Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Colonia Felina

Autor: Juan Luis Martínez Silva

Marzo 2023

 

Esos seres siempre me han parecido curiosos, durante mi niñez les proporcionaba características satánicas. Lejos de cualquier encanto me provocaban enfado por el simple hecho de mirarlos trepar por doquier, como si buscaran algo en las noches de verano, rumiando en la basura y mi madre que pegaba gritos:“¡Estos pinches animales, ya rompieron la bolsa de la basura!”

Qué desagrado, era yo quien tenía que sacar una bolsa nueva y dejar el lugar aseado. Pinche gato. Los veía desde la penumbra, estoy seguro que se juntaban más de veinte para acechar los desechos de toda la colonia.

Una noche desperté agitado -como casi todas en aquél tiempo- por el fuerte estruendo proveniente de la calle y pensé en lo que decía mi madre: “Eres el hombrecito de la casa, hágase cargo”. Me puse de pie y tomé el mazo de la caja de herramientas que papá dejó, abrí la puerta que da a la calle y les vi a ellos y ellas cómo se discutían en un gran festín, golpee con fuerza el mazo sobre la puerta y huyeron.

Entré a casa corriendo, asustado por el mismo ruido que yo había provocado. Volví a recostarme, mamá ni siquiera se inmutó. Conforme se adentraba más y más la noche me percate que los maullidos habían cesado por completo. A veces, antes de caer en el sueño, la mente nos cede delirios, creo que escuchaba a un gato maullar. Quizá no, aquello emitía el quejido como de un bebé. Si, creo que era un bebé.

 

Hoy, veinte años más tarde, despierto, me levanto, el viento trae la brisa cálida del verano de otro tiempo, de un lugar lejano, llegó para susurrar a los poros de mi rostro carcomido por los estragos de una juventud precoz, tristeza. Los tiempos en que estos ojos no se perdían observando a intervalos las ondulaciones constantes de la cortina blanca. Con violencia se subleva un recuerdo, abstraído en ello, pendiente, como si algo fuera a suceder. Pensé que hoy el viento sería mi aliado, pero en el cielo se desmembraban las nubes como mis inútiles deseos.

 

Pongo manos a la obra, retiro la pasta del colador para servirla en un plato, licue un par de chiles poblanos para darle más sabor. Empecé a cocinar poco después de que Martín se fuera.

Martín y yo decidimos traer a un gato a nuestra casa después de haberlo salvado, cuando lo encontramos traía como amuleto el ojo, y yo que jamás había sentido empatía por esos seres, esa noche los sentimientos por aquellas criaturas en mí afloraron. No fue necesario que insistiera, lo tome sobre mi cazadora y lo llevamos al hospital veterinario. Él y el gato pasaron, pues el lugar estaba atestado, podía acompañar al herido una persona nada más, sí, estábamos en la tercera ola de esta pandemia. Detesto los hospitales de cualquier índole. Esperé fuera, con el cubre bocas en el mentón y el cigarrillo en la boca. Salieron, él emitía un sonido, cuando me acerqué se trataba de un arrullo, dulce canto de cuna: “duerme, duerme negrito, que tú mamá está en el campo negrito”

La escena me pareció un tanto cómica, al ver el parche que llevaba en el ojo, termine por sentirme arraigado a un sentimiento de flaqueza. Martín se fue a casa con el gato, yo volví por mi cazadora que él había olvidado en el hospital.

Sigo esperando a la gata, le pusimos Alba, es hembra y lleva dos semanas desaparecida. A veces despierto a media noche porque escucho un maullido, corro la cortina y veo el cesto de basura intacto, no hay nada.

 

Justo en este momento, en el delirio de mi desesperación, me vi reflejado en ellos y ellas, en esos seres altivos.

Porque quizá esta sea mi noche más solitaria, la que lleva por nombre pesadumbre y con recuerdos que me hacen sentir aún más mal acompañado. Te abrazo, noche, te tiento, mi alma. Reconozco el sentimiento, lo dejo fluir, ahora el silencio se vuelve el sonido más ensordecedor que jamás haya escuchado, me regocijo en él. Pedazo por pedazo, lloro y recito un poco para mí, puedo reconocerlo, debo hacerlo.

Un logro, entender. ¿No es todo esto tan absurdo?

Las luces amarillas que alumbran la calle sólo me traen pensamientos intactos que creí perdidos, muy remotos.

“No hay nada más vivo que un recuerdo”, dice Lorca.

Miro la cama y las sábanas me hacen una cordial invitación al amor propio.

 

 

 

Juan Luis Martínez Silva

Nací en la ciudad de México el 7 de febrero de 1995. Cursé la carrera de Bibliotecología y Estudios de la información en la facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Actualmente estudio la carrera en Ciencia Política y Administración Urbana en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. A lo largo de mi corta vida he experimentado una fuerte pasión por la literatura universal, la música y el cine. He difundido mis textos en distintos espacios de la red. Concibo la escritura como la forma más efectiva para representar la historia de la humanidad. Es rival y aliada, cercana y a veces voluntariosa.