Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Crías

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Por Herles Velasco

16 Enero 2020 

Necesidad de hacer conexiones. Me quedo mirando uno de esos cuadritos que la señorita x tiene adornando su baño:  el “Champenois”, de Alfons Mucha, una pintura decorativa de esas que pone la gente para no dejar los muros desnudos, no estoy criticando a Mucha, hacía cuadritos decorativos y lo tenía asumido, cómo no respetar eso; esa mirada apacible, el cuerpo como abstraído de los demás elementos, llama mi atención porque la noche anterior, en el bar de abajo (la señorita x vive en el piso de arriba, obvio), tenían al lado de nuestra mesa una “foto familiar”, de Max Beckmann; cuadro con el que brindé más de una vez a lo largo de la noche, sobre todo con el personaje que mira a la rubia con cierto embelezo. Necesidad de hacer conexiones; ambas obras, la de Alfons y la de Max, exponentes, no representativas, del modernismo, yo prefiero, con mucho, a Beckmann.

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Afuera de el baño me espera un gato negro, del cual no había reparado antes, que se frota contra mi pantorrilla apenas cruzo la puerta, a partir de aquí, le pertenezco, supongo; un gato negro, el cartel del “Tournée du Chat Noir, de Steinlen, más modernismo y más bares, ahora el Chat Noir, de Montmartre, necesidad de hacer conexiones. Montmartre es ese barrio de los pintores, lleno de bares y cabarets, en los alrededores del Sagrado Corazón. – ¿Sabías que hay un Montmartre ruso? – le espeto a la señorita x mientras sirve un café de una prensita, me ve tratando de descifrar a que viene una pregunta tan fuera de lugar, inmediatamente me ignora. – Es una calle, Arbat, se llama -no abono a su interés- . Necesidad de hacer conexiones, Moscú… ¡El transiberiano! Y de vuelta: “Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?”  Ese estribillo que se repite en “La prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia”. Conexiones.

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– ¿No te estás mojando? ¡Cierra la ventana! – me dice la señorita x al ver que sigo embebido tratando de recordar algo más que el estribillo de Blaise Cendras, “ya todas las mujeres en los cafés, ya todas las copas”, mi necesidad de hacer conexiones. Me rindo con Cendras, cierro la ventana, casi me resbalo… “me moriré en París con aguacero”, reza el verso del enorme César Vallejo en el inicio de su poema Piedra negra sobre una piedra blanca, y no falta quien ve en esto una premonición del fin de los días del gran poeta peruano, esa eterna necesidad de percibir el misticismo en lo cotidiano, tan latinoamericana. Vallejo murió en París, no con una lluvia como la de hoy. En ese Paris que funge, hoy un poco menos, como un axis mundi cultural, no era extraño que lumbreras del calado de Vallejo pasaran temporadas en la capital francesa, menos aun cuando ese particular modernismo que adoptó Vallejo (o Rubén Darío, por mencionar a los dos más grandes), estaba influido por los simbolistas franceses; el modernismo de los latinoamericanos fue, regresando al asunto místico, un movimiento maduro espiritualmente hablando. – ¿Te gusta Vallejo? – pregunté -A quién no, Herles- me respondió con una sonrisa detrás de la taza, -Mi papá se llama César, además, ese que está abrazándome en la foto familiar- me señala con el dedo al mueble que está a mi derecha, están ella, alguien que asumo es su hermano y el padre en medio, no quiero sacar mis referencias pop ochenteras para hacer una mala broma, la necesidad de hacer conexiones. Me estoy sintiendo cómodo con esa sonrisa en la que comienzo a concentrarme. Me ofrezco a servir el segundo café de la mañana, suena el teléfono, la señorita x se levanta y se estira, va hacía la pared a descolgar el aparato, está de espaldas y pienso en esa sonrisa cálida al otro lado del pelo arremolinado con una cinta, como la chica del cuadro de Beckmann; no presto mucha atención a la conversación, entra corriendo a la habitación de la que sale amarrándose las botas, – ¿me das un aventón?, mi papá se resbaló en su cuarto cuando trató de cerrar la ventana, creo que se golpeó la cabeza – por supuesto, respondo amarrando también mis agujetas, bajamos corriendo, mi auto afuera del bar, no espera a que le abra la puerta, arranco, se cruza otro gato negro que hace que casi me estrelle contra un árbol, – ¿Para dónde vamos?- me ignora por razones distintas, conduzco unos metros, -Perdón – me dice, -Paris y Avenida México, por fa-.