Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Cómo escribir una semblanza literaria sin morir en el intento

Por Ulises Paniagua

Julio 2021

 

 

Una semblanza literaria debiera ser, con precisión, el resumen de una trayectoria. Un texto claro y puntual sobre los méritos en el campo de las letras de cualquier autor, no importa su origen ni temperamento.

Sin embargo, una semblanza, por motivos de la prisa posmoderna o hipermoderna (quién sabe qué etapa histórica vivimos), suele ser escrita por el propio representado, y por lo tanto corre el riesgo manifiesto de convertirse en un elogio hacia sí mismo. Un autoelogio. por su parte, es peligroso por muchas razones. Y es aquí donde enfrentamos el problema que nos incumbe: porque redactar una ficha curricular personal implica sin duda una labor titánica, o en todo caso confusa.

Para Juan Rulfo no debió resultar complejo el asunto; le bastaba resumir su carrera con dos títulos deslumbrantes que alcanzaron la inmortalidad. A Giuseppe Tomasi di Lampedusa podría ocurrirle lo mismo con su novela “El gatopardo”. Si a Hércules, el héroe griego, le encomendaran una última tarea, la de escribir su semblanza, se hallaría complacido por compartir una lista que alcanza doce puntos bien concretos: 1. Matar al león de Nemea: 2. Asesinar a la hidra de Lerna; 3. Capturar vivo al jabalí de Erimanto; 5. Domar al toro de Creta; etc… Doce trabajos, y ni uno más.

Qué gozo, qué privilegio conseguir una obra singular a la que no hay que buscar giros ni añadir juegos pirotécnicos. Porque si algo ocurre en este tipo de textos, es que menos suele ser más, para efectos de honestidad. Es decir que quienes han conseguido logros verídicos, suelen exponerlos en líneas escasas que bastan para incentivar o destrozar las aspiraciones de admiradores y envidiosos. Lo vivido y obtenido con esfuerzo y talento no puede maquillarse.

El resto de los autores, por su parte, simples mortales, están destinados a sufrir el limbo de la incertidumbre “¿Debo exagerar mis éxitos”, se preguntan algunos: “¿debo agregar la pomposa exposición de los méritos desconocidos?”, se cuestionan otros. En esta mar de tropiezos aparecen, de vez en cuando, las candideces, las aberraciones, las múltiples soberbias. La redacción de un currículum artístico, contra su voluntad, se convierte en un circo de acróbatas, en el truco de magia nacido en una sospechosa chistera, en la hoguera más profunda de las vanidades.

Dentro de la lista de personajes exóticos que integran este panorama, se encuentra a los “ingenuos”. Un verdadero espectáculo. “Los ingenuos” son quienes suponen que inventan un modo original, subversivo, y hasta poético, de describir su carrera. Suelen ser fanáticos de la película “Ámélie” y, por lo tanto, se hallan desajustados de la realidad. No poseen un libro completo de su autoría, pero han participado en decenas de antologías literarias (no pierden ocasión de enviar textos a cualquier proyecto editorial). Su biografía artística aparece bajo un aspecto soñador, ridículo, con frases como: “Nació una noche plenilunio, entre dos océanos”, o “Estudio en el colegio del aire. Ama las aves y guarda una playera de The Killers junto a otra, muy querida, de Bob Esponja”. Suelen presentarse cual “amantes del agua, los bosques y la literatura”.

En el fondo, los “ingenuos” resguardan un ego estruendoso tras su aparente humildad. No hay que fiarse mucho de las líneas de su currículo. Ignoran, además, que antes otros miles de artistas han escrito fichas tan “originales” como las suyas. Lo que los vuelve, en adición, unos desinformados.

La segunda especie de esta pasarela la constituyen “los insoportables” ¿A quién nos referimos? A los que en el currículum escriben toda una novela de sus logros académicos o editoriales, capítulo a capítulo. Es aburridísimo leer en ellos una perorata biográfica que suele ser más larga que el propio cuento, poema, e incluso noveleta que publican. Los logros, por cierto, suelen ser una especie de invención en ellos. No se trata de mentiras con exactitud; pero sí de datos innecesarios. Aparecen en la lista sus “reconocimientos” de numerosos diplomados insípidos, los cursos preparatorianos y hasta sus constancias del cuadro de honor en el kínder garden. Añaden, de vez en cuando, premios literarios inventados por sus amigos, que nadie reconoce, y de los que fueron ganadores alguna ocasión remota.

La semblanza de “los insoportables”, que alcanza entre tres y siete cuartillas, es por lo general infumable e inservible. ¿Es que la literatura requiere de pedigrí? ¿Es posible impactar al lector a través de méritos que la calidad del texto no justifica?

Por otro lado, se encuentran “los necesitados”, personajes bien particulares. Carentes de una personalidad sólida, son quienes anuncian en su currículum los logros de otros. Cito algún ejemplo imaginario (no tan imaginado): “Estudió con Octavio Paz y con José Emilio Pacheco, ganador del Premio Cervantes 1992 -(Pacheco, no el autor)-; fue alumno de Guillermo Samperio y le gustan los libros de Rosario Castellanos. Es fanático de Jorge Luis Borges”. Son dignos de mención… pero sólo para su escarnio. Estas cigarras de las letras parecen poseer la esperanza de que, andando con jirafas o leyéndolas, logren dejar de ser cigarras.

¿Es que los premios que recibieron los maestros se hallan en las vitrinas de la casa de los descuidados alumnos? Puede ser que el conocimiento se transmita por ósmosis, pero no tengo noticia de ello. Vaya seudo protagonismo. Cuántas cigarras entre talleres, editoriales independientes y otras tantas de carácter comercial.

Para cerrar esta exposición de pequeños horrores, tenemos a “los breves” ¿Quiénes son estos? Un “breve” es quien describe su carrera literaria de manera sucinta… y ridícula, al modo de: “Juan P. (Ciudad de México,1926-…) Nació, vivió y morirá”.

No voy a dedicar más palabras a esta raza, sólo por respeto a su concisión…

Como puede comprobarse en el presente artículo, escribir una biografía artística puede convertirse en una pesadilla que arranque canas y uno que otro cabello al autor. Por mi parte, reconozco que mi semblanza debe encajar perfectamente en alguna de las tipologías descritas, aunque ignoro -o pretendo ignorar- en cual.

Eso sí, lo declaro, soy perfectamente incapaz de brindar consejos sobre la manera de escribir un texto de estas características. Puedo recomendar, quizá más por intuición que por certeza, que al escribir una semblanza se procure que no sea demasiado corta ni muy extensa, sino todo lo contrario (tres líneas, al menos, y un párrafo no mayor a diez). Esto para no resultar un “insoportable” o un “breve”.

Es importante también que se escriba en tercera persona -incluso si se escribe sobre sí mismo-, y, finalmente, presentar los hechos con un punto de vista objetivo para no aparecer cual “petulante”, “ingenuo”, o pecar de fantasioso. Ahora que, si es del gusto del autor crear su currículum con las más excéntrica de las libertades, que lo haga bajo su riesgo ¿Quién es uno para juzgar las filias literarias de los vecinos? Sólo queda desearle suerte, y algún impacto.

Yo, por cierto, no entiendo nada sobre el tema a pesar de haber leídos ya cientos, sino es que miles de bio datas en libros y presentaciones. El mejor modo de escribir una buena semblanza literaria continúa siendo un misterio para mí. Por lo pronto, en lo que consigo una posible certeza, me despido de ustedes en todos los estilos posibles: “Ulises Paniagua (DF. 1976). Alumno de sus maestros, hijos de sus padres, hermano de sus hermanas, amigo de sus perros. Estudió el curso de Plastilina 3 en el prescolar. Alguna vez soñó con ser Franz Kafka y un gigantesco insecto. Es amante de los viajes espaciales. y coleccionista de las figuras de Mafalda. El día de hoy apareció, escribió este texto y bebió un delicioso café caliente. Amén”.