Por Jorge Negrete
16 Mayo 2020
El texto de Eduardo le causó gran sorpresa a Melquiades cuando lo analizó. Pensó que eran alucinaciones producto de sus viajes con el ololiuqui, una semilla medicinal que utilizaba algunas veces para escribir sus ficciones. Sus personajes eran de una ciudad en tinieblas; se mataban entre ellos, había asaltos, extorsiones, decapitaciones, secuestros y otras locuras de degradación humana. Contrario a sus costumbres encendió el televisor y escuchó las noticias. Fue de inmediato a visitar a su amigo y pedirle unas semillas curativas para frenar la angustia que le provocó la realidad. Aprovechó para decirle que el texto carecía de ficción.
Ojalá Juana Inés le hubiese facilitado sus ojos a la joven poeta, para que pudiera ver la luz del sol y la luna, tal como ella los veía. Ojalá le hubiese ofrecido su piel para que experimentara intensamente las caricias del viento, como ella las sentía. Ojalá le hubiera prestado su corazón para sentir la tristeza y la alegría como las vivió. Pero no era posible. Pertenecer al mismo tiempo a dos épocas tan distantes, jamás ha podido ser. Dueña de la inspiración, del don de ser mujer, sólo le puede compartir los sonetos y versos de su primer sueño.
En la red social subía sus mejores fotos, los mensajes más conmovedores y bellos, las escenas más cálidas y amorosas de un ser feliz. Todo indicaba que Gabriel disfrutaba en grande de la vida. Las personas que lo conocieron estaban muy impresionadas de su profundo cambio. Residía en otra ciudad, emprendía negocios y además se retrataba en lugares exóticos con personajes famosos. Sin duda, se había convertido en un ser muy exitoso. Todos los mensajes que recibía se contestaban con amabilidad. Net-o descubrió que era su padre quien editaba el material. Gabriel había muerto un año atrás de una sobredosis.