Cuando el futuro nos alcance

Por Jonatan Frías

Enero 2022

La sobrepoblación mundial ha creado un desequilibrio cada vez más difícil de restablecer. Escases de alimentos, tierras áridas, efecto invernadero. Cada vez hay más desigualdad, más hambre, más pobres. Unos sobre otros luchando por el poco espacio que hay, por el pedazo de pan Ni siquiera se puede recordar con facilidad cuándo fue la última vez que se comió en una mesa y que la comida alcanzó para que todos quedaran satisfechos. Cuándo fue la última vez que se salió a la calle a jugar futbol sin que la calle estuviera llena de desamparo. La gente en condición vulnerable siempre es la primera es sufrir lo que los más afortunados provocan. Lo que el gobierno solapa y, a veces —la mayoría de las veces— fomenta. Porque participa, porque tiene una parte activa, porque le conviene que haya más pobres. La pobreza, la desigualdad, también da votos. Siempre da votos.

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En 1973 se estrenó Soylent Green en los cines. Una película distópica sobre un futuro desolador en el que todo escaseaba, excepto el hambre y la desigualdad. Con Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young en los papeles principales, nos mostraron una realidad apocalíptica, un futuro nada descabellado, sobre lo que podía ocurrir si no tomábamos conciencia de inmediato de todos los excesos en los que estábamos cayendo. El año: 2022.

Producto del desbalance industrial, de la avaricia, el mundo ha colapsado y sus cimientos crujen bajo nosotros. No hay más comida que la que proporciona el gobierno y ya sabemos qué es lo que pasa cuando el gobierno es quien monopoliza el campo, la salud y el trabajo. La aparición de alimentos sintéticos que proveen los nutrientes necesarios no se hace esperar, como no se hace esperar quién lucre con ellos. No, no es la secretaría del Bienestar ni la 4T, aunque perfectamente podrían ser. Hay distintos tipos de alimentos: Soylent Red, Soylent Yellow y Soylent Green, siendo éste último el que mayor popularidad goza y por tanto, el que toda la gente quiere. Los martes son los días de Soylent Green.

Nueva York es la ciudad donde viven más de 40 millones de personas y se ha tornado en un lugar ingobernable, como el Estado de México, pero sin Soylent ni Green ni Red ni nada. Más bien con la gente de Alfredo del Mazo, que puede ser más peligroso aún. Robert Thorn es un policía encargado de resolver un asesinato, con la ayuda de su amigo Sol “book”, quien se la pasa rememorando un mundo que hace mucho dejó de existir (DF, le decían entonces). Juntos entrarán en una investigación que los conducirá a las mismas puertas de la compañía Carso, digo: Soylent. En el transcurso de los hechos aparecerá una mujer, Shirl, a quien llaman “Parte del Mobiliario” (nada machista el pedo, claro está). En las instalaciones de la compañía encontrarán un cadáver más, descubrimiento que desatará una serie de eventos que terminarán en un descubrimiento atroz, en una verdad desoladora y no menos terrible.

Sí, hubo un tiempo en que la Metro Goldwyn Mayer hacía películas espectaculares. Ahora la mayoría de sus producciones aburren apenas termina de rugir el león, pero entonces eran el estudio principal de Holywood. Ese estudio aficionado a filmar megaproducciones como Doctor Zshivago. Entonces no eran pocas las películas que especulaban con futuros que se antojaban remotos: todos ellos nos han alcanzado. Llegamos al 2001 y no hubo monolitos en Júpiter. Llegó el 2015 y no teníamos patinetas que volaban. Ahora, en el 2022, sí tenemos esa pobreza, sí tenemos esa desigualdad, sí tenemos esos problemas, lo que no tenemos es el Soylent.