

 

En Cuajimalpa a las seis de la mañana, Fernanda se hallaba en su cuarto sentada frente al tocador, dando los últimos toques a su rostro. Por sus labios pasó un labial rojo intenso. Con habilidad magistral delineó sus cejas y aplicó rímel en las pestañas, se polveó las mejillas para ocultar imperfecciones y quedar, por supuesto, como “muñequita de sololoy”. De su clóset eligió uno de los tantos jeans y una blusa rosa. Llamaron a la puerta de su habitación:

─¿Ya estás lista, m´hijita?, ¡Apúrate, mi reina! ─se escuchó la gruesa voz de Federico.

─Si papá, ¡ya voy!, un momentito ─respondió con voz dulce.

Se miró en el espejo y satisfecha de su arreglo, con el celular se tomó una foto y la subió a las redes sociales.

Frente a la casa, Federico tenía el automóvil en marcha. En la puerta de salida, la chica se despidió de su mamá que le tenía preparado un recipiente de plástico con fruta para el camino.

Se subió al vehículo, su papá la miró y le dijo:

─¡Ay!, niña, niña, dejases de ser mujer. A ver, consulta tu cosa esa para saber por dónde nos vamos.

Fernanda se sonrió, sacó el celular y con los pulgares a una velocidad extrema tecleó el aparato y leyó impostando la voz en tono grave:

─Tiempo de llegada a su destino veinticinco minutos, vamos con el tiempo exacto, papi. ¡Acelera! ─se sonrió.

En el camino Fernanda fue comiendo su fruta con apuro y checando cuantos likes había recibido por su última foto. Federico comentó:

─Que útiles son esas chunches, me voy a comprar una. Luego me ayudas a elegirlo y me enseñas cómo usarlo… ¡vale!

─¡Siií, viejito hermoso!

─Qué, crees que porque tengo algunas canas no puedo usarlo.

─No papi, claro que no −ella le acarició el cabello con ternura.

Llegaron a la estación del metro Observatorio en el tiempo que indicó la aplicación de Fernanda. Le dio un beso y bajó apresurada.

─Con cuidado, hija. Que Dios te acompañe. Aquí te espero a las siete.

─Gracias papá, nos vemos al rato.

 

El convoy del metro salió vertiginoso del fondo de la estación, paró frente a la muchedumbre, abrió sus puertas con ese típico sonido de aire escapando “tssss…tssss”. Fernanda y Gustavo abordaron el vagón de siempre, curiosamente les gustaba el mismo, el penúltimo.

Se sentaron uno frente a otro, intercambiaban miradas y se sonreían. “tururú…tururú” se cerraron las puertas. Los dos sacaron su celular y comenzaron a jugar candy crush. Iban felices, concentrados en acomodar cubitos de colores, se escuchaban fuerte los sonidos del juego. Las personas cercanas curioseaban de reojo. Ellos ensimismados, cada uno en su mundo, cómo si lo demás no existiera. El metro al frenar hacia escuchar el chirriar de los frenos, los usuarios se mecían de un lado a otro y se agarraban con fuerza de los pasamanos, el convoy reiniciaba el camino, los ventiladores se prendían y se apagaban. En cada estación bajaban y subían personas, iban de prisa, se aventaban entre ellos para entrar y salir, se mentaban la madre, hacían gestos de molestia, pero no pasaba nada. Fernanda y Gustavo ni se enteraban, ellos iban jugando, tenían controlado el movimiento, sus manos sostenían casi fijos los teléfonos a pesar de las brusquedades del trayecto. Cuando la red lo permitía aprovechaban para consultar sus redes sociales.

Durante mucho tiempo coincidieron uno frente a otro, sonreían y se daban los buenos días. Su vestimenta era como si nunca se cambiaran, igual. Cada uno se concentraba en sí mismo. Fernanda se bajaba en la estación Insurgentes, Gustavo hasta la de Cuauhtémoc. El tiempo que pasaban uno frente a otro, era breve. Con el tiempo intercambiaron sus datos del cybermundo, sus perfiles. Ya eran amigos, el beso diario en la mejilla lo confirmaba. Viajaban en el mismo asiento, después cada uno se aislaba como de costumbre. En el absurdo amoroso se mandaban mensajes, se miraban y reían como chiquillos maldosos. Sus conversaciones en persona se restringían a monosílabos, pero en la noche en sus habitaciones, tirados en sus camas, escribían extensos textos que parecían cartas. Su ortografía era pésima, les valía madres, lo importante era que ya se habían conocido y que se interesaban mutuamente. Los encuentros mañaneros en el metro fueron fortaleciendo su relación hasta que un día se dieron un beso de piccolo. En el trayecto se tomaron de la mano y volteaban a verse continuamente, pero regresaban a sus pequeñas pantallas para ver qué

había de nuevo. Comentaban los videos virales del día anterior y reían de forma escandalosa llamando la atención de los pasajeros. Así su rutina.

Cotidianamente se desvelaban escribiéndose cosas lindas. Un día a las tres de la mañana sonó el aviso de mensaje: “tiiin”

─¡Hola! ¿Estás despierta todavía, Fer?

─Sí ¿por qué no me habías escrito?

─¡Ah!, perdón, pero es que terminaba un trabajo que me pidió el jefe para mañana temprano.

─Pensé que ya no me querías.

─ ¿Cómo crees? ¿sabes, Fernanda?

─¿Queeé?

─Estoy enamorado de ti.

─¡Ay! Gustavo, creo que yo también de ti. Quisiera enseñarte algo, pero tenemos que conectarnos en video.

─¿Cuál prefieres? Sky, face o whats.

─Sky, se ve mejor.

Tardaron dos o tres minutos en estar mirándose por sus pantallas, él en un piyama de cuadritos y ella envuelta en una bata blanca medio transparente.

─¿Estás listo para conocer mi gran secreto? ─dijo con voz sensual.

─Sí, sí…claro ─contestó un tanto aturdido.

Fernanda puso el teléfono sobre su buró y se alejó hasta que su imagen se percibía de cuerpo completo. Con movimientos sexis al ritmo de una pieza de Shakira y con una gran sonrisa desabrochó el cinturón de su bata y quedó en brasier y una minúscula tanga. Cuando Gustavo la vio, de inmediato tuvo una erección, sentía que su pene ardía y vibraba de tanta sangre que le circulaba. Lentamente Fernanda se fue acercando a la pantalla y él pudo ver el

secreto del que le hablaba. Tenía un tatuaje que iniciaba exactamente en el borde de ese jardín oscuro que se dejaba ver en la transparencia del pequeño calzón. Era un tallo verde con espinas y que poco a poco al acercar Fernanda esa parte de su cuerpo a la pantalla se fue descubriendo una rosa roja que terminaba bajo el ombligo del que salía unas gotas de agua, como regando aquella flor y el jardín. Fueron sólo unos momentos, ella tomó el teléfono y con su cara en la pantalla dijo:

─Ya conoces mi secreto. ¿Te gustó?

─Sí, sí, está súper padre. ¿Cuándo te lo hiciste? ─preguntó nervioso, tomando el teléfono con una mano y con la otra acomodándose la pija tratando de controlar su erección.

─Hace como dos años. Lo hice a escondidas; mis papás están en contra de los tatuajes, dicen que son marcas para toda la vida, ya sabes, cosas de viejitos. Tú ¿no te has hecho uno?

─¡Nooo!, lo pensé alguna vez y les dije a mis padres, me dijeron que… “eso es para maleantes, sólo se los hacen los que están en la cárcel” lo descarté. Es una buena idea ponerlos en dónde no los vean.

Al siguiente día en el metro se encontraron notablemente desvelados, los delataban la hinchazón de los ojos y la palidez de su rostro. Iban sonrientes e intercambiando mensajes, pocas palabras cruzaban entre ellos. Las noches de amor fueron aumentando de intensidad hasta que un día Fernanda le mostró ese oscuro jardín de abundantes rizos ensortijados. Con sus dedos descubrió con cuidado sus jugosos labios, emergiendo mágicamente un rosado y hermoso clítoris, fue como si estuviera naciendo una flor. Gustavo se vino irremediablemente sobre la pantalla del celular. Algunas semanas después se compraron algunos juguetes sexuales, de las novedades que se activan en línea aumentando el placer de su intensa relación. Muy creativos, experimentaron con máscaras y capas de súper

héroes. Deambulaban por sus habitaciones desnudos brincando en las camas y gozando del inmenso placer de mirarse uno a otro.

Cada día al encontrarse en el metro se sonreían como cómplices de algún delito. Aquellos tortolos se demostraban su cariño tomándose de la mano, besándose de manera interminable, compartiendo sus me gusta y las novedades de la red.

─Fernanda, me quiero casar contigo ─decía el primer mensaje de esa noche. Cuando ella lo leyó comenzó a brincar de harta felicidad:

─Sí, sí quiero casarme contigo ─respondió tecleando velozmente en su celular y poniendo muchos emoticons de caritas felices.

 

Por muchas noches después del cibersexo, se distribuían responsabilidades que pensaban debían tener cada uno para lograr el matrimonio. Hicieron un profundo y concienzudo análisis de las circunstancias y se escribieron:

─Gustavo, entre los dos tenemos más de tres mil amigos en el face. ¿cómo le haremos?

─Ummm…pienso que podríamos hacer una trasmisión en vivo de nuestra boda. Ya investigué y si se puede, es un servicio especial y tengo para pagarlo. Fíjate que hasta ya contacté un sacerdote que nos puede casar en línea.

─¡Ay! por eso te adoro, eres tan… tan inteligente.

─¡Ah! y tengo otra idea ¿no sé, si te guste? Ahí te va… ¿qué te parece si nos casamos en el vagón del metro?

─Sí, sí, dónde nos conocimos… ¡ay! sería genial mi rey. ¡Que, original! Sí…sí ─envió la imagen de un foco iluminando precediendo al texto.

─Bueno… ya sólo hay que poner fecha. ¿Qué día propones?

─En dos semanas es día de San Valentín. ¿Cómo ves?

─ ¡Excelente!… pues manos a la obra ─respondió llenó de contento.

Pasaron algunos días haciendo los flyers de las invitaciones hasta que estuvieron conformes en los diseños. Compraron unas tablets para que la trasmisión mejorara, las conexiones a internet y todos esos detalles que requerían. Toda una innovación de matrimonio. A sus amigos de la red les pareció una gran idea ese tipo de matrimonio y hasta se hizo viral. Cada uno de sus invitados se preparó en su lugar de conexión para el evento.

En el trayecto de su viaje en metro y durante la ceremonia de matrimonio, en sus muros recibieron una cantidad impresionante de “likes” ese puño cerrado con el pulgar apuntando hacia arriba, después, todo volvió a la normalidad. Pasaron no más de dos meses entre iconos de besos, caritas de felicidad y textos de melosa profundidad amorosa.

─Gustavo, estoy muy preocupada, ya no hemos recibido muchos likes, creo que debemos dar el siguiente paso.

─¿A qué te refieres?

─Quisiera que tuviéramos un bebé. ¿Qué te parece?

─Que gran idea bombón, creo que ya estamos listos para completar la familia. ¿Tienes alguna idea?

─Sí, vi una aplicación para tener y criar bebés. Está súper padre, el bebé va creciendo; hay que darle de comer, enseñarlo a hablar, caminar y a leer y tooodo, tooodo, todo. ¿Cómo ves?

─¡Magnifico!, mañana seguimos platicando los detalles.

Compraron la aplicación y se comprometieron a la crianza de un bebé; alimentarlo, educarlo, a darle lo que necesitara. Las dos primeras semanas fue toda una novedad para ellos y de los amigos de sus muros, recibieron muchos likes. De manera simultánea todas las noches y con una frecuencia inusitada en sus teléfonos sonaba una alarma cuando el bebé tenía hambre, otra cuando se había hecho caca y otra más cuando era necesario darle

alguna medicina. Se distribuyeron la responsabilidad y tuvieron que suspender sus sesiones de cibersexo y con las nuevas ocupaciones también dejaron de escribir textos lindos. Las siguientes dos semanas, sin avisarse entre ellos, pusieron los celulares en silencio.

Unos días después, recibieron una notificación de la administración de su aplicación en la que les informaban que el bebé había muerto. Al conocerla discutieron acremente:

─¡Eres un irresponsable, Gustavo! dejaste morir al niño

─¡No, no, no! Tú eres una mala madre, tú lo mataste

─¡Estás loco! Eres un inmaduro. Sabes, en este momento te bloqueo de mi muro, no quiero saber más de ti ─agregó unas caritas rojas de enojo.

─Hazle como quieras, yo igual te bloqueo ─agregó el icono del dedo medio.

En sus respectivos muros quedaron muchas huellas de su relación que no van a desaparecer por mucho tiempo: fotos, mensajes, post y videos, y el antecedente de un bebé muerto.

Fernanda por las mañanas al llegar a la estación del metro se va en los vagones de mujeres y niños. Por su parte, Gustavo también cambió de vagón. En ocasiones a lo lejos se llegan a ver en el andén, se voltean haciéndose muecas de desprecio y vuelven a sus pantallas del celular. Los pasajeros abordan velozmente y en desorden, se cierran las puertas y el metro los lleva vertiginosamente a su destino.

Semblanza

Jorge Negrete Castañeda. Nació en la Ciudad de México en 1958. Escribió diversos artículos de opinión en las revistas digitales; Columna Sur.org (2001-2007) y El Ciudadano X.org (2008-2010). Ha asistido a diversos talleres literarios y es diplomado en narración creativa por la Fundación Elena Poniatowska Amor

Se han publicado algunos de sus cuentos en las revistas literarias digitales: Anestesia; Galerías del Alma y Mood Magazine. En medios impresos ha participado en antologías de cuento: El Círculo de las siete esquinas de editorial Puerta Abierta; Antología Zombie de editorial Cartopirata; Cuentos del Sótano de Endora ediciones, entre otras. En enero de 2020 publicó su libro “La pizca” con cien minificciones de cien palabras, el cual fue seleccionado en la convocatoria “Coyoacán en tus letras”, para su difusión y presentación.