Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Conversaciones rituales

Por Jonatan Frías

Julio 2021

Imagen: Roberto Jímenez 

 

 

Últimamente me he dado cuenta de que la gente cada vez me da más pereza. Antes solía prestar mucha atención a sus conversaciones, a sus hábitos, a sus gestos. Ya no lo hago. Lástima. Para mí era un franco deleite subirme al camión y escuchar todo lo que decían. Aprender sus rituales, sus manías, sus mañas. Más de un cuento mío está construido así, con diálogos robados de la realidad. No se diga las cafeterías que para mí eran un paraíso. Era cosa de sentarse en una mesa escondida y esperar pacientemente a que algo sucediera. Uno puede sacar un montón de cosas de estos lugares. Cada parroquiano llega con una historia bajo el brazo y está dispuesto a soltarla a la menor provocación.         

—Disculpe ¿le puedo tomar su orden?

—Sí, claro, pero antes de que me tome la orden, dígame una cosa. Es que fíjese que desde el otro día he traído una comezón, digamos curiosa, en mis testículos. No son así que usted diga: ¡nombre, mira qué buenos testículos!, pero son míos y los he tenido toda la vida. Así que entenderá el cariño que les tengo. Total, no me desvío más, que tengo esta comezón y yo soy una persona decente, no vaya usted a pensar otra cosa, y desde el otro día quiero preguntarle a Arturo que por qué será. Porque usted sabrá entender el dilema que me causa. Más de dos veces me han visto raro unas señoras por estar rascándome la entrepierna mientras las veo a lo lejos. Quiero preguntarle a Arturo porque lo he visto rascarse disimuladamente cuando cree que nadie lo ve y supongo que él sabrá decirme a qué se debe. A todo esto, Arturo es un jovencito moreno y fornido que gusta de jugar futbol sin camista cerca del templo.  Usted qué opina ¿le pregunto o no?

—¿Su café lo quiere con leche o sin leche, padre Rivera?

Los meseros de los cafés pueden ser perfectamente las personas mejor informadas del mundo. Si alguien pierde su historial médico o no recuerda el nombre de una calle o la receta para la pomada contra las reumas de mi tía Altagracia, pregúntele al mesero del café al que asisto todos los martes, seguro él sí lo sabe. Pero aceptémoslo, la pandemia y la 4T lo arruinaron todo. Ahora todo mundo habla de lo mismo y lo peor, se comportan igual: o adoran a Lopítoz o lo odian; o creen a regañadientes en el coronavirus o de plano niegan su existencia. Ya ni siquiera acuden a esas conversaciones rituales de las que hablaba Jorge Ibargüengoitia. No, han reducido su abanico de posibilidades a esas dos cosas: Lopitoz o El coronavius me robó el líquido de mi rodilla. Ya ni siquiera aspiran a resolver el mundo antes de la tercera taza de café, como hace la gente decente. Bueno, ya ni los adultos mayores que iban básicamente a leer el periódico o jugar al dominó, se salvan. Hasta ellos participan de estas dos taras. Entre ellos domina la idea de Lopitoz ayuda mucho pero que francamente sí está medio loco.

Yo vivo solo y perfectamente en paz en mi casa y puedo pasar, ocho, diez, doce meses sin ver ni hablar con nadie. Detesto los celulares, aunque sí disfruto de las redes sociales, tengo que confesar, aunque estas no sirven para lo mismo. Hay cierta premeditación en cada post. Todo me suena artificial y aburrido. Por eso ya no me esfuerzo por encontrar a alguien interesante para escuchar. Prefiero mis audífonos, un libro (flaco de preferencia, he perdido el interés por las novelas gordas), mi libreta roja, un par de plumas con suficientes cartuchos de tinta de repuesto, un termo grande de café y eso es todo. Mis únicas distracciones eran esas: Salir al café o a dar vueltas en el transporte público. Ahora hasta eso resulta tedioso.

¿En qué momento se volvieron más interesantes las empleadas de “Atracciones Miguel” que los “artistas” que se amontonan en el Café (inserte aquí el café de su preferencia)? Creo que la última conversación interesante que tuve con un desconocido fue con la cajera de un Starbucks que me quedó de paso. Ellos al menos saben que son más sosos que una caja de cartón y sin embargo cualquier amante de los gatos sabe que las cajas de cartón son realmente entretenidas. Esas personas no andan por la vida con su cara de poeta maldito menospreciado por Anagrama pero sobrevalorado por una editorial de Pueblo Quieto, under pero mainstream, de todos pero de nadie y no me toquen, ando chido.

Quién iba a pensar que terminaría por extrañar a esas señoras gallinaceas que se juntaban a tomar café en el Vips o en el Woolworth y que lo mismo hablaban de sus amantes, que de las amantes del marido, del amante de la amiga de enfrente, del amante de la vecina o del amante de la mesera, del amante de su amante o de sus evacuaciones intestinales. Los martes obraba mejor la señora padilla, me contó Susana, la mesera que las atendía. “Yo creo que es porque cambió de cereal. Ahora come uno con fibra, aunque perfectamente puede ser que sea el cambio de amante, ahora se ve con don Pepe, el viudo de la peluquería”, afirmaba mientras me rellenaba la cuarta taza de café. “Ese cereal de pura fibra hace maravillas. De don Pepe nada puedo decir”. Ellas, las meseras, le hacen la tarde completa a uno. Gracias a ella, a Susana la mesera, es que uno tiene material para contarles a ustedes aquí.

Ahora prefiero hablar mil veces antes con el pato de mi vecina (al que llamaremos en adelante Jacinto) que con mi vecina, que no deja de querer venderme productos de Herbalife. Por la renuencia de Jacinto a hablar de su pasado, deduzco que llegó a casa de la vecina en forma de trueque por tres kilos de malteada de vainilla y unos suplementos mamalones. Esa renuencia me hace desconfiar de él. Uno no puede confiar en Jacinto sólo porque está ahí y está dispuesto a contarme las cosas de las que se entera. La última vez que salió, uno de los hijos de otra vecina le pegó con una pelota. Eso hace que sospeche. Lo que dice puede ser perfectamente movido por un deseo de venganza. Entre tanto, espero que a Jacinto no le de por hablar de la clase media o por burlarse de la última nota del periódico Reforma, porque entonces sí que todo se habrá jodido.