Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Conspiración

ILUSTRACION Conspiración

Conspiración

Autora: Ludim Cervantes

16 Junio 2019

Lo único que me faltó para terminar de joderme la existencia eran las alucinaciones. No le alcanzó a la vida darme el don del asma, problemas de presión, perder la vesícula, degenerarme los ojos por el glaucoma, la gastritis y los principios del Parkinson. ¡No! Había que tener visiones de seres extraños durante el trayecto al trabajo, dentro de los restaurantes, al inicio de una película y el transporte público. No sabría cómo describir esas cosas extrañas. Median entre tres a cuatro metros, de piel verde y escamosa. Poseían un par de ámbares felinos que me miraban con fijeza. Me sentí analizado como la rana en el laboratorio de química.

Al principio, naturalmente les tuve pavor. Su aspecto reptil humanoide en medio de la avenida, con una extraña quietud cuando los autos atravesaban sus cuerpos incorpóreos y las personas caminaban a su alrededor, sin saber que existían; era para orinarse en los pantalones. Así que miraba hacia otra parte, esperando que se desvanecieran pero no lo hacían hasta después de un rato. Luego, como todo en la vida que no tiene solución pues te acostumbras.

Afortunadamente no los veía todos los días. Sus apariciones eran esporádicas e impredecibles. Algunas veces veía a cinco de ellos en un día, otros sólo a uno por semana.

Me sentí perseguido y observado en todo momento. Yo era su objeto de estudio, lo verifique una noche. Corrí un poco la cortina de la ventana de mi habitación y ahí estaban sus ojos reptiles, buscándome.

Ellos sabían que podía verlos.

Lo normal hubiera sido ir al psiquiatra, pedir pase de internamiento directo o contarlo a quien más confianza tuviera. Y yo no confiaba en nadie y mucho menos en Amelia, ella me hubiera llevado al médico de inmediato. Total, ya estaba acostumbrada a mi mala salud. Era normal que un hombre de mediana edad padeciera tanto, solía decir. Mucho menos hablarlo con mi familia, mi madre era bastante mayor y ya estaba de por sí preocupada por mi asma. A Cristian estuve a punto de contarle, decía que era mi mejor amigo, pero todo lo terminaría atribuyendo a mis drogas con receta porque mi cerebro ya estaba deteriorado gracias a mis enfermedades y mis vicios.

Así que solitario, me enfrente a esas criaturas, las cuales cada vez tenían más poder sobre mí, pues al verlas me generaban impotencia y abandono. Sentimientos de tristeza y desesperanza. Al tenerlos cerca me convencía de mi miseria y decadencia. A su lado era un simple mortal, un humano mediocre con un empleo común. A pesar de intentar escapar de su vigilancia, no pude. A veces dudaba que fueran parte de mi imaginación, quizá eran reales y yo un fenómeno que podía verlos. Luego fui comprendiendo que ni era una cosa ni la otra, simplemente estaban ahí, no sé desde cuándo, observándonos.

Nunca intentaron comunicarse conmigo, sólo fui observado cuidadosamente. Yo tampoco tuve intensiones de preguntar qué eran o qué hacían aquí. Llegue a pensar que yo era quien se aparecía frente a ellos y había invadido su espacio. Era extraño, porque a pesar de sentir mucha desolación al percibirlos, juraría que ellos estaban felices de verme así.

Hasta parecía que trabajaban en la misma empresa que yo, usaban el mismo transporte y comían en los mismos restaurantes. Llegó el punto donde no podía determinar quién estaba dentro de la imaginación de quien. ¿Cuál de nosotros era el espectador? Cada vez aparecían más, hasta llegaron a mi propio edificio. Del departamento vecino salió uno. Ambos nos miramos sorprendidos. Sus pupilas verticales se expandieron como lo hace un gato al detectar algo llamativo. Nos quedamos quietos uno frente al otro en el pasillo. Finalmente decidí abrir la puerta de mi casa. Un frío ventoso y sombrío salió del departamento. Por un momento me sentí en otro lugar desconocido y alejado de mi propia humanidad. Encendí la luz, para cerciorarme que estaba en casa. Antes de dirigirme a mi habitación, uno de ellos estaba sentado en una de las sillas del comedor, me daba la espalda. Ya se habían instalado en mi casa, no había manera de escapar, tenía que decirle a alguien sobre las visiones. Llame a Amelia sin obtener respuesta. Pensé que estaría atorada en el transito así que decidí tomar un baño para liberar la tensión. El vapor relajó mis músculos cansados y mis ojos irritados por la luz. Mi piel se sintió reseca y ardía un poco. Tuve un extraño escozor en las mejillas y por un momento creí que era una nueva alergia. Limpie el vaho impregnado en el espejo, sólo para darme cuenta que unas pupilas felinas me miraban con asombro del otro lado del cristal