Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Con el arte, todo; sin el arte, nada

Por Alfredo Peñuelas Rivas

Octubre 2022

 

Existe un debate entre los artistas en torno a la creación al servicio del poder y la creación al servicio por el arte, “Arte por el Arte”. La discusión sobre el “Arte por el Arte” se desarrolló durante los primeros años del siglo XIX en Francia y en Inglaterra y se resume en la afirmación del arte como un fin en sí mismo y no como un medio para servir a otros propósitos (científicos, morales, políticos o económicos)[1]. La idea del “Arte por el Arte”, desde el punto de vista de algunos estudiosos, como Pierre Bourdieu, se podría traducir tanto una queja como una demanda en la cual, frente al rechazo social y las penurias económicas, los artistas reclamaron la independencia respecto a los poderes económicos y políticos.

 

Sin embargo la teoría no siempre es respaldada por la práctica ya que, por lo menos desde el Renacimiento, las expresiones artísticas se han situado cercanas al poder como una forma de interpretar lo que acontece en su época a través de sus elementos plásticos. Esto se convierte en un arma de doble filo ya que, en retribución, el poder ha utilizado a su vez al arte como una forma de legitimación. Lo anterior queda de manifiesto en decenas de iglesias, retratos de papas y reyes, o bien colecciones de arte por magnates alrededor del mundo. Pero, no siempre ha sido así. Las ideas del “Arte por el Arte”, nacidas a finales de siglo XIX han tenido dignos representantes en muchos de los artistas de las primeras Vanguardias y sus posteriores ramificaciones durante todo el siglo XX. Tal es el caso de Vincent Van Gogh.

 

Van Gogh es una de las figuras culturales más conocidas e influyentes del mundo artístico, particularmente durante el siglo posterior a su muerte. Su obra fue reconocida solo después de su muerte, en una exposición retrospectiva en 1890, y en la actualidad se le considera como uno de los grandes maestros de la historia de la pintura. Para nadie es desconocida su vida atormentada, sus penurias y su obsesión en cada detalle de su existencia.

 

Si bien el ataque a una obra de arte, como el ocurrido el día de hoy contra “Los girasoles”, de Vincent Van Gogh, es criticable y cuestionable por donde se le vea, no es un hecho aislado y sí (para desgracia de muchos) cumple con un objetivo claro: el visibilizar la protesta del grupo ecologista Just Stop Oil. Llamaron la atención y su acción y mensaje le ha dado la vuelta al mundo, aunque es verdad también que no hayan logrado muchas simpatías por ello.

 

El incidente de este viernes es el último de una serie de protestas contra obras de arte famosas en un intento por llamar la atención sobre el papel de los combustibles fósiles en el cambio climático. En julio, los miembros de Just Stop Oil se pegaron a una copia de la obra “La última cena”, de Leonardo da Vinci, que se encuentra en la Royal Academy of Art de Londres. También ese mes,  otros miembros de una organización activista climática italiana se pegaron al cuadro “Primavera”,  de Sandro Botticelli en la Galería Ufizzi, en Florencia.

 

¿Tiene la culpa el arte de ser el depositario de los reclamos ambientales? Probablemente no. En su discurso las jóvenes manifestantes que atentaron contra “Los girasoles” argumentaron que el mundo gasta más dinero en proteger obras de arte que en alimentar a niños hambientos. Aunque, irónicamente, podemos ver que las obras no se encuentran muy bien protegidas. Probablemente, como señalé anteriormente, la culpa estaría en el foco mediático. Por desgracia, tanto los problemas de hambruna como los energéticos o ambientales corren por discusiones mucho más complejas y soluciones que involucrarían la suma de muchos esfuerzos, más que la realización de actos tremendistas. En estos rubros hay mucha gente haciendo este trabajo, pero no es suficiente.

 

Por otro lado, ha sido labor de muchos artistas el poner el dedo en la llaga en los problemas complejos que ha atravesado la humanidad. Baste como ejemplo la anécdota atribuida a Pablo Picasso cuando estaba pintando el “Guernica” y los oficiales nazis le preguntaron que si eso lo había hecho él. “No, esto lo hicieron ustedes”, respondió el malagueño. O bien, la hermosa y terrible colección gráfica donde se ilustran los horrores de la guerra vividos y plasmados por Otto Dix; el muralismo mexicano y su testimonio de la realidad del campo y de la Revolución. En fin, los ejemplos sobran, y han servido como testimonio de que, en muchos de los casos (al menos en tiempos recientes) los artistas han resultado más aliados de las causas justas del mundo que ser el enemigo a vencer.

 

 Volviendo a Pierre Bourdieu , “el campo artístico se constituye como tal en y por oposición a un mundo “burgués” que jamás hasta entonces había afirmado de un modo tan brutal sus valores y su pretensión de controlar los instrumentos de legitimación”[2]. El arte es, ha sido, y será siempre utilizado como un elemento legitimador de las cosas, de ahí que se le busque asociar como protagonista.

 

Desde mi perspectiva, y pensando en el poder legitimador del arte, el arte debería de ser bandera y no rehén.  Dicho de otra forma: Con el arte, todo; sin el arte, nada.

 

 

 

[1] Moro Abadía, Oscar y Manuel R. González Morales. “El arte por el arte: revisión de una teoría historiográfica”. En Munibe (Antropologia-Arkeologia) 57, 2005 · Homenaje a Jesús Altuna. San Sebastián, España.

[2] Bourdieu, Pierre:  Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Editorial Anagrama. Barcelona. 2005, p. 95