Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Conversaciones sobre El arte Narrativo de Amparo Dávila de Evodio Escalante.

Por Juan Galván Paulin.

Agosto 2023

 

Para Aída, siempre.

 

…la permanencia de una voz poética es su resonancia que aniquila toda amnesia, pero ella no es posible sin complicidad del lector… hoy más que nunca, y vergonzantemente para la reverberación de la poiética en tanto mirada numinosa y su irrupción como tiempo en que lo real se dilata metáfora, certeza del sí mismo, conciencia del alma en intuición, la perspectiva de los editores –cada quien su negocio; cada escritor también su responsabilidad en el frívolo juego de las vanidades y su complacencia explícita en anécdotas de circunstancia, que socavan la palabra subterránea que explora todo infierno, el meandro de la posibilidad humana- aleja al lector de autores que han hurgado en los abismos, en el inframundo del que proviene todo acto personal y colectivo; y no porque desee un catálogo definitivo, sino porque las profundas voces de nuestros autores de un pasado que es sólo cronológico parecen colocadas en los estantes de un museo polvoriento, si no, en el olvido, en la agenda de los críticos, en el país acaso únicamente en las estadísticas y efemérides de funcionarios y académicos… por esto estoy de acuerdo con Evodio Escalante –y ya lo dije de otro modo en Conversaciones sobre la poesía reunida de Amparo Dávila  www.caratula.net – cuando asevera que ella “no necesita un mesías de la crítica, sino antes bien la devoción del atento lector [cómo, si casi pasaron cincuenta años para que se reeditaran sus obras] liberado de los lugares comunes […]”[1]… sí, esos lugares comunes del facilismo periodístico, la casi teología academicista y su prurito aleccionador, tautológico en su indigencia imaginativa, en su terror al riesgo de la entrega al padecimiento que toda lectura significa cuando no se le “oponen obstáculos”… pero en su texto celebratorio al arte narrativo de Amparo Dávila, el propio Escalante acota ese titubeo, ese hechizamiento que sentimos ante los relatos, sobrecogimiento religioso que propicia el abismo que es la realidad simbolizada, articulada metáfora narrativa, de una de las más altas escritoras de nuestro tiempo… debe quedar claro que lo mío no es censurar ni oponerme, denostar o descalificar el ensayo de Evodio Escalante, sino dialogarlo en una reflexión que alcance a sugerir una manera, y sólo eso, de recorrer las galerías ontológicas –antes que oníricas-, el ámbito metafórico de una simbología metafísica con el que Amparo describe la condición humana –actos y existencia- en el interior del más pavoroso de los temores, que es la aparición de lo cotidiano en el súbito del presente que se desplaza memoria irrevocable para su apresamiento y conocimiento o traición; inclemente memoria poética, impiadosa porque es espejo que revela verdades incluso cuando las oculta tras esa elipsis perpetua, tan daviliana, en esa síncopa jazzística del borde del pliegue que es cada uno de sus cuentos… y digo dialogarlo porque la admiración de Escalante casi lo sitúa en la condición del expedicionario aventuroso que corre el riesgo de no premeditar nada ante el advenimiento de lo incondicionado; digo casi porque incurre en la omisión de reconocer que ante la obra de Amparo Dávila la armadura racional, los yelmos de la oficiosa jerga intelectual, las referencias a fuentes fidedignas y otros cómplices con los que apoyar aseveraciones funestas, son innecesarios porque el pliegue ominoso de sus ámbitos –y lo ominoso es lo que acecha y mira atrás de nuestros hombros- está más allá de las ideas y prontuarios con los que acostumbramos definir –alejar o abjurar- lo que amenaza nuestra cordura… la de Amparo es una simbólica metafísica, una ontología que despliega su fenomenología en existencia de personajes que no son paradojas ni alegorías, tampoco símbolos sin más o traslación de lo real a la alteridad fantástica para dar sonoridad a su evidencia –en todo caso, la alteridad de los cuentos de Amparo Dávila, así también en su poesía, es religiosa: la que permite habitar  ese continente otro (dentro o fuera nuestro, no importa) donde todo está por ser y sólo nuestros actos lo realizan gesto, culpa, gozo, deterioro, acabamiento, resurrección-… la de Amparo es una obra cuya impronta es cosmología del interior mismo de sus personajes, que habitada a través de la lectura nos hace saber que somos como ellos: son nosotros… sí, todo esto, en el titubeante primer acercamiento a sus textos, nos tienta a considerarlos oníricos por desconocer dimensiones de la conciencia más terribles o bienaventuradas: en la lectura de la obra de Amparo hay la posibilidad del trance que lleva al territorio imaginal de la experiencia religiosa donde los dioses –cualquiera que estos sean- se nos revelan los aspectos más profundos de nuestro ser, ahí donde somos sin más, antes de que la temporalidad y el espacio, lo real, condicione o haga encrucijada, de sentido humano a cada acto; en la temporalidad absoluta que es la ficción literaria como espacialidad de todo lo imposible –sinécdoque con la que reconocemos el sentido y apariencia de nuestras acciones y omisiones-, que emerge a la conciencia constelación de un imaginario donde el mal y el bien, en sus acepciones de oscuridad y luz, son oposiciones en conjunción; de ahí la desolación, la desesperanza y la orfandad, no en la historia individual de los personajes sino en la atmósfera total que comporta al relato; por mediación de la lectura, los caídos somos nosotros; de ahí el pliegue de lo ominoso -temores y vacilaciones, la traición de la duda a nuestros más atesorados anhelos, el silencio que se impone al ansia de la pasión…- que paradójicamente devela y también redime el miedo que nos sacude cuando nos reconocemos en esa hybris que es el relato en su anécdota que nos personifica: cosmos del que los personajes son epifanía, aquí sí, simbólica… por lo anterior es que no podemos conformarnos con la comodidad de una aseveración como: “el simbolismo es claro: lo alto y lo bajo representan un juicio de valor. Por una escalera se puede ascender hacia la libertad o la espiritualidad, pero de igual modo es posible descender hacia lo grosero y corrupto, hacia lo banal y lo cotidiano”,[2] pues sólo enuncia, aunque lo haga de manera categórica, una mirada unidimensional a la polifonía de la música concreta, del tiempo destrozado de la prosa de Amparo Dávila… démosle más posibilidades a la intuición del lector cuando parece abrumado en el bosque de árboles petrificados de las historias de Dávila, quizá esté extraviado por los embates críticos que lo aherrojan… me disculpo ante Escalante… ningún símbolo es claro; es luminoso, revelador hasta la agonía, anticipa el devenir de lo objetivo y, en su arrebatarnos, la ensoñación es posibilidad de la lucidez de la conciencia; pero ni es tautológico ni se erige episteme, ni siquiera dulcificada aseveración psicoanalítica: “[…] la arquitectura misma de la casa de los personajes ya indica una posición de valor. La tópica freudiana parece cumplirse  [¡] al pie de la letra: el sótano sería el dominio del inconsciente y de los instintos que amenazan la vida normal [¡]” [3]… por ello he mencionado que en la obra de Amparo hay símbolos metafísicos, por tanto, una sophianidad[4] en términos de que los símbolos no únicamente representan sino son esa dimensión otra de la existencia a la que sólo la intuición tiene acceso para reconocer la densidad real de nuestros actos: el cosmos todo de nuestra interioridad es reconocido en sus epifanías, es decir –aquí me uno a Escalante-, las más elaboradas formas personales de la moral, de la falta transmutándose en la matriz de la culpa hacia la redención… entiendo, el corpus con el que se revisa la literatura es, se nos dice, literario, revertido sobre sí mismo en el afán de conocer las implicaciones de sus fenómenos; y exhibe sus certezas en condición de isla (aísla, no asila) para la racionalización, antes que ser certidumbre especular del inefable con el que está investida cada una de nuestras palabras en tanto narración, es decir, como memoria de nuestra posibilidad existencial; así, pues, la literatura de Amparo Dávila es oracular: define y da fe del destino personal en ese acto adivinatorio, en esa tirada de Tarot en que se convierte su lectura cuando en nosotros sobrecoge el pasmo ante la precisión con la que reproduce nuestra imagen más profunda…desde sí misma, desde el trance que le propicia su imaginación, Amparo Dávila revela el recorrido del alma –la real psique- por un ámbito que no es arriba ni abajo, ni una fácil soteriología psicológica o una compleja metáfora literaria donde acoger lo humano para ejemplificarlo acaso arquetípicamente; antes bien un recorrido por el inframundo que el presente es en cuanto adviene y muestra en y de nosotros el desamparo fáustico, el dolor luciferino, la demencial clarividencia con que intentamos conjurar eso que para cada quien es la propia condición de su caída…

 

Juan Galván Paulin

Lomas de Padierna, Tlalpan, Ciudad de México. 31 de enero, 1 de febrero 2016.

[1] Evodio Escalante. El arte narrativo de Amparo Dávila, en La Jornada Semanal. Suplemento cultural de La Jornada. Ciudad de México, domingo 17 de enero de 2016.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Véase la acepción de este término en el gnosticismo cristiano y en el chiíta, tal y como lo define Henri Corbin en Cuerpo espiritual y Tierra celeste. Siruela, España, 1996.

 

 

 

 

 

Juan Galván Paulin, CDMX 1955.

Poeta narrador y ensayista. Estudió en la UNAM Sociología, Ingeniería Agrícola y Lengua y Literatura Hispánicas. En 2017 recibió el reconocimiento Margarita Michelena por su trayectoria literaria y por formar jóvenes escritores en el Estado de Hidalgo. Es maestro de Religiones del mundo y Experiencia mística en el Instituto Cultural Helénico. Es coordinador académico en el Colegio de Escritores de Latinoamérica donde, además, imparte las cátedras Construcción del imaginario y el sentido de la ficción y Narrativas hispanoamericanas. Es especialista en la Literatura caballeresca del ciclo artúrico y de las obras de José Lezama Lima y Amparo Dávila. Es colaborador de revistas y suplementos culturales nacionales y extranjeros.

Ha publicado, entre otras,

Poesía: Ritual en piedra, 1977; Desnudo peregrino de mi boca; 1991; La arena de sus huellas; 2002; Mi cuerpo germina temblor entre tus labios, 2016; Pavana para dos infantes, 2018.

Narrativa: De biznagas y otros nombres, 1995 y 2019; Fotografía del cementerio judío de Praga, 2003; El Viejo Roth, 2018; Dama León, 2019.

Ensayo: Me mato por una mujer traidora; la pintura de Abraham Ángel, 1988; …Calar en el espejo… 2021.