Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Causas y azares III

IMG_7826

Por Jonatan Frías                                                                            Imagen: Luis Alanís

16 Diciembre 2020

Llego a la casa a las dos con veinte de la mañana. Llego francamente molido. Lo primero que hago es sacudirme apenas lo necesario todo el polvo que traigo de más, las ramas secas enredadas en el pelo y uno que otro pegaropa aferrado a las agujetas de mis converse y de mis calcetas. Me preparo un café y enciendo la computadora porque hasta ahora he encontrado sobre qué escribir este mes.

Parece que no, pero para alguien acostumbrado a hablar de las cosas cotidianas que le suceden, la cuarentena ha mandado al carajo la poca dosis de vida que de por sí llevaba fuera de casa. ¿De qué puedo hablar, si me la paso encerrado leyendo, corrigiendo y editando las cosas de la editorial? Gaby me va a matar, pienso mientras termina de abrir mi procesador de texto. Por fortuna hace un año comencé a pintar y eso me ha mantenido un poco cuerdo, porque de escribir ni hablamos. Fuera de este espacio, atravieso por un severo caso de bloqueo que dicen —me consuelo a mí mismo— le pasa a todos de tanto en tanto.

Llevaba unos días ya medio maniaco entre las paredes de mi casa y las redes sociales, así que este fin de semana 11, 12, 13 y 14, decidí largarme a ningún lado. Tomé rumbo al campo abierto con una mochila preparada con un sleeping bag, un par de cambios de ropa interior y otro tanto de calcetas, tres playeras, un chaleco, varios discos cargados en el IPad, mis audífonos, mi libreta y una batería para poder recargar mi IPad, algo de comida enlatada, un abrelatas, varias botellas de agua, unas latas de alcohol sólido, una parrilla que hice con alambres, para poder calentar un poco de café que llevé en dos termos, cigarros y unas cervezas.

De tanto en tanto es bueno que recordemos lo que es el frío y el hambre, me digo apenas oscurece la primera noche y yo no me decido a abrir la segunda lata de atún. Debo guardar provisiones, pienso, estaré varios días aquí. Me traje apenas lo justo para no morir de hambre. Era eso o traer menos libros. La respuesta era sencilla. Vivir sin leer es un asunto peligroso porque te obliga a conformarte con la realidad. Lo mismo pasa con la música: la vida no tiene soundtrack, así que hay que ponerlo.

Llegué el viernes por la tarde, luego de caminar cerca de diez kilómetros, que es la distancia que hay entre el punto donde me dejaron la pareja que me dio el aventón y el sitio donde acampo. Lejos de sentirme cansado por el esfuerzo, me sentí relajado y ligero. Me comí la primera lata de atún y dispuse todo en su lugar. No es que fuera necesario, pero pensé que eso haría que fuera más fácil todo a la hora de irme.

Elijo un lugar al pie de un lago pequeño donde hay un pedazo lo suficientemente plano y  duro que me permitirá dormir ahí sin mayores complicaciones. En los cuatro días que pasé, apenas si vi gente. Parejas extraviadas que les parece mejor entretenimiento ir a coger ahí que gastar en un hotel. Francamente el paisaje es mejor y la acústica, uf, luego les cuento.

Otra ventaja de estar al pie del lago, es que pude atar a un lazo las cervezas y dejarlas en el agua para mantenerlas frías. Un poco más arriba de donde estaba, en donde el piso ya estaba seco, pude prender un fuego tranquilo y pequeño y echarme a escuchar, primero el silencio, que es importante, y luego el primero de los discos seleccionados. También saqué mi libreta y mi pluma, pero francamente fue inútil. Preferí quedarme sentado, viendo el agua quieta como espejo, tomándome las primeras tres cervezas y fumándome los primeros cuatro cigarros. ¿Qué escuchaba? Tempestad de La Barranca.

Para las siete de la noche todo estaba completamente obscuro y la temperatura bajaba. Era el momento de ponerme a caminar. Tenía que calentar un poco el cuerpo. Caminar así, con un cigarro, el café apenas tibio y Toshiko Akiyoshi en los audífonos, le recuerda a uno que no todo se lo ha llevado a la mierda la pinche pandemia. Que hay cosas que no nos pueden arrebatar, que hay cosas tan personales que no las compartimos con nadie, que nos pertenecen por derecho propio.

Aunque llevo una pequeña lámpara, regreso pronto porque mis complejos de vato de ciudad me tienen pensando que estoy ya lejos, y más que perderme me preocupa que me puedan robar mis pocas cosas. ¿Robarme? ¿Quién si no hay nadie kilómetros a la redonda? No importa, mi cerebro se obsesiona con la idea y regreso. Caliento un poco más de café, busco en uno de los cierres de la mochila la otra lamparita que llevo conmigo, la que uso para leer y me pongo justo a eso. Leer ahí, debajo de ese cielo negro y estrellado, Exhalación de Ted Chiang, cobra otra dimensión.

Desconozco la hora a la que me quedé dormido, pero debió de haber sido temprano. Dormí poco, pero dormí bien. Desperté adolorido sí, y un poco entumido por el frío, pero no recuerdo haber dormido así de bien en estos últimos nueve meses. Me quedé ahí sentado quién sabe cuánto tiempo hasta que amaneció. Guardé las cosas y las escondí entre arbustos. Cargué apenas con nada y me fui a caminar entre cerros.

Esa caminata me recordó dos cosas: la primera simple, cercana y evidente, y la segunda, remota, profunda y nostálgica. La primera es que justo unos días antes había terminado de leer La vida contada por un sapiens a un neandertal de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga; libro donde el escritor y el paleontólogo andan juntos a lo largo de dos años recorriendo sitios y ahí, en esas soledades, hablan de nuestro camino por este planeta. De la evolución, de cómo llegamos a este punto, de nuestros logros como especie y claro, de nuestros fallos. La segunda cosa que recordé fue que cuando tenía veinte años, solía yo hacer eso precisamente con mi mejor amigo, que por entonces cursaba apenas la carrera de Arqueología y solíamos escaparnos cada fin de semana a hacer recorrido de campo en busca de tepalcates y puntas de flecha. Indicios, señas, rasgos. Durante años no hicimos sino eso y ahora, veinte años después, cuando él es un eminente investigador y yo sigo siendo un vago, seguimos hablando de lo mismo, de sus investigaciones, de sus hallazgos y yo sigo interrumpiéndolo con mis bromas totalmente inoportunas.

Describir cada día sería un ocioso y francamente repetitivo. Pero sí digo que escaparse de pronto, así, sin que nadie lo sepa, sólo para ponerse un poco del otro lado del margen, es lo mejor que podemos hacer. Dedicar tiempo, distancia y silencio, nos da perspectiva, nos ayuda a ver que más allá de lo tangible, de la realidad abrumadora —abrumadora por inmediata—, aún tenemos las cosas que verdaderamente le dan sentido a nuestra vida. Sí, no importa que sea un cliché, aún tenemos los libros, los discos, las pinturas, las caminatas en silencio, los cafés, la comida, una mujer con quien compartir la mesa y la cama en proporciones similares. ¿De qué otra forma, si no es acercándonos a esto, podremos recordar que pese a todo y contra todo, seguimos vivos?

 

P.D. Cuando uno se detiene así, al borde de todo y no queda sino el abismo por delante, descubrimos que Dios, ese Dios que fracasó como juez, como consejero, como guía, triunfó categóricamente como pintor y sólo rivaliza con Turner.

P.D.2. Lista de libros y discos para escaparme del mundo:

  1. Exhalación de Ted Chiang, 2. Meridiano de sangre de Cormac Macarthy, 3. Cara de liebre de Liliana Blum, 4. Tejer la oscuridad de Emiliano Monge y 5. El libro de los dioses de Bernardo Esquinca.
  2. Motel de The Bad Plus, 2. Depression cherry de Beach House, 3. 9 de Damien Rice, 4. Low de David Bowie, 5. The mission de Ennio Morricone, 6. Rumors de Fleetwood Mac, 7. Piano works de Chopin, 8. The Glenn Gould silver jubilee album de Glenn Gould, 9. Lift your skinny fists like antennas to heaven de Godspeed you! Black emperor, 10. Lust for life de Iggy Pop, 11. Naima de John Coltrane, 12. Unknown pleasures de Joy Division, 13. The Köln Concert de Keith Jarret, 14. Tempestad de La Barranca, 15. You want it darker de Leonard Cohen, 16. The blue notebook de Max Richter, 17. 1960 (Live) de Miles Davis, 18. Every Country’s Sun de Mogwai, 19. All melody de Nils Frahm, 20. Songs from liquid days de Philip Glass, 21. Toshiko Akiyoshi recital de Toshiko Akiyoshi, 22. Stratégie de la rupture de Wim Mertens.