Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Cartografía de la individualidad como sociedad total

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Por Miguelángel Díaz Monges

16 Junio 2020

 

La sociedad pervierte al ser humano.

– Jean-Jacques Rousseau

La relación social es el milagro de la salida de sí mismo.

– Emmanuel Levinas

No debemos dejar de explorar. Y al final de nuestras exploraciones llegaremos al lugar del que partimos, y lo conoceremos por primera vez.

–T.S.Elliot

El que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.

– Aristóteles

Por el camino a Salitres los niños se comen sus propios piojos. A veces los comparten y se despiojan entre sí, como los micos. Yo voy hacia el otro lado, rumbo a San Miguel, al parador que hay en la desviación que lleva a San Miguel. No, nada tengo que ver con el santo, no que yo sepa, salvo el nombre, y eso a medias. El parador es el único, así que no hay confusión. No tiene estación de gasolina ni baños, pero hay unos matorrales muy poblados donde uno puede descargar el cuerpo con discreción y laxitud. Hay serpientes, pero siempre hay serpientes, hasta en el escusado de la casa propia muerden y envenenan al que se descuida. Y si se descuida un poco más muere emponzoñado: eso es ley de vida y ya ni se menciona. Tampoco es materia de instrucción, que las cosas que se aprenden con el vivir no deben distraer los temarios escolares.

No es que vaya al parador por algo en especial. Qué más quisiera yo que ir a cobrar una deuda o a encontrar un amigo. Voy porque fue lo que me vino a la cabeza cuando dije me voy. Ya veré si me quedo o qué diablos. Me voy porque no aguanté las bridas ni la rienda, porque soy de mala monta, pero a mi aire sé galopar hasta echar sangre por el hocico, no más que por gusto y quizá por vanidad, que también es gusto. Caballo que no corre se mosquea, eso lo sabe cualquier caporal.

Las vacas tienen rabo para espantarse las moscas. No falta mala uva en eso de que vayan a dar a los bidones de leche, las moscas muertas, pero eso no es responsabilidad de las vacas que bastante hacen con ser vacas a modo y dar la teta mansa y la carne blanda. Y permitirlo todo. Vaca mala vive más. Las vacas viejas son las menos idiotas, aunque en general no hay mucha idiotez en el ganado. Vaca tonta, vaca que se va al rastro y eso lo saben desde becerros, así que se hacen listas y larga vida con Dios y el vaquero. Sólo lidian con las moscas, pero el creador les dio rabo, que también les sirve para cubrirse el culo. Que lo tienen, pero hay que ser cutre para ir a mirárselo. Y de tanto mirarle el culo a la vaca termina el ojo cagado.

Los niños del camino a Salitres se despiojan y las vacas se espantan las moscas. Los caballos que no corren oyen zumbidos a todo momento. Y los cerdos comen mierda, cosa muy sabida salvo por algunos cerdos.

– Muy buena la comida, ¿eh?

– Sobras, es lo que hay.

– Pues a mí me gusta.

Los cerdos no hablan ni piensan. Se dice que son muy inteligentes, por eso los que quieren hacer algo de sus vidas se comportan como cerdos, porque no disciernen entre la inteligencia y el pensamiento, como no lo hacen los cerdos, porque su inteligencia incluye no pensar. Pero en esto del alimento todo mundo tiene parecer, igual que lo tienen respecto de lo que hace o deja de hacer el prójimo. Los niños del camino a Salitres reprueban el comportamiento de los piojos y se los comen. A veces es lo único que comen. Poca vitamina, pero de proteínas no hay escasez.

Dos o tres veces al año, a veces cada dos o tres años, vienen los de sanidad comandados por el somero doctor don Abdulio Buentalante, conocido como don Ubicuo, el Nenepil y doctor Carroña porque ejercía la ciencia médica en los refrigeradores de cierta comisaría –en su juventud llamado El Pendejo, Matamuertos y Capaperros– y rapan a los niños del camino a Salitres. A cero. Los piojos se amohínan un poco pero no se les nota y al final se conforman. Son bichos templados y hasta serenos. Cuando están en su sitio van muy relajados, debe ser por eso que quienes los llevan se notan nerviosos e inquietos, con los dedos merodeando en el cuero cabelludo. Las niñas rapadas del camino a Salitres se rascan hasta escaldarse, como si se buscaran las ideas. También los niños, a menos que tengan un balón a mano. En esto son como la demás gente.

Los escritores se sienten Sansón traicionado por Dalila, es para lo que les dan los estudios y la diletancia. Se buscan las ideas como si fueran piojos anoréxicos que ya no parecen estar, y es que no están. Los escritores de tanto ducharse con champú y andar al uso y hasta imponiendo moda ya no tienen escozor en la cabeza, pero no por eso dejan de rascarse y buscarse ideas, más por costumbre que por perseverancia. Hay que escribir de inmediato lo que se viene a la cabeza, como quien pilla a un piojo en el momento en que pincha, de otro modo es muy difícil dar con piojos cebados, que son los más nutritivos y los que difunden la gula entre sus congéneres. Matar al piojo pertinente en el momento pertinente es el más contundente acto de sabiduría. Si no se escribe la ocurrencia no hay conjuro y el escritor termina por no discernir entre ideas y ocurrencias. Tampoco es que esté claro el límite, por eso se dice que es arte. Todo por épocas, a veces es de pura ocurrencia el inventario del arte, pero eso es asunto de Saturno.

Está visto que no como quiera se erradica la manía de hurgar en el cráneo. La esperanza es lo último que muere y bien saben los muerteros que los más de entre los cadáveres van con cara de promesa y con los labios en posición de ano afanoso, como quien dice voy a hacer esto o lo otro. La esperanza es lo último que muere, pero la constancia y la voluntad son lo primero, y más bien son nonatas. A lo más sirven para una comidilla familiar o para matar el tiempo en un entierro. Una vez matado el tiempo también se le entierra. Hay sitios en los que no conviene meter la zapa so riesgo de que salga el tiempo muerto, con su olor a cadaverina y bilis, y enturbie el aire de esa buena gente que no tiene más quehacer que matar el tiempo enterrando el tiempo muerto. Las esposas de los de sanidad vienen cada tal y tal, después de sus maridos, cuando ya están ampuladas las cabecitas de las criaturas y a más de una se le nota el neocórtex y les venden ungüentos, sombreros de paja y tónicos para que el pelo vuelva a crecer pronto. Si hiciera falta también les venderían piojos o se quedarían ellas mismas. No es gran negocio, pero de centavo en centavo se llena el talego.

Uno que perdió el tiempo se puso a buscarlo hasta que lo recuperó o creyó recuperarlo o al menos escribió que lo tenía recuperado, pero es un caso de mucha autocomplacencia y, sobre todo, aislado, según se vio después y se tenía visto desde el principio de los siglos: tiempo perdido tiempo que se enfría, endurece, reseca y apesta. El tiempo no es cataléptico, ¡qué más quisiera uno!

Por eso me cago en los límites de velocidad y voy a donde voy, aunque no sepa a qué diablos voy. En el parador que está en la desviación que lleva a San Miguel ya pensaré qué sigue. Es un sitio muy propicio para la reflexión, sobre todo cuando uno se vacía entre los enmarañados matorrales con el machete viborero en la diestra y, cuando hace falta, una lámpara sorda en la siniestra. Si Diógenes hubiera usado su linterna para acautelarse de las serpientes no se habría chalado tanto. Tal vez nunca encontró un hombre honrado porque no tenía puñetera idea de lo que es la honradez, quién sabe. A lo mejor tampoco sabía gran cosa de pitones, coralillos, nauyacas, cascabeles, cincuates, constrítores, etcétera. La serpiente representa la vida renovada, pero en estos parajes nadie vio resucitar a un mordido por serpiente. Algunos trascienden y se hacen leyenda, pero eso ni es vida ni es nada, sólo sirve para morir sin plomo en las vísceras: no los matan ni los delatan: desvirtuar una leyenda es asesinar a un pueblo. En el circo prodigioso de Maravillas Induráin hay una corza enana que no sabe que está viva y que lo está sólo porque su fama da de comer a Maravillas. Cualquier día sale sobrando y va a dar con el taxonomista. A la corza enana le da lo mismo el circo que la vitrina de los disecados y las momias. No sería ocioso decidir si esto de la vida después de la muerte tiene sus queveres con la muerte antes de la vida: los hijos de los muertos nacen muertos y así se perpetúa la especie. Por eso voy a todo galope.

A veces dejo trotar el coche para que se solacen los cilindros, porque ellos me siguen, sin duda alguna, para ponerme monta, bridas, riendas. Para que no agarre cerro ni llegue al parador de la desviación que lleva a San Miguel, aunque seguro piensan que me iré hacia Salitre como harían ellos. El camino a Salitre está que revienta de piojos que están que revientan. Los niños se los comen para nutrirse y para no desnutrirse demasiado. El camino a Salitre es muy pintoresco y menos riesgoso que la desviación a San Miguel. Ellos se irán a seguirme hacia Salitre porque así son ellos. No faltará el vivo que le busque trenza al asunto y sugiera buscarme por la desviación, pero será uno a lo más y le llamarán idiota. Porque así son ellos.

He pasado la zona noble de la autopista y empiezan los avisos de hombres trabajando, así que me detengo a recargar gasolina en la estación de Colorines. Hay una heladería donde venden un café caro y aguado. También está el Motel Colorines “con agua caliente”. El local no es próspero, pero la dueña sí. Gracias al hotel puso la gasolinera, la tienda de abarrotes, la vulcanizadota, el taller mecánico eléctrico, el tenderete de artesanías y el letrero de aviso en el acotamiento de la autopista. Al hotel se puede entrar por el antiguo rectángulo de madera verde apolillada o por la cantina. Dentro de la cantina hay un letrero que da seguridad al perezoso y provoca cautela en el solitario: “Las muchachas que aquí laboran se lavan las partes cada tercer día, son independientes y están vacunadas contra la sífilis y las ladillas.”

– ¿Y contra el VIH?

– Todavía no hay vacuna

– Tampoco contra las ladillas.

– Están depiladas y se hacen lavados de jugo de limón con almendra y sábila.

También venden condones y lubricantes vaginales, que muchos los usan para el ano.

– Por las hemorroides.

La gente que maneja mucho cría almorrana y se le achatan las nalgas, por eso no hay muchas traileras, por presunción y por coquetería. Y porque se gana mejor en el Hotel Colorines. Hay cerveza clara y oscura, tequila y otros mezcales, pulque envasado, ponche de posadas, brandy, vodka, ron y copa de nada, que es una mezcla de todo. La primera copa de nada es cortesía de la casa, las siguientes las paga el cliente, que también paga por repostar en habitación con alguna muchacha.

En una mesa al fondo se monda los dientes y fuma don Héctor Aurelio Vega Miravalle, también conocido como Ciriano Choy, de quien se dice que le miró el culo a una vaca, por lo que es conocido como El Tuerto, también llamado Culolimpio, el Gonococo y Terroncito. Es pariente de la dueña, o eso dicen y más vale creerlo. El Gonococo atiende a los maricones y a los que se vuelven maricones con unas copas. Estudia bien a la gente y, si ve que es de fiar, le vende marihuana, nieve, tachas y anfetaminas. También vende escuadras y revólveres. Las balas las vende por separado y a veces la regala a algún cliente indeseable o a algún policía que ande husmeando con intenciones. Los cadáveres que produce Culolimpio aparecen desangrados en las habitaciones del Hotel Colorines “Agua Caliente”. Los de salvamento se los llevan y los federales arrean con una o dos muchachas que mal harían en cantar lo que saben.

– Ni sirva la copa, oiga, que vengo nada más a arreglarme con Terroncito.

El aludido hace un imperativo meneo de cabeza, me dan la copa y me obligan a sentarme en una mesa cercana a la barra. Dos muchachas con mal aliento se sientan conmigo y piden cervezas que me cobran a mí. El Gonococo no me quita la vista de encima mientras se monda los dientes y fuma. Hay un destello de gusto en sus ojos achinados cada que me ve dar un sorbo a la copa. Voy por la mitad y el aliento de las muchachas es a gardenias. Se quitan los piojos una a otra con una sensualidad perturbadora, me dan a comer las pequeñas liendres de centro negro, me hacen sentir el amor que no conocí nunca. Y están guapas, lo que se dice guapas: bonitas y buenas. Dos potrancas recias para un caballo montaraz en abstinencia. La cosa está arreglada y El Tuerto medio sonríe ya sin verme sino mirando abajo como para cerciorarse de que la tierra esté bien apisonada. Ha hecho traer el estuche del que puedo elegir entre una Beretta .25 plegable de bolsillo, un revólver .38 S&W, una escuadra Glock muy fea y efectiva, un Colt de cañón largo tradicional, de esos que usaban los pioneros del Far West, una Remingtong deportiva H&K, una Luger Parabellum que fue de un alemán muy goloso en eso de dar balazos en el cráneo y una navaja italiana de muelle que, asegura El Gonococo, sorprende a quien te persigue más que una fusca.

Un arma no sirve contra los perseguidores, pero ayuda a disfrutar los paisajes de la huida vitalicia sin pensar en ellos. En el circo prodigioso de Maravillas Induráin hay una biblioteca con 30 mil volúmenes en blanco a la que sólo pueden entrar intelectuales ciegos; un dragón de Komodo despiojado reparte fotografías y la gente admira mucho a los usuarios; a veces es asistido por un monstruo de Gila sin veneno y un piojo envenenado al que no le quedó más destino que el circo prodigioso de Maravillas Induráin, que no se hace responsable de lo que pase con los egos de unos u otros, ni de la aranas que puedan diseminarse, las idolatrías despistadas o los grandes poderes que puedan ser atribuidos o devenir en disuasorios de cualquier clase de insectos, ácaros, licántropos o bípedos vigilantes.

Yo no huyo de nadie, sólo decidí largarme de todos lados siempre y para siempre.